«Mi vida ha cambiado, he vuelto a reír, a llorar, a sentir empatía por otras personas», comenta Andrés, de 35 años, tratando de hacer un resumen del resultado de sus dos años de tratamiento contra las drogas en la Associació Egueiro. Ahora, acabadas las dos primeras etapas del proceso que implicaba estar en una comunidad aislada, se enfrenta a un nuevo reto, el de volver a «pisar calle» y mantenerse limpio. Le preguntan si no le da vértigo, pero prefiere verlo con optimismo. «Estaba peor hace dos años, cuando estaba en la calle», relativiza. Sabe que lo suyo es una enfermedad crónica: «Sé que puedo volver a tropezar, pero también sé cómo pedir ayuda».
Andrés será uno de los nuevos inquilinos del nuevo piso que acaba de inaugurar la Asocición Egueiro en el Santuario del Loreto. La nueva vivivienda tiene capacidad para ocho personas, de las cuales cuatro ya viven en el lugar. Todas han superado unos dos años de tratamiento contra su adicción a las dorgas y, en algunos casos, como el de Andrés, cumplen una medida penal alternativa al ingreso en prisión.
Explica Jaume Vilanova, director de la asociación, que los nuevos inquilinos del espacio se ocuparán, además, de hacer labores de mantenimiento del bosque y del entorno de El Loreto mientras buscan trabajo.
Excelentes amos de casa
La casa, que en su momento funcionó como centro de menores, permanecía desocupada, por lo que el Padre Mario, de la Comunidad Rogacionista, se mostró encantado de darle un uso tan acorde con la vocación de los religiosos. «El chalet», como lo llama cariñosamente, es austero pero está reluciente. Juan Rafael, otro de los usuarios, asegura que siempre está así de limpio (no sólo porque ayer recibían la visita de los medios de comuniación).
La labores domésticas están muy bien organizadas, es parte del tratamiento. Hay dos limpiezas a fondo a la semana, aunque cada mañana también hayun repaso. Cada día cocina uno y, aunque les preguntamos, nadie dice quieé es el que guisa mejor: «Todos tienen un plato que les queda muy bien». En definitiva, reconoce el mayor de los hombres, convivir, como en cualquier casa, es cuestión de paciencia, mucha paciencia, aunque también ayuda el hecho de entender en carne propia la lucha que ha tenido que librar el otro.
Los residentes tienen el compromiso de cumplir horarios y hacer las tareas que tienen encomendadas, pero a diferencia de lo que sucede en las primeras etapas del tratamiento, ya no están aislados, sino que pueden salir a la calle. De todas formas, cuentan con supervisión diaria de profesionales de la asociación.
Relata Vilanova que hace unos años los pacientes pasaban una media de unos 6 a 8 meses en estos pisos antes de retomar una vida independiente. No obstante, con el contexto de crisis económica, los plazos se han alargado porque es mucho más difícil encontrar un empleo.
No se trata, reconoce, después de una recuperación que resulta tan laboriosa, de devolverles a la calle sin más apoyo. Romper con las drogas suele requerir romper con amistades, trabajos, lugares de origen... volver al medio anterior aumenta considerablemente las posibilidades de una recaída.
El de Tarragona es el quinto de los pisos que tiene la entidad en Catalunya. Egueriro atiende a unas 100 personas tanto en estas residencias como en comunidades terapéuticas.