«Sin residentes, el ciclo de vida de una ciudad turística es muy corto»

ENTREVISTA El profesor Antonio Paolo Russo de la Facultat de Turisme i Geografia de la URV señala que la gentrificación es la gran amenaza del turismo en las ciudades, lo que se puede evitar aumentando las plazas hoteleras para no expulsar a los vecinos

16 junio 2019 15:39 | Actualizado a 18 junio 2019 10:15
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Antonio Paolo Russo (Venecia, 1968) es profesor del Departament de Geografia de la Universitat Rovira i Virgili (URV) y director de Recerca en el Parc Científic i Tecnològic de Turisme i Oci. Es especialista en planificación turística, economía regional y urbana y geografía cultural. Es consultor internacional en diferentes proyectos de investigación.

Hace unos días se daba a conocer un estudio en el que se apuntaba que la ocupación de los cruceristas de los espacios públicos en Barcelona «expulsa» al vecindario y a los turistas. ¿Esto también pasa en la ciudad de Tarragona?
No, en absoluto. El nivel de Barcelona no es comparable ni tamopoco la forma en la que se da la ocupación del espacio. Sobre todo Ciutat Vella se ha especializado en recibir este tipo de flujos. Si en un futuro hay una expansión en Tarragona, que no se gestione, podría producirse, aunque no en el mismo nivel de intensidad, con la llegada de hasta nueve cruceros al día.  

¿Se está gestionando bien aquí?
El Ayuntamiento de Tarragona acaba de encargar un estudio que ha ganado Eurecat, el cual debe determinar cuestiones de este tipo.

¿Qué van a estudiar?
Cuál es el patrón de uso hoy en día de utilización del espacio público, por parte de los turistas, e intentar hacer un análisis de futuro. Esto al Ayuntamiento le permitirá negociar con el puerto el patrón de llegada de los barcos y la gestión del servicio de tierra, cosa que no se hizo en Barcelona hace quince años.

¿Conocer el nivel de saturación?
Sí. Estamos hablando de saber el nivel de saturación actual y también los patrones de comportamiento de los cruceristas para poder tener una política de gestión del crecimiento. En el estudio que nos encargan se identifican también unos espacios de alta presión turística, como la Part Alta, los espacios monumentales y la Rambla Nova. 

¿Barcelona ha pensado más en crecer y seguir sumando visitantes que en el cómo podía hacerlo?
Seguro que sí, pero también hay el problema de que la actividad crucerista responde a una estrategia completamente estatal. El Ayuntamiento tiene muy poca voz en decidir lo que puede y no puede hacerse. En cambio, aquí hay más posibilidad de llegar a acuerdos relativos a las franjas horarias. Y luego, hay otra cuestión importante, como es que la gran mayoría de los cruceristas que llegan a Barcelona visitan la ciudad. En cambio aquí no es tan claro. Una parte compra excursiones para conocer el territorio y se reparte mucho mejor el flujo.

«Si la ciudad de  Tarragona quiere crecer como destino turístico de patrimonio necesitará más plazas hoteleras»

¿El crucerista se comporta de forma diferente al turista convencional?
Sí. Su visita es más rígida en cuanto a espacio y a tiempo. Se trata también de un perfil que no tiene tanto interés en conocer los lugares más desconocidos, por lo que es más probable que acaben concentrándose en un mismo punto.  

Que en el caso de Tarragona es la Part Alta.
Efectivamente. Aquí tienen un papel fundamental los que ofrecen excursiones. Generalmente esta oferta está controlada por los mismos cruceros. Se vende el paquete dentro de la naviera y se utilizan operadores especializados. En el caso de Tarragona, hay un intento de desarrollar su propia oferta de estos intermediarios, que incluso pueden tener un papel estratégico para orientar estos flujos. 

¿El hecho de que se mueven por un espacio reducido hace que se perciba esta sensación de saturación más pronto?
Sí. En el caso de Barcelona hemos estudiado lo que pasa en dos plazas. Una que forma parte de los itinerarios, y otra, aunque es muy céntrica también, no lo es. Entonces puede verse que el día que llega un crucero en la Plaça Reial se impide que otros usuarios, ya sean residentes, trabajadores u otros turistas, estén allí. De alguna forma los han expulsado del uso de la plaza o tienen la percepción de agotamiento del espacio, que les impide desarrollar las prácticas que habitualmente hacen.

¿La solución es intentar ampliar el circuito?
Exactamente. Intentar ampliar el circuito, pero es muy difícil porque implicaría utilizar operadores que no estén tan vinculados. La solución es negociar con las navieras, ya sea a través de regulaciones muy estrictas o mediante una unión de intereses. Es lo que ha hecho Dubrovnik.

«La oferta de pisos turísticos en la Part Alta es del 10% aproximadamente. La cifra es comparable con la del Gòtic»

¿Es un ejemplo de buenas prácticas?
Sí. Allí era un drama porque estaba completamente saturado. No podía ni caminarse por la calle y ha negociado la Autoritat Portuaria con el Ayuntamiento para regular las horas. 

El crecimiento experimentado en los últimos años ha sido significativo. Este año se superarán los 100.000 cruceristas. ¿Cuál sería el escenario deseable?
La dimensión de la zona turística de Tarragona es una tercera parte de la de Barcelona y allí van diez veces más de turistas. Tarragona con los flujos actuales, episodios de concentración que vayan a constituir un fenómeno de rechazo, tanto para los residentes como para los mismos turistas, no estamos en este nivel. Ahora se trata de identificar las áreas donde esto podría pasar y de estudiar, en los episodios particulares, qué tipo de percepción tienen estos colectivos de la saturación del espacio. 

¿Cree que puede haber un contagio del vocabulario cuando se habla de gentrificación?
Seguramente podemos decir que hoy en día los residentes están más concienciados de los efectos negativos del turismo. Pero estamos simplificando mucho. Es muy diferente mucho turismo en un mismo lugar y en una misma hora que si están repartidos. Muchos destinos no se han preocupado de la gestión de la demanda y de la oferta. Revertirlo es muy difícil. 

Pero hay una presión importante en determinados puntos como puede ser la Part Alta.
Seguramente es la única zona con un riesgo potencial de saturación que existe en Tarragona.

¿Hay una expulsión de los residentes?
No creo. 

¿Cómo se combate?
A través de regulaciones muy estrictas en cuanto a concesión de nuevas licencias y de los usos comerciales. Cuando hay muchos apartamentos y mucha población flotante es muy probable que los comercios cambien, de cara a la nueva demanda. Y esto es la gentrificación. También depende de cómo se promociona una ciudad y que puedan llegar a nuevos espacios, más allá de los cuatro iconos.

«El residente es el que permite conservar un entorno de vida atractivo en las ciudades de cara a los turistas»

¿Cuáles son los primeros síntomas de saturación?
Sobre todo, una pérdida de población residente. No tan solo estamos hablando de un incremento de los valores patrimoniales, sino también de la calidad de vida de los residentes. El poder dormir por la noche. 

¿El hecho de que haya una oferta hotelera limitada puede incidir?
Seguro. En Barcelona en los años en los que ha habido la moratoria hotelera ha sido cuando ha explotado Airbnb y los apartamentos han llegado a todas partes. Si Tarragona quiere crecer como destino turístico de patrimonio necesitará más hoteles.

Para disminuir la presión sobre el mercado de la vivienda. 
Exactamente. La oferta de pisos turísticos en la Part Alta es del 10% aproximadamente. La cifra es comparable con la del Gòtic, en cuanto al número de habitantes. Pero no llega a convertirse en un problema porque hay mucha vivienda vacía que se ha reconvertido. No se ha quitado vivienda a los residentes.

¿La solución es una moratoria?
En general no se quieren implementar regulaciones muy duras, porque no se ve como la solución más eficaz en este estadio primario de desarrollo turístico. Aquí hay una ley del Estado y de la Generalitat, que las comunidades de propietarios pueden decir que no quieren pisos turísticos si el 80% de los vecinos lo aprueba. Esto es una medida de autocontrol. 

Tanto los pisos turísticos como los cruceristas generan un rechazo.
Seguramente generan un beneficio, la cuestión es hacer un balance con los costes sociales e incluso culturales. Es muy difícil de cuantificar, pero empiezan a generar una opinión pública desfavorable al crecimiento turístico.

La turismofobia.
Sí, yo soy muy crítico con la utilización de esta palabra. Este debate está muy sesgado. Primero por lo que dicen los medios y después por el cómo vehícula un discurso de culpabilización de la resistencia ciudadana hacia la industria turística. En Barcelona la turismofobia responde en parte al rechazo a cierta industria turística, que durante años ha sido depredadora del espacio. 

¿El problema es que se habla demasiado de cantidades y de récords en lugar de calidad?
Sí, pero es que no debemos olvidar que los turistas que a las cinco de la mañana mean en la Barceloneta no son turistas pobres. Vienen de países ricos, con un poder adquisitivo alto. La calidad debe venir por la oferta turística de calidad, que sea compatible con un mantenimiento de la calidad de la vida de los residentes y unos puestos de trabajo dignos. 

¿Llegar tarde puede ser favorable?
Seguro. Obviamente hay cierto nivel de inevitabilidad de las transformaciones urbanas relacionadas con el crecimiento del turismo. El residente es el que permite conservar un entorno de vida atractivo para los turistas. Si se pierden los residentes, los lugares históricos patrimoniales se convierten en museos al aire libre. Ahí, el ciclo de vida de este destino puede ser muy corto. Si una ciudad como Tarragona, Girona o Toledo pierde su capacidad de tener un entorno patrimonial atractivo, porque hay un tipo de turismo que rechaza a los vecinos, sería la muerte.

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