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    La investigación científica no
    se valora:
    los referentes
    son otros

    07 diciembre 2022 19:49 | Actualizado a 08 diciembre 2022 06:00
    Josep Lluís Domingo
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    El 30 de marzo de 2020, el Diari me publicó un artículo en el que pude expresar mis reflexiones sobre la Covid-19 en sus inicios. Me detuve en los aplausos de las ocho de la noche al personal sanitario. Escribí textualmente: Ahora bien, mucho me temo que los aplausos van a durar lo que dure la pandemia, y después vuelta a lo de siempre. Los aplausos van a seguir siendo –como de costumbre– para Messi, Rafa Nadal, Pau Gasol, Marc Márquez, Fernando Alonso, Rosalía, David Bisbal o Antonio Banderas, por poner unos ejemplos de nuestros «ídolos y referentes» habituales. Algunos de ellos, por cierto, ¿dónde están ahora? Se supone que confinados como el resto de la población y sin valor alguno para el combate sanitario que se está desarrollando. Quien lea ahora el presente artículo verá si mi razonamiento era o no oportuno.

    Quisiera extrapolar lo anterior al campo investigador que tan bien conozco. Acabo de jubilarme como Catedrático de Toxicología tras 45 años de profesión docente e investigadora en la Facultat de Medicina de Reus de la URV. Casualmente, el jueves, la URV (y Diari recogía la información) incluyó en la portada de su web la siguiente noticia: La Universidad de Stanford ha publicado la base de datos anual sobre el impacto de las investigaciones en el ámbito académico en el último año, que incluye más de 200.000 investigadores de todo el mundo, de los cuales 39 son de la URV. Me ha resultado tremendamente grato ver mi nombre en primera posición en ambas listas, tanto con respecto a los datos del último año, como muy especialmente en el total acumulado con los años. Por otra parte, y sin el más mínimo ánimo presuntuoso, simplemente por lo que comentaré después. las bases de datos internacionales me sitúan en mi campo de investigación (toxicología) en la primera posición en España, y aún más relevante también en Europa.

    Si un brillantísimo científico consiguiese los premios Nobel, Princesa de Asturias y Rey Jaime I se llevaría un total de unos 450.000 euros

    El lector, con razón, puede preguntarse, ¿qué me importa el curriculum investigador de este señor? Permitan por favor que la introducción personalizada me sirva para llegar al meollo de la cuestión que les quiero exponer. La mayoría de ustedes probablemente sabrán que en las últimas semanas se han concedido los Premios Nobel, los Premios Princesa de Asturias y los Premios Rey Jaime I. Los Premios Nobel están dotados con 10 millones de coronas suecas (916.000 euros), y en cada especialidad científica (Medicina, por ejemplo) se suelen conceder exaequo a 3 investigadores, con lo que el Premio para cada uno asciende a poco más de 300.000 euros. Por su parte, el ganador del Premio Princesa de Asturias recibe 50.000 euros, cantidad que se divide a partes iguales entre los galardonados. Por último, los Premios Rey Jaime I, los mejor remunerados en España, ascienden a 100.000 euros por premiado, siendo indivisibles. Es decir, si un brillantísimo científico consiguiese esos tres premios se llevaría un total de unos 450.000 euros, lo que le daría para un piso arregladito en Madrid o Barcelona, por ejemplo. Para nada en Bilbao o Donosti. Ese es el valor que nuestra sociedad da a los científicos, quienes por ejemplo, en el campo de la medicina, investigan sobre enfermedades tan graves y extendidas como cáncer, Alzheimer/ELA/Pakinson, diabetes, etc., Y así premiamos sus esfuerzos. Y eso por arriba, porque en la base, los investigadores post-doctorales perciben un sueldo anual bruto en España de 31.000 euros, lo que les supone unos 1.600-1.700 euros netos al mes. Un notable estímulo sin duda para una carrera científica, teniendo en cuenta además que trabajan en precario, sin continuidad garantizada en el tiempo.

    El sueldo de Benzema es de 13,2 millones de euros por temporada. Deberíamos reflexionar sobre lo que es esencial y lo superfluo

    Los lectores a buen seguro que saben que en estos momentos se está disputando el Mundial de Catar. No voy a entrar en las mareantes cifras que se manejan en este evento, aunque sin duda cualquiera de los jugadores participantes no se creerían las cantidades que perciben los investigadores cuyos premios anteriormente he comentado. De todas formas, ¿algún lector avispado recuerda quiénes han sido en 2022 los Premios Nobel de Medicina, el Premio Princesa de Asturias de Ciencia o el Premio Rey Jaime I de Ciencias Básicas? Me temo que esas son preguntas para el programa vespertino de TVE1, El Cazador. Sin embargo, estoy convencido de que una muy buena parte de los mismos lectores sabe que Karim Benzema ha sido Balón de Oro 2022, y Alexia Putellas en el apartado femenino. Por cierto, el sueldo de Benzema es de 13,2 millones de euros por temporada, a años luz del salario de un futbolista de Segunda División, pero que no puede ser inferior a 77.000 euros/temporada, y siempre acaba siendo superior por primas y objetivos. Ello supone mucho más del doble de nuestros investigadores post-doctorales, con edades similares en muchos casos.

    ¿Cuántos telespectadores siguieron la entrega de los premios científicos arriba citados, y cuántos los de la entrega de los Balones de Oro? Sin comentarios. Y esa es la sociedad que tenemos. ¡Menudo futuro les espera a las nuevas generaciones con esas valoraciones de sus ídolos sociales y de sus referentes! Y en eso España no es una excepción, el problema es mundial. Se han cambiado absolutamente los valores. Hace 50-60 años, un médico, un maestro, o un buen escritor, por ejemplo, eran personajes con gran carisma y valorados por la sociedad. ¿Cómo hemos llegado a la situación actual con los referentes? ¿Quiénes son? ¿Deportistas, cantantes, actores... que durante la Covid-19 estaban desaparecidos? La sociedad y nuestros dirigentes deberían reflexionar profundamente a fin de establecer una escala de valores sobre lo que es esencial y lo que es superfluo. No me cabe duda alguna, no se hará. El dinero es lo primero.

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