Tarragona, una ciudad fragmentada

Coser el centro de Tarragona con los barrios es una vieja asignatura pendiente. Los viandantes que quieren moverse a pie deben cometer todo tipo de infracciones

28 abril 2019 08:00 | Actualizado a 03 mayo 2019 09:29
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En Tarragona no te puedes fiar de Google Maps. Los viandantes que utilizan esta aplicación para llegar a un punto han constatado cómo muy a menudo aquellas calles caminables que te indica no se ajustan a la realidad, y que a medida que van avanzando desaparecen las aceras o tienes que cruzar por puntos que no están preparados, cometiendo reiteradas infracciones hasta llegar a su destino final. 

Un ejemplo de ello lo sufren las personas que se plantean ir caminando desde el centro de la ciudad al Tanatorio. Cuando alcanzan el final de la Avinguda de Roma y siguen por la antigua N-340 hasta la rotonda del McDonal’s se encuentran que en los últimos metros no hay forma posible de llegar. Si siguen por uno de los costados hay que cruzar la antigua carretera de València, esquivando a los coches, porque no hay ningún punto habilitado. Por el otro lado, ni siquiera hay acera. «Tienes que jugarte el tipo», asegura un trabajador de Carreteras del Estado, que casualmente pasa por allí.  

A escasos metros transcurre la antigua carretera de València, la N-340 b. Ambos costados están llenos de talleres y naves industriales. Es una calle que ofrece la imagen de las antiguas entradas a la ciudad, con plataneros a cada uno de los costados. Los coches de los trabajadores están aparcados en los arcenes. Si uno permanece allí unos instantes, enseguida se dará cuenta de que constantemente va cruzando gente de un lado a otro. La única precaución: levantar la vista y cerciorarse de que no viene nadie.

«Desde Bonavista al Tritón está preparado y puedes ir caminando o en bici. Pero a partir de ahí, si quieres llegar al centro se rompe», afirma Alfonso López, presidente de la Federació d’Associacions de Veïns de Tarragona (FAVT). La comunicación con los barrios de Ponent se desdibuja pasado el río Francolí. El coche o el autobús son la única alternativa. No obstante, permanentemente puede verse gente caminando. «Está claro que sería interesante poder afrontarlo y que se repensara el modelo urbanístico, pero tenemos tantas carencias», añade López. Una de las mesas de trabajo que ha creado precisamente esta entidad hace referencia al urbanismo y «con el diálogo por delante» es una cuestión que quiere abordarse con el nuevo Ayuntamiento, que saldrá a partir del 26 de mayo.

Traspaso a medias

Una de las causas que explican esta fragmentación es que los principales ejes de comunicaciones pertenecen o pertenecían hasta hace muy poco al Estado. La ciudad tenía 24 kilómetros de carretera que, con los años, se han convertido en vías urbanas porque han sido absorbidas por el propio crecimiento y expansión. Durante todo este periodo han mantenido su vieja funcionalidad. La administración local no ha podido darles un carácter más urbano y a duras penas se ha hecho un mantenimiento. «Fomento no hace calles, hace carreteras. Y esto ha complicado que, por ejemplo, pudiera ponerse un semáforo», afirmaba el técnico de Carreteras.

 Este traspaso se había enquistado durante muchos años. Por normativa, Fomento debía hacer una transferencia económica al Ayuntamiento. Pero en el año 2010, Madrid cerró el grifo, lo que eternizó esta vieja demanda. Finalmente, hace unos meses las negociaciones entre ambas administraciones se retomaron y se firmó un acuerdo para la transferencia de un primer paquete. 

La medida afecta al tramo de la carretera N-240 que transcurre por la avenida de Andorra, desde la plaza Imperial Tarraco al puente que cruza sobre la autovía A-7. En cuanto a la N-340, se incluyó la avenida de Roma. En este paquete se añadieron otros tramos, como el Passeig de la Independència o los accesos a Cala Romana y a la Ciutat Residencial.  

La firma del traspaso del segundo paquete debe acabar con esta situación insólita e iniciar una progresiva transformación que permita recoser el centro urbano con los barrios. «La movilidad en Tarragona es una asignatura suspendida», afirma el arquitecto Enric Casanovas. Defiende la necesidad de «hacer de cirujano» para «recoser» todos estos espacios de forma que los peatones y las bicicletas puedan moverse con total seguridad. «Hace falta un urbanismo humilde», asegura.

Este arquitecto defiende que «los barrios no tan solo se conectan a partir de edificios sino de espacios lúdicos, zonas verdes, ramblas y viales». Pone como ejemplo la transformación que supuso la Rambla de Campclar, lo que debería marcar la senda de actuaciones futuras. «Tarragona es una ciudad que ocupa mucho territorio y está dispersa. Tienes Llevant, Ponent y toda la zona norte y el denominador común es la desconexión», manifiesta Casanovas. 

Ni la Diagonal

Una de las zonas en las que está todo por hacer es la T-11. Su conexión natural es desde el Pont de Santa Tecla. Pasada esta estructura se acaba el arcén, lo que incomunica toda esta nueva zona de crecimiento de la ciudad con los nuevos equipamientos del Anillo Mediterráneo, Les Gavarres o el futuro centro comercial de Ten Brinke. En algunos tramos, la carretera Tarragona-Reus tiene hasta ocho carriles. En cambio, no hay ninguna zona reservada para los viandantes, que tan solo tienen las plataformas para cruzar de un lado a otro. «El ancho de caja es muy grande. Ni la Diagonal de Barcelona es así, mientras que no hay ni un puñetero árbol», afirma Casanovas. Éste considera que en las ciudades del futuro el vehículo privado debería tener «cada vez menos espacio». Y en esta transformación los carriles bici y la vegetación deberían ganar protagonismo. «Esto no es como la Part Alta, todo son conexiones muy llanas, lo que debería beneficiar el hecho de ir caminando», sigue explicando. Es una de las viejas demandas de los estudiantes de la URV, que todos los días se trasladan al Campus Sescelades. El autobús es el medio de transporte más utilizado. Sin embargo, todos los días pueden verse jóvenes caminando por la antigua carretera de Valls. Lo hacen a pesar de que en algunos tramos ni siquiera hay una acera. Marina y Núria viven en la residencia de estudiantes cerca de la Imperial Tarraco. Vienen caminando por la rotonda de la antigua N-240 a la altura de la glorieta de Joan XXIII. En este punto, la gente que cruza jugándose la vida es  constante. «Cuando llueve es horroroso porque se llena todo de barro. Tienes que ir por la carretera porque sino casi no puedes ni pasar», aseguran. 

Unos metros más arriba hay la parada del autobús correspondiente a Educacional N-240. Allí bajan los estudiantes de la Facultat d’Educació, la Escola de Pràctiques y la Escola d’Art i Disseny de Tarragona. Después de la parada, también desaparece la acera y tienen que avanzar por la zona de tierra. «No es normal porque en los días de lluvia corres el riesgo de resbalarte», afirma Marta Talló quien hace tres años que hace todos los días este camino.

Una nueva marquesina

Acceder a Creu Roja también supone un largo camino lleno de infracciones. Mientras, unos metros más arriba puede comprobarse como las personas que utilizan en transporte público para ir al Pont del Diable tienen que bajarse en una parada ubicada en el arcén de la N-240, y caminar por el carril de incorporación. Fuentes de la EMT confirman que en el segundo semestre de este ejercicio se mejorará este punto y se colocará una marquesina. La habilitación de un camino no compete a la empresa pública de transporte.

Este movimiento de personas caminando por los laterales de la carretera es un hecho insólito cuando uno se dirige a la zona de Llevant. Allí, los peatones no han conseguido romper la barrera de la antigua N-340, que, a pesar de haberse convertido en una vía secundaria, registra aún una alta densidad de vehículos, que convierte en un peligro para la seguridad cualquier desplazamiento que no sea en coche. Casanovas lo tiene claro: «Todo el tramo entre La Móra y la Via Augusta debería convertirse en una vía verde blanda, por la que no pudieran circular los vehículos pesados, con árboles y miradores». Es una vieja reivindicación de los miles de vecinos que viven en estas urbanizaciones, así como también de los campings de la ciudad, que creen que fomentaría la movilidad de los visitantes y el atractivo de la zona. «No es una entrada digna para la ciudad», afirma Gemma Fuster, presidenta de la Federació d’Associacions de Veïns de Llevant.  Manifiesta que una de las prioridades de los vecinos es la recepción de la antigua N-340 por parte del Ayuntamiento y su posterior transformación. «Ahora estás limitado, incluso para poner un semáforo en Cala Romana. Llevamos años reivindicándolo y no ha habido forma. Sin esta recepción no puede hacerse un proyecto real de cambio, con paradas de autobús dignas y un carril bici», concluye Fuster.

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