El aislamiento social se ceba con las personas mayores: «Este virus nos mata en vida»

Tarragona traslada sus actividades para mayores al aire libre para poder continuar pese a la pandemia. Para muchos usuarios es una de las pocas rutinas fuera de casa que les quedan

28 octubre 2020 06:30 | Actualizado a 28 octubre 2020 06:41
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«Este virus nos está matando en vida; aunque no nos contagiemos esta situación nos está quitando más que la salud», dice Vicente. Cuenta que le pesan muchas cosas del aislamiento al que obliga la pandemia, pero tal vez la que más le duele es tener una bisnieta de cinco meses a la que todavía no conoce.

Pero, pese a lo amargo de sus palabras, Vicente está a punto de cambiar la cara, ha salido de casa y acaba de encontrarse con sus compañeros de la clase de pintura, que temporalmente se ha trasladado al Parc de la Ciutat. «Esto me da mucha vida», reconoce contento.

Poco a poco va llegando el resto del grupo. José, que cree que «si seguimos aislados entonces nos vamos a enfermar psicológicamente», y Santiago, que cuenta que, con todas las precauciones, está tratando de mantener algo de vida social mientras pueda ahora que «me funciona mejor el cerebro que las rodillas».

Todos participan en el programa de Gent Gran Activa, del Institut Municipal de Serveis Socials de Tarragona. Hasta antes de la pandemia esta actividad la realizaban en una Llar de Jubiltas. Actualmente estos equipamientos siguen cerrados y solo se han abierto algunos temporalmente, pero no para tomar café o jugar a las cartas, como antes, sino exclusivamente para acoger la campaña de vacunación de la gripe.

Apropiarse de los espacios

Cuenta Cèlia López, coordinadora del programa, que tanto con las llamadas que hicieron durante el confinamiento como las que vinieron después, dejaron en evidencia que recuperar espacios para que los mayores se reencontraran era una necesidad apremiante. «Lo han pasado muy mal, privados de ver a la familia. En muchos casos todavía los nietos no se acercan por miedo.... Así que salir de casa, cambiar el foco, dejar de preocuparse, lo ven hasta como un acto de valentía», reconoce.

Así pues, comenzaron a ‘romperse la cabeza’ para ver cómo recuperar algunas actividades cumpliendo muy escrupulosamente las medidas de seguridad.

Una de las claves ha sido apropiarse de espacios urbanos al aire libre. Así pues, estos días se les puede ver, además de en parques, plazas o en instalaciones deportivas, en sitios como el jardín del Banc d’Espanya o en la terraza superior del Palau de Congressos. «Tratamos de buscar espacios agradables a los que pudieran ir caminando, y al final la ciudad es más amable de lo que parece».

Están haciendo Aquagim, baile en línea, expresión plástica, gestión de emociones, gimnasia de mantenimiento, yoga, pilates o risoterapia, entre otros. Todas se hacen manteniendo las distancias y a todos los participantes se les toma la temperatura antes de comenzar.

Los grupos también han tenido que reducirse a diez personas o menos, por lo que han tenido que hacer un sorteo entre los inscritos. Finalmente están realizando actividades 1.036 mayores. Además, a todos los que están apuntados, aunque no hayan podido entrar en el programa se les ha hecho al menos una llamada de seguimiento.

No ha sido fácil montar los grupos, reconoce López, en parte porque hay mayores que tienen miedo de salir de casa, e hijos que no quieren que salgan. También es consciente de que estar al aire libre impedirá que las actividades continúen cuando comience el frío, en especial porque a los mayores les cuesta mantener la temperatura corporal.

Eso sí, los usuarios señalan, viendo cómo las autoridades van aumentando las restricciones, que mientras puedan seguir haciendo actividades será tiempo ganado. A muchos, de hecho, la recomendación de la semana pasada del ayuntamiento pidienndo a los mayores de 65 años no subir al autobús les ha terminado de desanimar.

Necesidad de movimiento

Pero si cerca de la Quinta de Sant Rafael hay un grupo pintando, en otro sector del Parc de la Ciutat hay un grupo pequeño de señoras haciendo gimnasia. Una de ellas llega en silla de ruedas y sigue la clase pese a ir con dos muletas. «Esto nos ha cambiado la vida», dice.

Rubén Mora, el monitor que las acompaña, dice que tiene unas 160 alumnas (así, en femenino, porque la mayoría son mujeres) y a todas las llamó durante el confinamiento. A unas les bastaban tres minutos para comentar las pequeñas rutinas de ejercicios que les mandaba por los grupos de WhatsApp, pero otras llamadas duraban 15 minutos o más. Había mucha necesidad de hablar porque, en el fondo, en muchos casos, más que la falta de movimiento, lo que más pesaba era la soledad no deseada.

Sociedad ‘americanizada’

Antoni Valero, psicólogo del Servei d’assessorament psicologic, de Gent Gran Activa, explica no obstante que no hay que pensar que la soledad es un problema surgido del confinamiento, sino que venía de antes y no ha hecho más que agravarse.

Aunque advierte de que se trata de un problema complejo, en su opinión este malestar que causa la soledad, especialmente en los mayores, tiene que ver con una sociedad que se está «americanizando» en lo que se refiere a las relaciones, «que son cada vez más superficiales, más de fachada».

Reconoce que «ser feliz con mayores dosis de aislamiento es difícil», pero también hay que tener presente que no solo cuenta la situación en la que nos encontramos, sino la actitud que tenemos ante ella.

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