Sólo 1.000 tarraconenses tienen escritas sus voluntades antes de morir

En el documento de voluntades anticipadas se puede dejar constancia del tratamiento que se quiere recibir si una enfermedad impide expresar la voluntad, o de si se quiere permanecer en casa al final de la vida, entre otros

11 julio 2018 19:38 | Actualizado a 16 julio 2018 17:23
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«No estamos acostumbrados a hablar de la muerte, pero para las familias es un alivio contar con un  documento que les ayude a tomar decisiones en un momento duro... Y a los profesionales nos ayuda a hacer mejor nuestro trabajo», reflexiona Tani Francesch, médico geriatra de GiPSS con una experiencia de tres décadas en cuidados paliativos en el Hospital Joan XXIII.

La médica se refiere al Documento de Voluntades Anticipadas (DVA). En este escrito cualquier persona mayor de edad puede dejarse constancia, a grandes rasgos, («preverlo todo es imposible», advierte Francesch) el tratamiento sanitario que se quiere recibir en el caso de que una enfermedad nos impida expresar nuestra voluntad. En el mismo se puede pedir, por ejemplo, que no se nos ‘desconecte’ si está demostrado que no hay supervivencia posible; que se quiere estar en casa durante la fase terminal o decir que se quiere ser donante de órganos. Todo queda registrado en la historia clínica y puede ser consultado por los médicos tanto en Catalunya como en el resto de España.

Derecho que no se conoce...

La cifra de personas que se han decidido a hacer un documento de estas características y registrarlo ha ido creciendo paulatinamente hasta llegar a los 84.000 en Catalunya. En el caso de la ciudad de Tarragona, según datos del Departament de Salut, sólo unas mil personas (8,23 de cada 1.000 habitantes) ha registrado un DVA. (En Reus lo han hecho 8,11 por 1.000). La cifra es ligeramente inferior a la media de Catalunya, la comunidad autónoma con más documentos  (9,60 por 1.000) pero mejor que en el conjunto de España (5,32 por mil ).

A pesar de que ha aumentado el interés, redactar un DVA sigue siendo algo minoritario en lo que se interesan sobre todo mujeres (el 63%) y los mayores de 60 años. Neus Gimeno, trabajadora social y activista de la asociación Dret a Morir Dignament, DMD, dice que «derecho que no se conoce no se puede ejercer». En su opinión, aunque las administración y las entidades como la suya están haciendo esfuerzos, todavía cuesta hacer llegar la información a la ciudadanía «que debería tomar estas decisiones cuando está en una situación de salud». 

Reconoce, no obstante, que al miedo a hablar de la muerte al que se refería la geriatra, hay que sumar que es complicado ponerse en situación si no se ha vivido de cerca por el trance de alguien allegado que no ha podido decidir por sí mismo al final de su vida.

Hacerlo y hablarlo

El documento se puede hacer siguiendo alguno de los modelos existentes o partiendo de cero, pero hay que aclarar que, independientemente de lo que se disponga, los médicos no podrán realizar acciones que no entren de la legalidad, como, de momento, la eutanasia.

Además, como es imposible prever todas las situaciones, dentro del documento se recomienda nombrar como representante a una persona de confianza que pueda tomar decisiones si las mismas no estaban contempladas. La idea es que esta persona pueda ser capaz de ponerse en el lugar del paciente e interpretar lo que realmente querría.

Cuenta Tani Francesch que, a lo largo de su experiencia, se ha encontrado con que las familias, en general, consiguen ponerse de acuerdo sobre los tratamientos que quieren para sus seres queridos. No obstante, señala, hay casos en que existen conflictos familiares previos que explotan en esta situación «les ves votando qué hacer y yo les explico que no se trata de eso, sino de respetar la decisión que habría podido tomar la persona». 

Explica que se encuentran con defunciones de personas mayores que no llegaron a hablar con sus hijos ni siquiera del hecho de si querían ser enterradas o incineradas. Por eso, explica, tan importante como registrar el documento, es comentarlo a la familia para que esté al tanto.
Neus Gimeno dice que hay que pensar en que dejar un DVA es «un regalo para la familia, porque la libera en un momento en que puede haber diferentes posturas» y a los médicos también les ayuda a ejercer sus responsabilidades. Pero sobre todo, da tranquilidad a la propia persona: «Es una acto de libertad y afirmación; es una forma de tener coherencia entre nuestra vida y su final».

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