Un grupo de personas, todos mayores de edad, aprenden a nadar ante la mirada de una socorrista y bajo las indicaciones de Héctor, el monitor. La escena podría parecer de lo más normal, si no fuera porque las personas que se encuentran en el agua han sido condenadas por el juez o están pendientes de juicio, y están rodeadas por unos edificios que albergan celdas. Desde este año, con la apertura del nuevo Centre Penitenciari de Mas d’Enric, los internos tienen la posibilidad de apuntarse a un curso para aprender a nadar, como una actividad más a realizar, al igual que los talleres o el gimnasio.
«Hay algunos internos que tienen más de 50 años», recuerda Eli, monitora junto con Héctor. La motivación que les hace apuntarse a esta actividad es, además de aprender natación, «que hace mucha calor. Además, se están bañando y olvidan por unos momentos sus problemáticas personales». Cuando salen del agua, los comentarios son de satisfacción: «¡Qué bien que estoy!» o «estoy renovado». Hay un compromiso de permanencia de dos semanas cuando se apuntan a la actividad. Y es que hay algunos que lo dejan. El principal motivo: «Me canso mucho».
Al contrario de lo que se podría pensar, sólo entre el cinco y el diez por ciento de los reclusos sabe nadar. Por ello se ideó este programa, que comenzó a principios de julio y terminará a finales de agosto, de nueve de la mañana a una de la tarde. Es el tiempo que tiene de contrato la socorrista, obligatoria al tener la piscina 25 metros de largo –a pesar de que en los dos extremos tiene 1,2 metros de profundidad y uno y medio en el tramo central–.
En el caso de los hombres hay ocho franjas de actividades, de hora y media de duración, para aprender a nadar, y una de una hora para deportes acuáticos –principalmente, waterpolo–. En cada sesión participan entre quince y veinte internos. Ello implica que al final del verano aproximadamente unos 200 internos varones habrán participado en la actividad de los 320 que había cuando el Diari acudió a hacer el reportaje la semana pasada.
En un principio, todos los presos que se quisieron apuntar lo pudieron hacer. «Ahora comienza a haber lista de espera», recalca Eli. Pero durante la clase no sólo se enseña a nadar, sino también otros aspectos relacionados, como a reeducar la respiración en el medio acuático para reducir los niveles de ansiedad, algo importante cuando uno está encerrado las 24 horas al día.
Al final de cada sesión se deja entre tres y cinco minutos para el ocio, «pueden hacer uso del material, repetir los ejercicios, descansar fuera, bañarse, etc», comenta la monitora.
En el caso de las mujeres, el número de participantes es mucho menor porque también lo es el de las internas. Hay una sesión a la semana de hora y media de duración. Sólo hay 18 en el centro penitenciario y prácticamente todas se han apuntado a las clases. Tienen aproximadamente entre 22 y 55 años y sólo hay una o dos que saben nadar, el resto no. En el caso de las internas la monitora tiene que trabajar la constancia.
Eli acostumbra a ponerse en el agua con las internas porque las mujeres tienen miedo al agua, por lo que uno de los objetivos que se persiguen es vencer este temor y que tengan una autonomía dentro del agua. «Por esto las acompaño a su lado», señala la monitora. Lo que más valoran las internas de esta formación, además de poder saber nadar, es salir de la rutina diaria dentro del centro penitenciario y refrescarse durante los meses de más calor. En este caso, al final de cada clase no tienen minutos de ocio «porque el tiempo no da para más. Al tener sólo una vez a la semana, apuramos al máximo las clases», según Eli.
No es un premio
La subdirectora de Tractament de la prisión comenta que participar en unos de estos cursos no es ningún premio, no hay ningún filtro para poderse apuntar. «Forma parte del programa individual de tratamiento», señala, igual que asistir a un taller o utilizar la zona deportiva. Para inscribirse en los cursillos no hay ningún requisito, si no es que sea un problema médico –uno quiso hacer el cursillo con el brazo escayolado– o estar en una celda de aislamiento.
Alicia es la socorrista contratada para esta temporada. Hace tres años que se sacó el curso y ésta es su primera experiencia en prisiones. Antes había trabajado en piscinas comunitarias de Tarragona. «No me lo pensé dos veces» cuando le propusieron el trabajo: «Tenía una idea de lo que sería pero aquí es totalmente diferente a lo que pensé, es mejor». Afirma que los internos «me tratan con mucho respeto y me hacen sentir bien. Estoy muy cómoda». Su trabajo, aparte de socorrista, es también de apoyo y ayuda a los dos monitores.