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Las subidas de tipos –en manos de cada ayuntamiento– y de valores catastrales –se hace una petición al Estado– han provocado que en los últimos años la recaudación del IBI se haya disparado pese a que los valores de la vivienda nueva se han depreciado un 24%, como pone de relieve un informe publicado por Sociedad de Tasación (ST).
Los datos corroboran ese mito popular que defiende que, pase lo que pase, el recibo de la contribución siempre sube. Porque si hay un tributo que nunca ha conocido la burbuja inmobiliaria (y su posterior estallido), ese es el IBI, la salvación y la niña bonita de los ayuntamientos.
Pese a que los valores de las viviendas y las fincas se han depreciado en Tarragona, la recaudación del impuesto que grava la propiedad no ha dejado de engordar, y con ello el dinero para las arcas municipales.
Un ejemplo se refiere a los años más crudos de la recesión.
Entre 2006 y 2017, los ingresos en la provincia han aumentado un 91%, desde los 167,2 millones a los 320,5, última cifra liquidada hasta el momento. O lo que es lo mismo: los ayuntamientos tarraconenses reciben hoy 153 millones más que hace una década gracias a este tributo clave en la financiación pública.
