El biólogo barcelonés David Pulido trabaja en la universidad de Oxford en la búsqueda de una vacuna contra la Covid-19.
Sus jornadas laborales son maratonianas: hay días que ha arrancado a las nueve de la mañana y se ha ido a casa a las cuatro de la madrugada. Poco tiempo le queda para ver a su hija de ocho meses.
Los investigadores y los sanitarios se están dejando la vida (muchos literalmente) para salvar la de los demás.
Y mientras, en la calle de una ciudad cualquiera, todavía hay quien se cree que esto del virus es una engañifa y se pasea sin mascarilla o, lo que es más absurdo, con la mascarilla por debajo de la barbilla o en el codo. Deben ser los mismos que renegaban de la obligatoriedad de llevar el cinturón de seguridad en el coche o el casco en la moto. Unos sabiondos.