El día preveraniego invitaba a un baño con poca ropa en el mar, a un vermut despreocupado con gafas de sol. Costumbres rutinarias cuando la época estival empieza a asomar la cabeza y enciende las neuronas de los amantes a pieles rojas y doradas. En cambio, el 26 de abril de 2020 no se recordará como un domingo habitual. 42 días después de severa cuarentena, los niños y niñas menores de 14 años tomaron las calles. No sólo ellos. Sus adultos encargados gozaron también de la libertad callejera y de un rayo de luz hacia la recuperación.
El goteo humano decoró los pueblos y ciudades, atrapados por la tristeza del vacío y la inexistente actividad en el último mes y medio. Una pandemia, un virus, ha instaurado la cultura del miedo, no sólo en el Camp de Tarragona, también en el mundo. Para los pequeños y pequeñas fue un grito de alivio en silencio y prudente. Un pedaleo de bicicleta, un impulso en el patinete o un pequeño castillo en la arena, les devolvía la normalidad. Porque, en este escenario, nadie lucha por sentirse especial, todos lo hacen por recuperar lo normal.
Alexandrina, una pequeña con raíces moldavas y afincada en Cambrils, se dejó el sueño nocturno en la inquietud. «Ayer le dije que íbamos a salir y no ha dormido», reflejó su madre, mientras las dos juguetean en la playa a media mañana. Alexa cargó con el patinete y alguna que otra herramienta para completar su paseo de 60 minutos a plena distracción. Andaba tan concentrada en la tarea que apenas se dio cuenta de que una cámara enfocaba su sonrisa.
El paseo cambrilense no presentaba la estampa de un domingo soleado de primavera. Las terrazas permanecían con las sillas y sus mesas atadas, los locales, con la persiana bajada, y el mar respiraba un sosiego casi irreconocible. Sólo las bicicletas y las familias, muy al estilo dominguero, recuperaban el rostro de uno de los puntos de influencia más habituales de la villa marinera. No se observaron demasiadas aglomeraciones.
Luka departía con su madre subido en su patinete inseparable. Los dos, no se olvidaron de los utensilios de protección como la mascarilla y los guantes. Aprovecharon el carril bici para activar su estado físico. «Tenía muchas ganas de salir. Le veo más contento» aseveró ella, mientras el pequeño sentía curiosidad por la cámara que le apuntaba. No le quitó el ojo, a media sonrisa pícara. Las familias numerosas se acercaron a las barcas de pescadores, que dormían en su lugar habitual, extrañas por una situación inesperada. «No sé quién tenía más ganas de salir, si ellos o nosotros», reflejó un padre adaptado a la crisis.
Alena e Íker contemplaban el paisaje sentados en un banco, como medio descansando de su primer esfuerzo del día. A los dos se les notaba como relajados, aliviados. Sólo contemplaban. «Ya era hora, lo necesitaba», soltó con timidez Íker. Junto a ellos paseaban por la zona un puñado de carritos de bebé. Seguramente a éstos, algún día, les explicarán que han vivido un confinamiento sin apenas darse cuenta.
La trampa
La Rambla de Tarragona y el Passeig Mata de Reus sí reunieron gentío abundante. En algunas ocasiones se utilizó cierta picaresca para burlar la norma. Por ejemplo, cuatro adultos con dos niños. Incluso, algún abuelo no pudo soportar más el encierro y aprovechó para dejarse ver. No reinó, por suerte, esa trampa a nivel general.
El pequeño Javier, de dos años y medio, convirtió la Rambla Nova en un inesperado circuito de MotoGP durante poco más de una hora. Se dispuso a regresar a la calle a lo grande, con su moto recién estrenada. Quedó tan agotado que al volver a casa se quedó dormido.
La zona verde, en la orilla del río Francolí, se postuló en otro lugar efervescente durante el día. Incluso, los más atrevidos desempolvaron sus patines para no perder ni un segundo en la salida al aire libre.
En el Passeig Prim de Reus, algunos adultos reflejaron en su móvil lo de día histórico. No pararon de sacar fotos a sus niños subidos en bicicleta, en patinete o saltando para desfogarse de los espacios reducidos. Todo el paseo recibió la visita de los humanos con una frecuencia interesante y alguna que otra peripecia.
El primer día de libertad no sólo contentó a la infancia, también a los adultos. Y dejó claro que muchas veces, luchar por lo normal resulta más emocionante que luchar por ser especial.