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    Sorioneku

    19 noviembre 2022 18:25 | Actualizado a 19 noviembre 2022 23:41
    Dánel Arzamendi
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    Muy de vez en cuando, el mundo de la arqueología nos sorprende con algún hallazgo que cambia el relato hasta entonces aceptado sobre nuestro pasado. Con toda la prevención que merecen estos descubrimientos, algo así parece haber sucedido esta semana con la ‘Mano de Irulegi’, cuya presentación ha causado sensación entre los interesados por la antigüedad, especialmente entre los vascos, como es mi caso.

    Se trata de una lámina de bronce de un milímetro de espesor, con forma de mano derecha a tamaño natural, descubierta en el valle navarro de Aranguren, y fechada en torno al primer siglo antes de Cristo, según las dataciones realizadas por la Universidad de Uppsala (Suecia). Fue encontrada en las excavaciones que la Sociedad de Ciencias Aranzadi está desarrollando en Irulegi, un poblado habitado desde mediados de la Edad del Bronce hasta el final de la Edad del Hierro, que fue incendiado durante las guerras sertorianas (años 83-73 a.C) que enfrentaron a Quinto Sertorio y Lucio Cornelio Sila. El derrumbe de un muro sobre la pieza ha permitido conservarla en excelentes condiciones durante más de dos milenios.

    Aunque fue desenterrada en 2021, hasta este año no se han comenzado a descifrar sus inscripciones, tras una delicada labor de limpieza y restauración.

    En efecto, el metal mostraba unas marcas que inicialmente fueron consideradas de carácter decorativo. Sin embargo, un análisis posterior permitió concluir que se trataba de escritura, concretamente de cuarenta signos que conforman cinco palabras en cuatro líneas, en un sistema denominado signario vascónico, variante del modelo gráfico de los íberos. De momento, los investigadores han conseguido identificar el primer término, ‘sorioneku’, que equivaldría a la palabra actual ‘zorionako’, que en euskera hace referencia a la buena suerte. Este dato, junto con el hecho de que la pieza tiene una perforación en la palma, indicarían que se trata de un objeto ritual protector que probablemente se colgaba en la puerta de las casas (algo así como la conocida ‘Eguzkilore’, o flor del sol, ampliamente estudiada por su significado en la inmemorial y riquísma mitología vasca).

    Puede que el estudio de la ‘Mano de Irulegui’ permita arrojar algo más de luz sobre un idioma cuyos orígenes siguen siendo un misterio

    En el plano lingüístico, este hallazgo, que constituye el texto antiguo más extenso en lengua vascónica conocido hasta el momento, destierra la idea de que el euskera arcaico fue un idioma no escrito hasta tiempos recientes (las Glosas Emilianenses era la fuente más antigua, hasta ahora, con frases en vascuence). En cualquier caso, puede que el estudio aún pendiente de la ‘Mano de Irulegui’ permita arrojar algo más de luz sobre un idioma cuyos orígenes siguen siendo un misterio, y que como decía un viejo profesor de euskera de mi colegio, para los recién llegados es una lengua «que no se aprende, sino que se estudia», por la endiablada diferencia que mantiene con cualquier otro idioma (de hecho, es una de las poquísimas lenguas no indoeuropeas del continente, junto con el húngaro y el finés). No es extraño, por tanto, que despierte tanto interés entre quienes no la conocen, una lógica curiosidad que los vascos que vivimos fuera de Euskadi solemos estar encantados de satisfacer, y que frecuentemente se refiere a los apellidos (como me lo han preguntado mil veces, les confirmo que sí, que tengo los ocho apellidos euskaldunes: Arzamendi, Balerdi, Emparanza, Iñurrigarro, Aranzabal, Urionabarrenetxea, Pagaldai, Iñurritegui).

    Sobre este tema, hablando siempre en términos generales, a diferencia de los apellidos catalanes (que frecuentemente se refieren a oficios, como Ferrer, Moliner, Teixidor, Pagès o Zapater) y de los típicamente castellanos (que suelen indicar una filiación, como Martínez, Rodríguez, Sánchez, González o López), los vascos habitualmente son toponímicos, de modo que describen un lugar. Por lo visto, originariamente fue un sistema para identificar a las familias por el emplazamiento donde se encontraba su casa. Si es así, algunos antepasados míos vivieron en un monte plagado de osos (Arza-mendi) y otros tenían su hogar en medio de una cuesta (Bal-erdi). Siguen la misma lógica Etxebarria (casa nueva), Kortazar (cuadra antigua), Zubizarreta (zona de puentes viejos), Aranzabal (valle ancho), Goikoetxea (casa de arriba), Iturriaga (zona de fuentes), Irizar (ciudad nueva), Olalde (zona de talleres), Zabalburu (extremo de la llanura), Ariztegui (robledal), Elizondo (junto a la iglesia), etc. Y sobre los característicos apellidos vascos acumulativamente interminables (alguna vez les he hablado en estas páginas sobre mi bisabuela Ana Urionabarrenetxea Uribetxeberria), probablemente nacieron por la necesidad de distinguir a las familias que ya compartían denominación previa.

    A diferencia de los apellidos catalanes, que a menudo se refieren a oficios, los vascos habitualmente describen un lugar

    Al margen del interés anecdótico que suele suscitar típicamente este asunto, también he percibido sorpresa ante algunas otras curiosidades sobre el euskera entre mis paisanos de adopción. Por poner algunos ejemplos, las diferentes ‘ches’ (la ‘tx’, la ‘tz’ y la ‘ts’, incluso la ‘tt’, que se pronuncian de forma diferente), o el hecho de que su sistema de conteo no sea decimal sino vigesimal, de veinte en veinte. También, a diferencia del castellano o el catalán, donde una única palabra designa la vinculación fraternal (hermano/a y germà/na), en euskera existen cuatro términos completamente diferentes para matizar cada una de esas relaciones: el hermano de un varón es su ‘anaia’, pero si lo es de una mujer es su ‘neba’; del mismo modo, la hermana de un varón es su ‘arreba’, mientras que si lo es de una mujer es su ‘ahispa’.

    No me gustaría acabar este artículo sin dejar caer algunas últimas palabras, cuya traducción literal aporta una belleza remota y sugerente, y que quizás consigan despertar en el lector cierto gusanillo por descubrir más secretos acerca de esta lengua fascinante: por ejemplo, para referirnos al corazón, usamos ‘biotz’ (literalmente, dos sonidos); horizonte, ‘ortzimuga’ (la frontera del cielo); febrero, ‘otsaila’ (el mes de los lobos); dar a luz, ‘erditu’ (dividirse en dos); enamorado, ‘maitemindua’ (herido por el amor); arcoíris, ‘ortzadar’ (el cuerno del cielo); o mi preferida, gratuito, ‘muxutruk’ (a cambio de un beso). Maravillosas.

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