'Me gustaría juntarme con gente de aquí para aprender más'

En el Camp de Tarragona viven casi 400 jóvenes que migraron solos. Dos de ellos hablan de lo que les movió a hacer el viaje (el 60% viene por falta de expectativas) y cómo ven su futuro

10 diciembre 2019 08:10 | Actualizado a 11 diciembre 2019 19:22
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«Me gustaría juntarme con gente de aquí para aprender más», dice la joven Bouissa, quien reconoce que cuando llegó al centro de primera acogida en Tarragona «no sabía decir ni hola» en castellano. Ahora vive en un piso asistido junto a otras seis jóvenes y aunque ha hecho amigos, le gustaría compartir con más personas de su edad.

Ella, nacida en Marruecos, es de las pocas menores que han migrado solas a España. De hecho, en la patera en la que viajaba, era la única mujer junto a 40 hombres. Actualmente hay acogidas en Catalunya 151 chicas (37 en el Camp de Tarragona) que representan apenas el 3% de un fenómeno meramente masculino.

Bouissa, que quisiera estudiar para ser educadora social, relata que se decidió a venir a España debido a su situación familiar. Tiene seis hermanos y todo se torció cuando su padre murió. Señala que durante la primera acogida sintió el peso del racismo, pero ahora está muy integrada en el piso y con muchas ganas de estudiar. Da muestras de gran complicidad con Armand, su educador y referente.

El testimonio de Bouissa es uno de los que se pudo escuchar ayer en el marco de la jornada «Hagamos de la excepción la norma», organizada por la Direcció General d’Atenció a la Infància i l’Adolescència (DGAIA) y la Facultat de Ciències de l’Educació i Psicologia de la URV. La idea de la jornada era mostrar experiencias de éxito con este colectivo y enseñar su realidad.

No se cumplen las previsiones

Para situar el fenómeno se dieron a conocer los datos de los jóvenes llegados solos a Catalunya. Valga decir que los primeros chicos sin referentes familiares vinieron a Barcelona en 1996 (ese año se contabilizaron 41). Las llegadas continuaron con algunos picos antes de la crisis, aunque fue en el 2017 y, especialmente, en el 2018, cuando se produjo un incremento exponencial. El año pasaso se recibió a 3.450 adolescentes y jóvenes, lo que hizo prever que este año se contabilizarían 5.500 nuevas llegadas. La cifra, no obstante, no se alcanzará porque hasta octubre de este año habían llegado 3.277.

La mayoría, 77,2%, provienen de Marruecos y el principal motivo para migrar es la falta de expectativas (59,9% de los casos) y la situación de pobreza en su país de origen (54,7%).

No obstante, aunque este año no han llegado en el número esperado, el reto permanece. Actualmente un 37% de los jóvenes atendidos por el sistema de protección en Catalunya son mayores de edad y, a finales del año que viene, 550 jóvenes más habrán cumplido los 18.

Aunque se pueda alargar su estancia en pisos tutelados de la Generalitat, el gran problema al que se enfrenta la inmensa mayoría es que no contarán con documentación ni permiso para trabajar.

Es la situación que tiene actualmente Bouissa y también Baba. Él llego a Catalunya en 2017 después de haber sido rescatado por un barco de la ONG Open Arms. Pasó por La Mercè, en Tarragona, el centro Voramar de El Serrallo, donde hizo amigos y, actualmente, vive en un piso en Reus.

Uno de los saltos cualitativos en su vida social ha sido pertenecer a la colla de los Xiquets de Reus. Su primer contacto con los castells fue en Tarragona con las fiestas de Santa Tecla y desde entonces se quedó enganchado.

Baba ha hecho un curso de carpintería y quiere estudiar la ESO y trabajar, pero la documentación es su principal preocupación. Por ello pidió «que no nos lo pongan tan difícil, que nos faciliten el NIE para trabajar porque puedes estar dos años esperándolo».

Experiencias de éxito

En el Camp de Tarragona viven 391 jóvenes de este colectivo, y uno de los objetivos de la jornada era contrarrestar la imagen negativa que se suele tener de ellos, cuando «debería prevalecer la condición de niños y jóvenes en acogida sobre la de migrantes», defiende Isabel Carrasco, jefa del Servei d’Atenció a la Infància i l’Adolescencia de Tarragona.

Jordina Mora, del Servei a la Infància de INTRESS, entidad que gestiona algunos de recursos para menores no acompañados en el territorio, explicó algunas de las iniciativas en las que estos jóvenes ya se han implicado, como el trabajo voluntario que desarrollaron durante las riadas en la Conca de Barberà.

Mora destaca que, a diferencia de lo que pasaba hace unos años, los chicos llegan a Catalunya con idea de hacer su vida aquí en lugar de emigrar a otros países.

Entre las actividades que realizan, hay jóvenes que asisten como voluntarios a residencias de mayores: «los abuelos les enseñan catalán y ellos les explican cómo funcionan los móviles».

En otro centro, después de decidirlo en asamblea, están trabajando para habilitar un almacén como gimnasio.

Además, muchos han participado en la organización de las fiestas populares y de hecho muchos saldrán en las cabalgatas de Reyes. «En los municipios pequeños ha sido todo más fácil», reconocía Mora.

El reto: papeles e integración

El principal reto, apuntan los trabajadores del ámbito social, es resolver el problema de documentos y permisos de trabajo, porque algunos jóvenes, llegados los 18 deciden no seguir en pisos de la administración, con lo que quedan en la calle en una situación de «completa vulnerabilidad».

También desde el punto de vista social, señalan que todavía falta encontrar la manera de que estos jóvenes puedan compartir con otros jóvenes de su edad para conseguir un arraigo efectivo.

Reconocen, además, que hay que seguir formando al personal que atiende a estos menores y que la sociedad en general deberá hacer un esfuerzo por entender que su integración no es cosa exclusiva de la administración.

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