«No he vuelto a ser la misma persona»

La Covid persistente sigue haciendo mucho daño, dos años después del inicio de la pandemia

21 marzo 2022 13:50 | Actualizado a 21 marzo 2022 17:52
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Son los rostros de la Covid persistente, el mal que padecen el 10% de los contagiados, unas 23.000 personas en Tarragona. Denuncian falta de atención e incomprensión por parte del sistema y piden un abordaje integral de la enfermedad. Algunos, dos años después de la infección, sufren aún fatiga, taquicardias, cansancio o mareos. Se medican contra la ansiedad y la depresión que les ha generado la patología

«Me infecté hace dos años y no he vuelto a trabajar»

Sigo igual que estaba, con cansancio, ahogo, fatiga. Apenas he mejorado en los últimos meses. He perdido capacidad respiratoria y me cuesta llenar los pulmones. También pierdo la memoria y la capacidad de concentración. Además, con la edad que tengo parece que ya nunca más me voy a curar y eso me entristece aún más», dice Inés Martínez, de 62 años, vecina de Cunit (Baix Penedès) y aquejada de Covid-19 persistente desde la primera ola.

Ingresó en el Hospital de Bellvitge el 5 de marzo de 2020 con un aneurisma cerebral, ha hecho ahora dos años. Fue operada el día 16, justo en el arranque del primer estado de alarma. «Estuve unos días en el hospital, me fui para casa y a los pocos días me empecé a encontrar mal, con décimas de fiebre, y no respiraba bien. Di positivo en Covid-19», explica.

A principios de abril fue ingresada en planta, con oxígeno. «Tenía neumonía doble, décimas de fiebre, diarrea… Sentía un gran agobio», rememora. Mejoró ligeramente y fue dada de alta, pero Inés admite que ya nunca ha vuelto a ser la misma ni a recobrar por completo la plenitud. Recuperada del aneurisma que sufrió, los médicos asocian su estado actual a los efectos a largo plazo que provoca el virus. «Me levanto cansada, me tengo que sentar al momento», explica Inés, para quien la situación supone todo un varapalo emocional: «Antes de que me contagiara yo era muy activa. Trabajaba limpiando, salía de una casa y me iba a otra, sin parar. Ahora hago una cama y me tengo que sentar. No he vuelto a trabajar».

En abril se van a cumplir dos años de que recibiera el alta tras infectarse del SARS-CoV-2 pero los males se han cronificado. Como otros enfermos de coronavirus persistente, las secuelas también son psicológicas. «Todo esto me ha causado una depresión y estoy en tratamiento psiquiátrico, medicándome». También se topa con una cierta incomprensión del sistema y con la falta de soluciones. «Me siguen haciendo pruebas pero no hay nada concluyente. Ahora me van a hacer más analíticas para ver si me falta algún componente y por eso me encuentro así».

«Tengo 39 años y estoy en un cuerpo de 80»

Jordi Gil Nogués, de 39 años y de Tivissa, cogió el SARS-CoV-2 en la tercera ola, a finales de diciembre de 2020. En aquel momento no tuvo mayor trascendencia. «Fue algo normal, pero después de pasar los días en casa, sentía que me costaba respirar. Pensé que era por haber estado confinado», recuerda.

Los días pasaban y las limitaciones no se iban. «No podía mover ni una valla de obra de 10 kilos. Y me ahogaba», relata. Pronto la doctora de cabecera le dio el diagnóstico: Covid persistente, y ahí empezó un calvario para su salud y también desde el punto de vista sanitario. «Me he sentido totalmente desatendido», denuncia. En un año y tres meses apenas ha habido progresos: «No puedo hacer esfuerzos, a la mínima el corazón se me pone a 135 pulsaciones por minuto, antes subía las bombonas de butano de dos en dos y ahora me cuesta cualquier esfuerzo. No noto mejora, al contrario».

Acúfenos, pérdida de memoria, dolores musculares, diarreas, dolor de cabeza o náusesas forman parte de su cotidianeidad, marcada por el sufrimiento psicológico. «Es un golpe muy duro. No he podido volver a trabajar. Me encantaría mañana levantarme a las seis para entrar a las siete a trabajar», cuenta.

Se hace pruebas pero no hay nada concluyente. Está pendiente de un TAC y de iniciar un tratamiento nuevo para la fatiga. «Me lo atribuyen todo a la Covid pero las pruebas salen normales. Recuerdo que el neumólogo me dijo: ‘Espera y aguanta’», dice Jordi, que reclama una atención integral. «Faltan más unidades de Covid persistente, porque ahora mismo solo está la de Can Ruti y la derivación es imposible», explica, mientras intenta reponerse: «Vivo en la frustración de ver que el cuerpo no reacciona como antes. Es un duelo de salud, como el de quien pierde una pierna. Yo estaba perfectamente. Hasta 2015 subía la Pica d’Estats, corría carreras de montaña… Ahora si camino me canso y estoy dos días en que no funciono. Tengo un niño pero ni siquiera puedo correr detrás de él. Es muy fustrante». Desde octubre acude al psicólogo, donde intenta dotarse de herramientas para afrontar una nueva vida que resume así: «Tengo 39 años y estoy en un cuerpo de 80».

«No me recupero y por eso padezco ansiedad»

Joan Cester, cambrilense de 47 años, se contagió en mayo de 2021 y casi un año después padece las secuelas de una Covid que le ha cambiado la vida por completo. «No soy la persona que era antes, no hago vida social, soy empresario y no puedo hacer reuniones… mil cosas, no tiene nada que ver con la vida que tenía antes. No puedo planificar porque no sé cómo estaré mañana», admite.

Todo empezó hace diez meses. «Me empecé a encontrar mal, con los típicos síntomas, de estar hecho polvo. Fuimos a urgencias del CAP y allí di positivo tanto yo como mi mujer y mis hijos, los cinco en la familia», relata Joan. Permanecieron en casa confinados. Iban mejorando pero la situación se torció. «Tenía como una gripe muy fuerte y empeoré mucho, con falta de aire», explica. Fue a urgencias de Joan XXIII, luego al Sant Joan a hacerse pruebas y acabó con una neumonía bilateral. Estuvo siete días ingresado en la UCI, aunque sin intubar, y otros siete en planta. «Al salir estaba muy cansado, no me podía levantar de la cama, la recuperación era muy lenta pero lo achacaba a las secuelas de la UCI. A finales de junio perdí el conocimiento, fui a urgencias y me hicieron las pruebas por si había trombos y se descartó».

Ahí arrancó su calvario, «mi nueva vida con Covid persistente», una patología que se manifiesta prácticamente a diario. «Constantemente tengo mareo y vértigo. Hay días más fuertes e intensos que otros. También sufro taquicardia, escalofríos, dolores musculares, fatiga crónica». Luego vino la ansiedad y la depresión. «Veía que era una enfermedad fuerte que se alargaba», asume. A través de la mutua se sometía a pruebas para descartar otras afecciones, sin nada más concluyente que el coronavirus de larga duración. «Tengo tos y carraspera. Cualquier esfuerzo mental o físico me pasa factura», se lamenta.

Compartir la experiencia

Se toma medicación para la hipertensión y un ansiolítico por las noches: «Me despertaba con partes del cuerpo dormidas, así que tomo relajantes musculares. Sufro ansiedad porque veo que no me recupero». El único consuelo es la asociación de enfermos de Covid persistente y los testimonios cercanos para compartir experiencias. «En los primeros meses te sientes un poco raro. Los médicos no saben qué decirte y los que te rodean tampoco. Vas buscando y das con la asociación, que hacen como médicos y te alivian. Si se me duerme un brazo, ya no pienso que estoy teniendo un ictus, sino que es una parestesia, como le pasa a 10 personas más. Y no me lo tomo en plan catastrófico».

«Nos sentimos incomprendidos»

Mónica González, de Cunit, es otro de esos casos en los que la Covid-19 parece haber generado una vejez prematura, pese a una cierta mejora experimentada últimamente. «Tengo 42 años, antes parecía que tenía 85... pues ahora siento que tengo 70. He progresado, pero muy poco», asume ella. Fue diagnosticada de Covid el 29 de marzo de 2020, en plena primera ola. En unos días se cumplirán dos años de esta pesadilla inacabada.

«Va como a rachas, según la época. El ahogo ha mejorado mucho en mi caso pero la taquicardia y el cansancio siguen ahí», dice ella, que se resigna: «No he vuelto a ser la misma desde entonces. Me gustaría recuperar todo el tiempo pasado, que he perdido y no he podido disfrutar». El coronavirus ha cambiado su día a día por completo. De jugar y entrenar a pádel varias veces por semana a no poder caminar 15 minutos sin que le falte el aire.

Lejos queda ya aquella fase aguda de la enfermedad. Sintió ahogo y falta de aire como primeras señales de la Covid-19. Fue diagnosticada con neumonía en el hospital pero no se quedó ingresada. Mejoró pero los síntomas volvieron a los pocos días y prácticamente no se han marchado en este tiempo. En estos dos años ha convivido con taquicardia, presión en el pecho, calor, ahogo, cansancio repentino, mareos, fatigas o diarreas que van y vienen.

«Los síntomas van y vienen»

Los avances son muy leves. «Estoy mejor, pero no puedo subir una escalera sin cansarme mucho y sin que se me acelere el corazón. Antes era ir de la cama al sofá y ahora me muevo un poco más. Es como algo cíclico, síntomas que van y vienen. La mayoría de afectadas somos mujeres y hemos visto que la regla empeora la situación. Nos sentimos peor cuando viene, y es algo que no me pasaba antes», cuenta ella, que se visita con el cardiólogo o la neumóloga y que participa en un estudio a través del CAP Jaume I para conocer la evolución de su patología y arrojar luz sobre una Covid de larga duración que sigue rodeada de incógnitas.

«Te sientes un poco incomprendida. Ya sabemos que es una enfermedad nueva, que nos ha sorprendido a todos, pero han pasado dos años y eso es mucho tiempo para investigar. Te dan tratamientos para tratarte tus síntomas pero no te dicen por qué te está pasando», explica Mónica, que no ha podido volver a hacer deporte, algo que practicaba antes con asiduidad. Como otros afectados, pide más unidades de atención persistente. «En Tarragona estamos olvidados. En toda Catalunya solo está Can Ruti como unidad especializada y es imposible acceder. ¿Por qué no se prioriza a los que llevamos tanto tiempo padeciendo esto? Necesitamos más servicios porque hay mucha gente afectada». Mónica sufrió también una tromboflebitis, una inflamación de las venas, que la obliga también a llevar un control desde medicina vascular.

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