La fachada marítima: La cicatriz de Tarragona

Es otra asignatura pendiente. El trazado férreo ha separado la ciudad de la playa. Los proyectos de desvío del tren están en vía muerta

19 mayo 2017 16:52 | Actualizado a 19 mayo 2017 16:52
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Tarragona es experta en políticos que lanzan ideas aventuradas, pero en la fachada marítima la capacidad de fabulación se desborda. ¿Alguien ha visto los dos ascensores que prometió a bombo y platillo el entonces alcalde Joan Miquel Nadal durante la campaña de las municipales de 1999 y que servirían para unir el Balcó del Mediterrani y la playa del Miracle? ¿O las escaleras mecánicas que su sucesor, Josep Fèlix Ballesteros, aseguró en 2009 que se construirían en la Baixada del Toro y el Amfiteatre?

Aquellas dos ideas –y muchas otras que han ido surgiendo – intentaban maquillar, como si se tratase de una cirugía estética, la peor cicatriz que rasga la piel de Tarragona: las vías del tren que dibujan una férrea fachada marítima, destrozada aún más por ese inútil mamotreto de cemento que es la plataforma del Miracle.

A finales de año, si todo va como está previsto, la tan deseada conexión entre la Rambla Nova y el mar será una realidad. La empresa Vías y Construcciones, filial de ACS, firma propiedad de Florentino Pérez, construirá una pasarela que debe estar lista en diciembre y cuenta con un presupuesto de 1,5 millones.

La pasarela se elevará ocho metros por encima del paseo marítimo y de las vías del tren. Partirá desde la Baixada del Toro. Para llegar a pie de playa habrá una rampa y también dos ascensores. La longitud total del recorrido será de 300 metros.

También en diciembre debe estar finalizada la remodelación del paseo marítimo. Se suprimirá la zona de aparcamiento y el carril auxiliar, se ampliarán las aceras y se creará un carril bici.

La solución definitiva a la fachada marítima –el traslado de las vías del tren– no tiene fecha. Se ha propuesto desviar el trazado férreo hacia el centro de Tarragona y soterrarlo, para construir una estación en el entorno de la Plaça Imperial Tarraco. Pero su altísimo presupuesto –se llegó a hablar de que costaría 3.000 millones de euros– lo hace inviable en mucho tiempo.

Otra idea sitúa la estación en el entorno de la Horta Gran. Las vías se soterrarían a partir del final de la Platja Llarga y discurrirían por debajo de la antigua circunvalación.

A la espera del sueño casi imposible de librarnos de las vías, una cuestión pendiente es la estación de tren. El lavado de cara que se le hizo hace unos años palió la imagen de una estación tercermundista, más propia de un apeadero en medio de la nada que de la segunda capital de Catalunya. Pero le faltan escaleras mecánicas y ascensores. Los pasajeros tienen que arrastrar sus maletas escalones abajo y arriba.

El ente gestor de las infraestructuras, Adif, adjudicó las obras de mejora por 3,1 millones de euros, la mitad del presupuesto que había prometido el Gobierno de Rajoy. Y encima el PP sacó pecho. Faltaban los populares –tras PSC y Convergència– para tomarnos el pelo a los tarraconenses.


El soterramiento de Bofill
El proyecto más emblemático de fachada marítima es el del arquitecto barcelonés Ricardo Bofill. Emblemático y «alocado», como el propio Bofill admitió. En marzo de 2003 – poco antes de los comicios municipales de mayo de aquel año, casualidades de la vida– Nadal inauguró en la Rambla Nova una carpa en que se detallaba el proyecto de Bofill.

Con un presupuesto de 110 millones de euros y un plazo de ejecución de cinco años, el proyecto preveía liberar 370.000 metros cuadrados gracias al soterramiento de las vías y de la propia estación. Se destinarían 32.000 metros cuadrados a viviendas y el resto a zonas verdes y paseos. La construcción de inmuebles serviría para financiar el coste del soterramiento y la urbanización. En 2003, estábamos en plena burbuja inmobiliaria.

El proyecto planteaba construir un aparcamiento subterráneo para 1.000 plazas bajo la Plaça dels Carros y un auditorio con capacidad para 500 personas. Sin olvidar la conexión, a través de ascensores panorámicos, con el Balcó del Mediterrani.

Aquella carpa que se instaló cerca del Balcó es uno de los recuerdos de infancia de Adrián Guerricagoitia, un estudiante de Ingeniería Civil que dedicó su trabajo de fin de grado al ‘Proyecto de urbanización del espacio liberado con el soterramiento de las vías del ferrocarril en Tarragona’. «Me inspiré en las ideas de Bofill que recordaba de pequeño», explica Guerricagoitia, que se llevó un 8,5 en su trabajo. Adrián preveía convertir lo que ahora son vías en una rambla e instalar ascensores y rampas entre el Balcó y la playa.

Este año se cumplirá un siglo del primer proyecto de ascensor en el Balcó. En 1917, ya se ideó una torre metálica con un ascensor interior pegada a la pared de piedra y luego un puente para superar las vías. Diez años después, Lluís Mallafré dibujó cómo unir la Rambla y la playa.

En 1949, el Ayuntamiento presentó al propio Franco un proyecto para construir una nueva estación pared con pared con el anfiteatro. Y en 2006, el diseñador de la carpa del Camp de Mart, el arquitecto técnico Ángel Martínez Lanzas, ya fallecido, ideó una torre de más de 300 metros de altura en forma de vela con ascensores, cines, comercios... «Fue un gran sueño», dijo Martínez Lanzas en una entrevista. Sueño incumplido. Por suerte.

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