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    Beberse el mar

    22 marzo 2024 19:44 | Actualizado a 23 marzo 2024 07:00
    Josep Moya-Angeler
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    Uno de los mayores placeres de los mediterráneos es poder beberse este mar en experiencias insólitas. Siempre procuro preguntarme si alguna de estas experiencias es trasladable a Tarragona, ciudad y tierras que creo que lo tienen todo pero se aprovecha poco.

    El modelo mediterráneo de nuestra capital es Sète, no lo dudo. Paul Valéry la consagró poéticamente con su Cimetière Marin, Georges Brassens exaltó su vocación bohemia y Manitas de Plata (que no hablaba castellano, pero sí un buen catalán) le dio universalidad gitana con su guitarra. Todo ello, teniendo a mano las ostras del estanque vecino y el pescado coleante del día. No se le puede pedir más.

    Sète debería ser lugar de peregrinaje para muchos de nosotros, de la misma manera que nos miramos en el espejo para preguntarnos si nos vemos bien

    Sète debería ser lugar de peregrinaje para muchos de nosotros, de la misma manera que nos miramos en el espejo para preguntarnos si nos vemos bien. Es festiva, abierta y desacomplejada. No pretende nada, pero en ella se hacen bien las cosas, la gastronomía bien cuidada, como si estuviéramos en Grecia, y la educación propia de la gente sincera.

    Estos días, durante toda la Semana Santa, y cada dos años, esta ciudad de aroma salobre y cielos intensos se entrega a una fantasía desbordante cual es mostrarnos la historia y el presente de la vida marinera. De grandes, inmensos, veleros dignos de Master and Commander hasta la chalupas de pesca en aguas tranquilas; de los encantos misteriosos de los marineros literarios a los marinos tecnológicos; de las fanfarrias callejeras que desfilan sin cesar por las calles hasta el nostálgico cantor de guitarra al hombro; de la cocina al calor de la brasa a los platos imbatibles de tradición milenaria. Todo junto pero no revuelto, con un aire de improvisación que responde a una meticulosa organización. Sète se entrega así a los mejores sueños que brotan al mirar este mar de inigualable cultura.

    El modelo no tiene nada de inalcanzable, sólo decisión y voluntad de asomarse con imaginación al espíritu mediterráneo, un factor que atrae a millares de visitantes

    ¿Es posible reflexionar en Tarragona sobre esta lección de vocación marinera de Sète? Sin duda, porque el modelo es ejemplar y no tiene nada de inalcanzable, sólo decisión y voluntad de asomarse con imaginación al espíritu mediterráneo, un factor que atrae a millares de visitantes para gozar de una personalidad que jamás debiera degradarse y de unos actos organizados con la fuerza de la ilusión. Un factor que fortalece la identidad de sus habitantes y les hace sentirse orgullosos de su cultura marina y marinera.

    A un tiro de piedra, en coche o tren, gozando de los estanques donde «se ve danzar el mar en su golfo luminoso, con sus reflejos de luz cambiante» como cantó Trenet, Tarragona tiene en Sète un libro abierto que se mantiene mediterráneo con numerosas lecturas y lecciones, incluida la humildad, la tradición y la cultura de origen milenario.

    Cuando uno mira hacia el mar y lo ve con su oferta de serenidad y ensoñación, quisiera abrazarlo, pequeña metáfora que se convierte en realidad, porque ese mar y cuando significa está en la gastronomía de sus productos directos, a los que apenas hay que añadir nada. Tomarse unas ostras fines de claire es como beberse este mar, física y realmente. Una experiencia que, de vez en cuando, nos hace cerrar los ojos para sentir lo que es tan nuestro y, a veces, disfrutamos tan poco, tal vez porque no hemos decidido aún poner en el espejo una foto de Sète.

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