De herido en Reus a luchar contra ETA: «Siento una mezcla de dolor y orgullo»

Testimonio. Una bomba hirió a Juan José Mateos en el aeropuerto y se acabó retirando años después por las secuelas. Tras el atentado se integró en el grupo antiterrorista de la Guardia Civil en el País Vasco

03 mayo 2018 08:36 | Actualizado a 03 mayo 2018 08:54
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Era sólo un chaval de 22 años cuando la bomba de ETA en el aeropuerto de Reus le destrozó los tímpanos. El artefacto, colocado en una papelera del vestíbulo, le tiró al suelo con violencia. «Lo primer que recuerdo es ver a mucha gente por el suelo. Fue un caos total. Me acabé incorporando pero pensando que en cualquier momento me iba a desvanecer y me podía morir», recuerda. 

Juan José tenía cortes en el cuello. Sangraba por la boca y por los oídos. No fue revisado a fondo hasta varios días después. «Aquel mismo día fuimos al hospital, pero estaba tan saturado por todos los heridos, que no nos quedamos, porque preferimos que se diera prioridad a los civiles. Los siguientes días seguí trabajando hasta que me obligaron a pasar un reconocimiento. Me acabaron operando tres veces», explica.

Hasta hace poco no podía rememorar esos detalles sin contener la respiración por aquel durísimo trago que marcó –y cambió su vida– para siempre. Juan José Mateos (46 años), guardia civil salmantino destinado en Tarragona en 1996, fue una de las víctimas de aquel atentado, pero también alguien vinculado estrechísimamente desde entonces a los pasos que daba la banda terrorista. 

«Es un cambio de actitud»
Se retiró definitivamente en 2016, por las secuelas de la bomba, que básicamente mermaron su audición hasta hacerla incompatible con su labor en el cuerpo. 

«Vi a mucha gente en el suelo. No sabía ni dónde estaba. La bomba me destrozó los tímpanos. Me tuvieron que operar tres veces de la cabeza»

Desde San Sebastián, donde reside, vive días de alta carga emocional: «Lo primero que creo es que ETA está intentando blanquear más de 50 años de su actividad violenta. Ellos ya no escriben estos comunicados que vemos, el mensaje es mucho más suave. En todo caso, hay que valorar el cambio de actitud». 

El sentir de Juan José está lleno de matices, de sensaciones encontradas. Valora el adiós de la banda pero se ve fuera de esa pretendida indulgencia, insuficiente para muchas de las víctimas civiles, e inexistente para aquellos que formaron parte de las fuerzas armadas. «Ellos matizan que no piden perdón a los que han sido parte de la estructura del estado. ¿Cómo diferenciamos a un concejal local del PP asesinado o a un empresario de los que luchábamos contra el terrorismo?». 

Pese a todo, para Mateos lo fundamental es que se haya dejado de matar para siempre. «Lo valoro positivamente, porque tiene que haber una convivencia y ellos han cambiado de actitud. Pero a mí no me sirve, no me puede servir ese perdón. Yo me pregunto: ¿El hijo de un guardia civil que ETA asesinara es parte de lo que ellos llamaban ‘los represores’?». 

Guardia civil por vocación
La explosión de Reus dejó en él unas profundas secuelas no sólo físicas sino también psicológicas, que requirieron tratamiento, pero no resquebrajaron su aspiración inicial: «Yo soy guardia civil y lo llevo en la sangre. Es algo vocacional. Yo crecí al lado de un cuartel. Me crié en Ciudad Rodrigo, lejos de cualquier adoctrinamiento y de cualquier entorno radical. Siempre tuve claro que quería hacer lo que muchos compañeros no querían y ante lo que vi y viví me vinculé mucho más».

«Valoro positivamente la disolución de ETA pero su perdón no me sirve. No piden perdón a los que hemos sido parte de la estructura del Estado»

Superado el trauma de Reus, Juan José fue destinado tres años después al País Vasco, donde ingresó en el GAR (Grupo Antiterrorista Rural) en plenos años de plomo: de 1998 a 2005: «Estuve seis años, a pesar de unas secuelas que no eran muy compatibles con una unidad tan dura físicamente». Era la fuerza de operaciones especiales predecesora del actual Grupo de Acción Rápida. 

En aquella época la acción terrorista descendió pero cada día había actualidad de ETA. «Estás en tensión constante, en una incertidumbre continua. Los superiores te forman con teórica y luego está el entrenamiento físico».

Después está el pálpito de la calle, la vida convulsa de la época. «En ocasiones había detenciones y operaciones y muchos interrumpíamos nuestros descansos para intervenir. Es un adiestramiento especial, extremo», añade Juan José, que define aquella época como «los mejores años profesionales de mi vida». «Estaba en la única unidad especial creada y diseñada para combatir a ETA». 

Detenciones y cercos
Las operaciones en los últimos años 90 se espaciaban más que antaño y, aunque acciones como los tiroteos también descendieron, la alerta era máxima. A diario se andaba al acecho: «Hubo intervenciones complicadas por la tensión del momento. Hacíamos detenciones o montábamos un cerco porque había algún aviso de bomba en algún edificio». 

«A pesar de mis secuelas estuve seis años en la unidad antiterrorista en el País Vasco, que era durísima, pero fue la mejor época de mi vida»
 

Juan José participó en dotar de eficacia a la pionera unidad, bien armada armamentísticamente y crucial a la hora de formar la base de datos de información y documentación policial sobre los terroristas, algo clave para acabar después con la banda. 

Por entonces, el recuerdo amargo de Reus quedaba ya lejos, como un espectro fantasmal en la memoria, aunque volvía de vez en cuando. «Los compañeros están al margen de tu vida anterior. Yo tenía más o menos oculto que había sido víctima de un atentado. Luego había gente que si se enteraba se preocupaba por ti y se dirigían a ti. Entonces es cuando se pasa muy mal y te vienes abajo. Al ver que funcionas bien, vas tirando. El día a día me hacía olvidar lo que pasó, pero luego te podías hundir en un momento dado». 

Durante muchos años le tocó vivir con la violencia y la pérdida de amigos o compañeros, al tiempo en que un coche bomba o un artefacto le devolvían, de vez en cuando, al episodio del aeropuerto. Aún se emociona cuando recuerda a amigos asesinados, como Irene Fernández, una compañera de promoción fallecida en el año 2000 en Sallent de Gállego (Huesca) por una bomba colocada en el coche patrulla que iba a usar. 

No hablar del tema
O el coche bomba que estalló en Logroño en 2001. «Sentí la explosión en casa y aquello me hizo retroceder al atentado que yo sufrí. Lo pasaba muy mal. Todo aquello lo combatía con deporte, con el día a día en la unidad y sobre todo no hablando del tema durante tiempo», rememora. 

«Sientes que tanto dolor ha sido absurdo y también estás satisfecho de haber estado ahí, luchando en la trinchera»

Juan José, entre renuncias y pequeñas victorias, se ha plantado en la retirada del cuerpo con una mochila de vivencias intensas y emociones no menos punzantes, ¿pero qué siente ante el adiós definitivo de la banda? «Es una mezcla de dolor y a la vez de orgullo. Ves que tanto dolor ha sido absurdo, que no ha tenido sentido de ningún tipo, y también te sientes satisfecho de haber estado ahí, luchando en la trinchera». 
Aquellos años de lucha antiterrorista en primera fila, incluso en el cuerpo a cuerpo, se sintetizan bien en algunos pasajes de 'Los verdugos voluntarios' (Editorial Círculo Rojo), su libro, que es una crónica en primera persona de la vida policial bajo la amenaza terrorista. He aquí un pasaje: 

«Seguí observando los movimientos de esas tres personas al igual que mi compañero. Portaban armas, eran pistolas, y uno de ellos llevaba un subfusil, con intención clara, por lo que se podía observar, de utilizarlas de forma inminente. Antes de que pudiéramos reaccionar ya habían disparado, su objetivo era un camión, que no lograron detener. De forma inmediata, les dimos el alto, acto seguido se escucharon varios disparos desde puntos diferentes hacia nuestras posiciones. Nosotros, como es obvio, bien parapetados (es doctrina en la unidad), respondimos con nuestras armas hacia sus siluetas con disparos certeros, en pocos instantes abatimos a los tres terroristas». 

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