Se multiplican los usuarios de los comedores sociales de Tarragona

A los servicios de Bonavista y la calle Cervantes acuden personas que nunca habían necesitado ayuda para comer. La pandemia ha complicado la forma de atenderles

16 diciembre 2020 19:30 | Actualizado a 17 diciembre 2020 06:25
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Calle Cervantes; doce del mediodía. Una mujer reparte entre un carrito de la compra y una bolsa los alimentos que le acaban de dejar en una caja de plástico en la puerta del comedor social Taula Amiga. Mientras lo ordena todo cuidadosamente explica que tiene más de dos años en el paro y dos hijos a cargo; una niña y otro mayor de edad «que estudia medicina. Es muy buen estudiante y tiene beca», explica sin poder ocultar su orgullo. Madre separada, los alimentos que se lleva serán la base de la alimentación de su familia durante una semana.

Ella es una de las caras conocidas del comedor que gestión la fundación Formació i Treball, pero explica, cada vez hay más caras nuevas. Inicialmente el comedor solo ofrecía la comida cocinada que servían allí, pero luego vieron que había familias que sacaban más provecho a poder cocinar ellas mismas. Esta parte del servicio comenzó en 2015 con cuatro familias. En enero de este año ya eran 120 las familias y, desde que comenzó la pandemia han tenido que sumar otras 25 más.

Pero la esencia del comedor son las personas que cada día iban a comer allí y que, obligadas por la pandemia, ahora recogen la comida preparada en envases. Aquí también hay caras nuevas, personas de diferente edad y género. Una de ellas es una mujer joven, bien vestida, que sufre un mareo mientras espera. Otra mujer explica que la joven vive «en un piso de lo más bonito», pero desde que comenzó la crisis sanitaria no tiene ingresos.

También acaba de recoger la comida Roberto, que llegó a España a finales de febrero tras años huyendo de la violencia en su país, Colombia. En enero sufrió un atentado. El estado de alarma le dejó en el limbo, sin poder comenzar sus trámites para pedir asilo político, algo que ha podido solventar hace poco. Viene al comedor desde hace mes y medio: «La comida es de calidad y siempre te atienden con amabilidad y respeto». Reconoce que nunca había tenido que ir a Servicios Sociales y que, en un principio le dio apuro, pero ahora se siente confortado. Especialista en limpieza industrial, de momento vive con el dinero que le envían familiares y amigos.

También es nuevo usuario Julio, quien cuenta que «mi familia y yo trabajábamos en una franquicia de jamones y tuvimos que cerrar. Si no fuera por este servicio no sé qué habríamos hecho... Tenemos unos ingresos de 200€ entre mi mujer y yo, y con estos 200€ tenemos que pagar el alquiler, la luz…»

40% más de usuarios

Todos los usuarios vienen remitidos por el Instituto Municipal de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Tarragona que este año ha aumentado en un 40% las plazas, con lo que se llegará al centenar de personas diarias.

Idoia Jiménez, coordinadora de la delegación de Tarragona de Formació i Treball explica que «estamos viendo que hay muchas familias nuevas que antes venían a recoger bolsas de comida fresca y ahora van al comedor a recoger los tapers de comida preparada. Esto quiere decir que su economía ha disminuido muchísimo porque no pueden ni siquiera cocinar en su casa».

Jiménez explica que, a la par que ha aumentado la necesidad también lo ha hecho la solidaridad. Además de la aportación municipal, cuentan con la colaboración de numerosas empresas, entidades y particulares. Entre ellos el Banc d’Aliments, el Mercat Central y supermercados.

También han aumentado las personas que se ofrecen para ser voluntarias aunque de momento solo puede trabajar un número limitado para mantener las medidas sanitarias. «Somos muy estrictos porque no podemos permitirnos que haya un contagio y el servicio se pare», dice Jiménez.

Bonavista dobla usuarios

Si hay un servicio que sirve de termómetro de la situación social en la ciudad ese es el comedor social que gestiona la fundación Joventut i Vida en Bonavista. Si hasta el 14 de marzo atendían a unas 300 personas diariamente en el comedor, ahora han tenido que adaptar el servicio. Actualmente atienden a 82 familias (unas 250 personas) con menús para llevarse a casa en tapers de un solo uso y un paquete de alimentos para el fin de semana. Además atienden a 160 familias (480 personas aproximadamente) con paquetes de comida quincenales. Se ocupan, además, de suministrar la comida a las personas sin techo que duermen en el Palau Firal; antes ya lo hicieron en el albergue temporal del El Serrallo. «Desde que comenzó todo la demanda prácticamente se ha doblado, explica Raquel Quílez, alma, junto a su hermana Encarna, del comedor.

Aquí también hay muchas caras nuevas y hay quien no puede contener las lágrimas al acudir al servicio por primera vez, como cuenta Agustina Ranellucci, enfermera de la entidad, quien explica que las personas están mucho más acostumbradas a pedir ayuda cuando tienen un problema de salud que cuando tienen un problema social. No obstante, cuando los usuarios superan el momento inicial de vergüenza, suelen sentires reconfortados, acompañados. «Les decimos que entendemos que tienen muchos problemas pero que sepan que, mientras nosotros estemos tener comida para sus hijos no va a ser uno de esos problemas», dice Raquel.

Aquí también ha tocado reinventar el servicio a toda velocidad para adaptarse a las necesidades pero, como cuenta Raquel «sabemos que estamos respaldados, que hay mucha gente queriendo ayudar», señala..

Su lista de la solidaridad es interminable. Más allá de las aportaciones de las administraciones (Ayuntamiento, Diputació, Generalitat) cuentan con el apoyo del Banc d’Aliments, supermercados y diferentes empresas de alimentación. Pero hay, además, multitud de personas solidarias que ayudan con todo tipo de iniciativas o que, simplemente, pasan a dejar alimentos cuando compran comida para sus casas; hay colegios, como Joan XXIII, que organizan recogidas de alimentos periódicamente... Y también hay, reconocen, hay personas que antes colaboraban y que ahora, por culpa de la crisis, necesitan ayuda.

«Tenemos mucha demanda y sabemos que esto acaba de empezar, pero nos sentimos valientes. Por ejemplo, si necesitamos lentejas llamamos al club excursionista Allibera Adrenalina y tenemos lluvia de lentejas. Y como ellos mucha gente» dice Raquel.

Pero el comedor social es mucho más que un sitio donde se da y recibe comida. Cuando acudimos la sala contigua, que habían preparado para atender a las personas mayores del barrio que viven solas (un servicio que han tenido que transformar por la pandemia) está llena de regalos. Son los juguetes que está recolectando la entidad Juguetes del Rock para las familias usuarias.

También hay un piano y una pizarra donde aparece la partitura de un villancico. Nos explican que una pareja de voluntarios ha contratado a un profesor de música para que de clases a los niños del comedor en pequeños grupos.

La espinita que les queda, reconoce Encarna, son las fiestas que organizaban y los abrazos pendientes, pero están seguras de que regresarán.

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