Un paseo por la Tarragona subterránea

Alcantarillas, refugios, depósitos de agua, galerías romanas, una enorme cueva... Hay 700 kilómetros de caminos bajo la ciudad. I algunos de ellos, visitables

19 mayo 2017 15:37 | Actualizado a 19 mayo 2017 15:37
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Desde una pequeña galería romana de apenas veinte metros de largo a una descomunal cueva subterránea que supera los tres kilómetros de longitud, pasando por refugios que evocan el terror de los bombardeos de la Guerra Civil, un pozo medieval de once pisos de altura o las alcantarillas que suministran agua a las casas o recogen sus residuos... Tarragona esconde un mundo bajo tierra que suma 700 kilómetros de serpenteantes caminos.

La joya de la corona subterránea es la Cova Urbana, que discurre bajo las calles Gasòmetre, Pons d’Icart, Méndez Núñez, Rambla Nova, Fortuny, Reding, Lleida y la Plaça Ponent. Su visita puede concertarse con la Societat d’Investigacions Espeleológiques de Tarragona, a través de su web: www.siet.cat. Descender por un pozo de época romana, recorrer sus galerías, nadar en sus pozas y bucear en sus sifones es una experiencia ineludible. Pero Tarragona tiene mucha más historia en sus entrañas. Historia como la de los miles de personas que intentaron salvar la vida y corrieron a protegerse dentro de alguno de los 60 refugios que llegó a tener la ciudad.

Cabían 20.000 de los 30.000 habitantes de Tarragona en aquellos años. La longitud total de los refugios era de 2.100 metros, según calcula el Cap del Servei d’Arxiu i Documentació Municipal, Jordi Piqué. Los más grandes eran el de la escuela Saavedra, con capacidad para 1.000 personas, y el de la Plaça de la Font, para 2.000. Éste último fue destruido cuando se construyó el parking.

A escasos metros, sobrevive el único refugio visitable: el que se sitúa bajo el edificio del Ayuntamiento. 25 escalones se adentran ocho metros bajo tierra. Una pequeña sala de 17,5 metros cuadrados y una galería de otros 26 permitía albergar a 60 personas.

El refugio debía conectar con el de la Plaça de la Font, pero la dificultad de las obras –la piedra de fetge de gat – impidió su conclusión. En las paredes aún quedan restos de los orificios para los cartuchos de dinamita.

Tarragona sufrió entre el 17 de junio de 1937 y el 15 de enero de 1939, 144 ataques aéreos. Las más de 3.800 bombas que lanzó la aviación franquista mataron a 230 personas e hirieron a 350. Hay una información detallada de los refugios y sus planos en la web del Arxiu Municipal. Y es muy interesante el libro ‘Tarragona sota les bombes’, de Lluís de Salvador y editado por la responsable de la Biblioteca Hemeroteca Municipal, Elena Virgili.

Las mismas obras que se cargaron el refugio, seccionaron un espectacular pozo del siglo XIV. Tenía 47 metros de altura conectados por escaleras en zig zag en sus once pisos. Se puede ver en la tercera planta del parking.

Los tarraconenses que se escondían de los ataques aéreos también usaban galerías romanas. Una de las que horada la ciudad está bajo el anfiteatro. Comunica la zona subterránea del edificio romano y lo que ahora es la vía del tren. Según el director del Museu d’Història de Tarragona, Lluís Balart, los romanos la usaban para descargas los animales salvajes que transportaban en barco y que debían servir de espectáculo.

Un acueducto soterrado ente las calles Gasòmetre y Caputxins, un colector en Apodaca, las vueltas bajo Méndez Núñez o una alcantarilla debajo de la catedral son algunos de los legados subterráneos de los romanos. No son visitables. Lo que sí se puede ver es una gran cisterna bajo el Museu Bíblic de Tarragona, ubicado en la calle de les Coques. Según explica su director, Andreu Muñoz, «se puede observar a través de un vidrio en el suelo y se halla musealizada. Esta cisterna de forma rectangular aprovecha la cimentación de una de las exedras romanas que se ubicaban en los pórticos del área sagrada del Templo de Augusto en este punto. Esta cisterna a la vez conecta con una red de galerías de un refugio de la Guerra Civil a la que accedían los vecinos de esta isla de casas».

Muy cerca del Museu, bajo el Pla de la Seu, se oculta un espectacular depósito de agua. Ya se sabe de su existencia en el siglo XIV. Se baja por una escalerilla de mano hasta llegar a un recinto con una capacidad para 300 metros cúbicos de agua. En un lateral, unos pequeños orificios servían para nutrir de agua las fuentes situadas en las escaleras que unen la explanada de la catedral con la Plaça de les Cols. Entre la penumbra, apenas se distingue una inscripción de 1884 y un nombre: Agustín Boada. Se lee mejor un texto de 1914: «Abem fer la regata per dur l’aigua al raco. Som Josep Floresví, Agustí Salvadó, familia Clavell, Anton Benet, Josep Bech, Eugeni Costa ».

El depósito lo cuida Ematsa, que cuenta con 69 kilómetros de tuberías de transporte de agua y 344 de distribución en la ciudad. En el resto del término municipal hay 280 kms. de alcantarillado. En total 693 kilómetros.

Entre las alcantarillas a las que se puede acceder están la de la Plaza Imperial Tarraco, de 40 metros de longitud. Conectaría con la de la Avenida Roma, si no fuera por la tapia que impide el acceso bajo el edificio de la Subdelegación del Gobierno. Ambas son de suministro de agua.

De aguas residuales son, por ejemplo, a las que se entra por una arqueta de la calle Barcelona. Una galería procede de la Part Alta y el centro de la ciudad. Otra discurre hasta la playa del Miracle. Sólo es utilizada en caso de lluvias torrenciales. Unas y otras sirven para alimentar los hogares o vaciarr sus restos. Son, como el resto de la Tarragona subterránea, las arterias de la ciudad.

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