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    Dos raciones de suflé

    Sin quererlo, la manifestación sensiblemente menguada del 11 de septiembre terminó convertida en un funeral vikingo

    17 septiembre 2022 20:05 | Actualizado a 17 septiembre 2022 20:07
    Dánel Arzamendi
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    Desde la óptica de las tendencias detectables en el ámbito político de nuestro entorno, los últimos días nos han ofrecido dos imágenes que sugieren el debilitamiento de dos fenómenos que en su momento parecían llamados al más absoluto de los éxitos. Uno de ellos resulta más que evidente (el agotamiento de la movilización independentista con motivo de la Diada), y el otro, aunque más sutil, todavía se encuentra en fase de verificación (el aparente desinflamiento de la figura de Alberto Núñez Feijóo, como caballero blanco de la derecha española, abocado a conquistar un triunfo rotundo en las próximas elecciones generales).

    Poco puede añadirse a lo ya comentado esta semana sobre el primer fenómeno. Sin quererlo, la manifestación sensiblemente menguada del 11 de septiembre terminó convertida en un funeral vikingo para el proceso de secesión iniciado hace una década, incapaz de soportar más prórrogas que ya nadie se tomaba en serio. Ya sabemos cuál ha sido el tren damnificado en el choque ferroviario impulsado por dirigentes sin perspectiva, algunos de ellos incapaces de comprender el signo de los tiempos, y otros empeñados en decir a las masas lo que querían oír, aun conociendo perfectamente su inviabilidad práctica. Crónica de una muerte anunciada. Y como los británicos son los únicos que saben enterrar dignamente a sus muertos, como bien estamos comprobando estos días, el velatorio del procesismo se ha convertido en la casa de las dagas voladoras. Lo previsto.

    Pero ojo. Recordemos los antecedentes que favorecieron la explosión rupturista de hace apenas dos lustros: una crisis económica internacional de efectos devastadores para las clases medias, que provocó la implementación de durísimos recortes por parte del entonces president Mas, quien aprovechó la coyuntura para desviar hacia el Estado todo aquel malestar ciudadano. España nos roba, la culpa la tiene Madrid, si nos independizamos seremos la Dinamarca del Mediterráneo, etc. Y cuidado, porque nos acercamos a un escenario económico relativamente parecido, que ya está impactando dramáticamente en el día a día de las familias, y que podría volver a ser utilizado por charlatanes sin escrúpulos para encender de nuevo la mecha de la indignación patriótica. Hace una década se sucedieron algunas torpes decisiones y actitudes, desde el ámbito estatal, cuyo diseño cualquiera habría atribuido a algún estratega independentista, viendo su capacidad para reforzar las tesis de quienes clamaban por la ruptura. Si no queremos volver a ver contenedores ardiendo en la plaza Imperial Tarraco, esperemos que no se repitan los mismos errores.

    El entusiasmo que provocó el nombramiento de Feijóo entre las filas de la derecha parece haber iniciado una fase de estancamiento

    Paralelamente, el nulo impacto mediático que generó el fugaz paso por Tarragona del líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, podría entenderse como un síntoma del aparente agotamiento del abultado crédito logrado con su flamante designación. En efecto, tras la defenestración de Pablo Casado, la llegada triunfal del entonces presidente gallego a la calle Génova prometía convertirse en el prólogo de una conquista sin resistencia del Palacio de la Moncloa. Sin embargo, con el paso de las semanas, el entusiasmo que provocó su nombramiento entre las filas de la derecha parece haber iniciado una fase de estancamiento, incluso de retroceso (la encuesta publicada esta semana por IMOP-Insights adjudica siete escaños menos al PP respecto al inicio del verano). Sólo este enfriamiento de su figura explica, como digo, la práctica invisibilidad que logró el líder conservador en su visita a nuestra ciudad. De hecho, para encontrar alguna información al respecto, había que pasar varias páginas en la mayoría de la prensa local. Ciertamente, resulta sorprendente que el dirigente popular aparezca actualmente como claro candidato a presidir el futuro gobierno español en muchos estudios demoscópicos, pero que al mismo tiempo fuera recibido por los medios y los simpatizantes de nuestra ciudad como si fuera el alcalde de Ceuta (dicho sea con todo el respeto para Juan Jesús Vivas).

    Como inciso, entre lo poco que trascendió de su estancia en nuestra capital, destacó un torpe comentario que generó una importante controversia. Para situarnos, su rueda de prensa en el Balcón del Mediterráneo coincidió en tiempo y lugar con la celebración del cuarto aniversario de la Geganta Frida, un elemento de festividad inclusiva diseñado para personas con discapacidad funcional. En este contexto, dirigiéndose a los periodistas, el presidente popular afirmó: «Este debate es como esta fiesta que estamos escuchando aquí, una broma». Honestamente, he escuchado comparaciones más brillantes y bromas más afortunadas, pero pretender considerar esas palaras un intento de ridiculizar a las personas con discapacidad, como procuró algún que otro dirigente local, probablemente sea estirar demasiado el argumento. Analizando el sofocante programa diario de encuentros que el PP había organizado para su presidente en diferentes ciudades catalanas, sólo me viene a la cabeza el monólogo de Gila sobre los maratonianos viajes organizados por Europa en autobús: «-Señor guía, tengo pipí. -¡En Holanda, señora!». Dudo de que el gallego ni siquiera recuerde en qué lugar se cruzó con aquella giganta con el rostro de Frida Kahlo, un desconocimiento y desorientación que suele ser habitual y transversal en las giras de políticos, monarcas, artistas, etc. Cuántos cantantes han gritado desde el escenario lo enamorados que están de una ciudad... que resulta no ser la sede del concierto en cuestión.

    En cualquier caso, Alberto Núñez Feijóo tiene posibilidades reales de ganar los próximos comicios al Congreso. Pero una cosa es vencer y otra muy diferente gobernar. Una vez desaparecido Ciudadanos, si no quiere depender de VOX (una posibilidad que podría comprometer seriamente sus posibilidades de captar el voto moderado cuatro años después), la única opción del PP es ganar con holgura. Y para eso debe seguir ampliando su base electoral. Veremos si estamos, o no, ante un segundo suflé.

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