Entre la nostalgia y el declinismo comercial

Munta i Baixa | Campaña navideña. Reus exhibe el atractivo y la potencia de su comercio urbano, pero ya sólo la calle Monterols presenta todos los locales abiertos

15 diciembre 2019 10:10 | Actualizado a 17 diciembre 2019 10:07
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La nostalgia está de moda. Disfrutamos recordando épocas que aparecen como mejores en nuestra memoria, aunque quizá no fueran tan estupendas. Nuestros recuerdos seleccionan los buenos momentos y tienden a aparcar los malos. Nos vienen a la cabeza los ratos maravillosos de la infancia, los juguetes, los amigos del colegio, los familiares que ya no están, el paisaje urbano de aquel entonces, del mismo modo que olvidamos la mayor parte de las experiencias negativas.

Una emoción tan fuerte ha dado pie al negocio de la nostalgia –colecciones, cómics, series televisivas y un largo etcétera– y también a un boom de páginas web y perfiles en redes sociales dedicados a evocar esas épocas pasadas. Los recuerdos se convierten así en sociales y sus seguidores refuerzan el sentimiento de pertenencia a ese colectivo o esa ciudad. Y no sólo eso. La nostalgia también nos pone de mejor humor y aumenta nuestra autoestima, según ha descrito el estudioso Clay Routledge.

Este y otros científicos han explicado los mecanismos psicológicos que motivan la creencia de que vivimos peor que antes, que «cualquier tiempo pasado fue mejor», como lo expresó Jorge Manrique en su verso más célebre. Incluso hay un vocablo para designarlo: el declinismo, término acuñado por el politólogo Samuel P. Huntington en 1988.

El declinismo se alimenta de la nostalgia. Uno de los temas favoritos de la idealización del pasado en las redes sociales, sobre todo en Reus, es el comercio. El recuerdo de tantas tiendas emblemáticas que ya no están y que eran toda una referencia ciudadana. Como la lista de comercios que han pasado a la historia es cada vez mayor y el proceso no se detiene, las redes sociales tienen terreno abonado para recuperar sus antiguas imágenes, los nombres de sus propietarios y dependientes o los recuerdos que guardan los que fueron sus clientes.

Un ejercicio agradable de retrospección idílica, cada vez con más adeptos, en el que subyace la teoría de que estamos peor que antes, que los tiempos pasados fueron mejores. ¿Tiene fundamento este declinismo comercial?

Una primera reflexión es que la rotación comercial ha existido siempre y la longevidad de las tiendas no es una constante, sino más bien una singularidad. El paisaje comercial que nos muestran las imágenes del Reus de los años treinta no tiene nada que ver con el de los años sesenta. La mayoría de rótulos que se vislumbraban en en la plaza Prim o las calles Monterols o Llovera –las más fotografiadas– cambiaron, y no por ello concluimos que la ciudad tuvo una decadencia comercial. Y de los sesenta hasta hoy, la mutación ha vuelto a ser casi total. ¿Eso ha significado un declive?

Rotación incesante

Que en el Mercadal, allí donde estuvo la proverbial La Alianza luzca hoy una tienda Apple, o que el comercio textil de Joaquim Navas se haya reconvertido en un atractivo cultural y turístico y a su lado haya abierto Xiaomi es, ante todo, un signo de los tiempos.

Los medios de comunicación publicamos con avidez los cierres de tiendas de toda la vida, porque estas noticias forman parte del pulso ciudadano. Un goteo que se justifica por la falta de relevo generacional, por la dificultad de competir con los nuevos operadores que lideran el mercado, porque las grandes superficies han engullido esos sectores, o por los cambios de hábitos de los consumidores. ¿La liquidación de todos esos comercios tradicionales es un signo de decadencia?

Cabe recordar que, a la vez, el núcleo comercial de Reus se ha extendido notablemente, porque en 2007 abrió el paseo comercial del Pallol y en 2015 el macrocentro comercial La Fira. Ambas iniciativas no solo constituyen nuevos modelos de comercio urbano, sino que constituyen los dos vértices del nuevo y redimensionado meollo comercial de la ciudad.

Existen, no obstante, datos objetivos que certifican un cierto declinismo. A día de hoy, sólo la calle Monterols puede presumir de tener todos los locales abiertos. Mas allá de los cierres temporales por traspasos o las obras de reforma, Llovera presenta un par de locales cerrados, cosa muy poco frecuente. Igual que ver rejas bajadas en la calle Galera, o las cuatro tiendas que siguen desocupadas en la de Jesús, o la decena en Galanes.

Una visión preocupante que se extiende a los arrabales. En los de Jesús y Martí Folguera se acumulan 25 y una decena más en Santa Anna –casi todos en el tramo no peatonalizado por Navidad–.

Ciertamente que la situación comercial de Reus resulta envidiable para muchas otras ciudades, pero ni esto ni el espectacular aspecto que ofrecen sus calles repletas de paseantes durante la campaña navideña pueden ocultar que el comercio tradicional atraviesa un momento delicado.

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