Con la pipa y el sombrero, así 
es el Quevedo

Plaça del Fòrum. Francesc Jerez regentó más de veinte años un bar. Confiesa que el cierre del negocio fue «traumático» y explica cómo es su vida de ahora, de jubilado

13 diciembre 2019 09:30 | Actualizado a 13 diciembre 2019 10:08
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Pipa entre dedos y labios, y sombrero en la cabeza. Así es Francesc Jerez Martí, conocido por los tarraconenses como el Quevedo. ¿Quién no recuerda la sepia con allioli o los callos que servía? Jerez regentó durante más de veinte años uno de los bares más míticos e históricos de la Part Alta, La Queveda, ubicado en la Plaça del Fòrum. Hace seis años, la crisis económica se llevó por delante el negocio, pero Jerez sigue al pie del cañón, presumiendo de su condición de tarraconense. Ahora, jubilado, disfruta de sus nietos, canta en un coro y se manifiesta «por sus derechos nacionales», asegura.

Nació un 28 de mayo del año 1951. Tuvo una buena niñez, aunque envuelto de postguerra. «A pesar de ser una familia humilde, mis padres tenían un bar, lo que impidió que pasáramos hambre», recuerda Jerez. Cuando cumplió los cuatro años, llegaba al mundo su hermana.

La familia vivió siempre en la Plaça del Fòrum. En el número 5, tenían la casa, y en el 6, el bar. «Por ese entonces, por la plaza todavía circulaban coches en ambos sentidos», explica. Estudió en el colegio de Les Coques y, más tarde, inauguró la escuela Jaume I. Acabó su formación en el Institut Martí i Franquès –antiguamente ubicado en la Rambla Vella–.

Jerez se casó en el año 1975, con una chica que conoció unos años antes en el club de jóvenes de la Part Alta. «Allí íbamos los que teníamos inquietudes políticas y ganas de organizar saraos», recuerda. Tiene dos hijos: David, que es cocinero, y Laia, maestra. Habla de ellos con orgullo.

¿Pero y cuándo entra en escena el bar La Queveda? «¡Uy, mucho antes! Cuando yo nací, ya hacia treinta años que funcionaba», asegura Jerez. Los abuelos paternos del protagonista abrieron el negocio en el año 1921. Empezó como una pequeña bodega que, poco a poco, se fue haciendo grande. Como curiosidad, el nombre del bar surge del apellido de su abuela. «Se llamaba Anna Quevedo. Sonaba muy basto, así que decidieron feminizar el concepto, y acabo llamándose La Queveda», aclara Jerez.

Su abuela murió muy joven. Fue entonces cuando su padre dejó su trabajo para dedicarse exclusivamente al negocio familiar. La madre de Jerez se unió al proyecto. El protagonista de esta historia, por ese entonces, acababa de nacer. «Siempre he visto a mis padres detrás del mostrados», explica.

El primer trabajo de Jerez fue en las oficinas de la clínica Monegal, donde también trabajaba su tío. Pero seis meses después empezaba su aventura en el Banco Catalán de Desarrollo –estaba ubicado en la Plaça Verdaguer–. La entidad bancaria decidió abrir una sucursal en Palma de Mallorca y Jerez fue trasladado durante dos años. «Con la crisis de los años 70, decidí pasarme a la empresa privada», recuerda Jerez.

Y así fue hasta que cumplió los 40. «Mi padre se jubilaba. Intentamos arrendar el negocio pero no salió bien. Finalmente, me hice cargo yo», explica Jerez, quien estuvo hasta los 63 años al frente del negocio. El secreto del éxito, asegura el protagonista, fue dar productos de primera calidad y trabajarlos bien.

Hace unos seis años, Jerez se vio obligado a cerrar el bar. «Fue muy traumático», recuerda. La crisis le arrebató lo que más quería. El protagonista reconoce que el año siguiente fue muy malo, sobre todo por dos temas. «Mi sueño era que el bar llegara a los cien años, como mínimo. Pero no pudo ser. Por otro lado, lo más duro fue que me jubilaba a los 63 y, como autónomo, no podía hacerlo hasta los 65. Esto supuso que estuve un año y medio sin cobrar absolutamente nada», explica Jerez.

«La plaza se ha prostituido»

¿Y qué sientes al ver esta plaza ahora, con tantos bares?, pregunto. «Siento añoranza y, a la vez tristeza. Este rincón se ha prostituido», opina Jerez, quien añade que «durante muchos años, aquí solo estábamos el Tòful y nosotros. En los 90, llegó Les Tres Bessones. Ahora, hay unos 14 bares». El que fue propietario de La Queveda asegura que «antes, te sentabas en una terraza de la Plaça del Fòrum y respirabas tranquilidad, paz. Ahora, esto se ha convertido en una Plaça de la Font Bis».

Jerez lleva unos años jubilado, pero su sentido crítico está más activo que nunca. Por las mañanas pasea y algunas tardes va a recoger a sus nietos al colegio. Lo que no cambia es su relación con la pipa. Empezó a fumar a los 18 años. Lo hizo para diferenciarse del resto de mortales. «Tengo los pulmones limpios, no me trago el humo», dice. Ahora, una vez jubilado, a la pipa se le ha sumado el sombrero. Es un hombre con personalidad.

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