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Iris, israelí y Mai, palestina: «hay que ser capaces
de ver el dolor del otro»

Dos activistas de la asociación Combatants for peace comparten el camino vital que las ha llevado a luchar por la no violencia y hablan de su día a día en guerra

16 abril 2024 22:32 | Actualizado a 17 abril 2024 07:00
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Cuenta Mai Shanin que el siete de octubre del año pasado, el día que Hamás atacó Israel y estalló la guerra, estaba hablando por teléfono con una amiga de Gaza que le explicaba que algo estaba pasando pero no sabían muy bien qué. Cuando quedó claro lo que sucedía recuerda la angustia; las llamadas a los amigos de uno y otro lado; a su hija, que estudiaba en Jerusalén Este... Aquella amiga del teléfono ya no está, es una de miles de fallecidos. «Estamos cansados de ir a funerales», dice.

Mai es activista de la asociación Combatants for peace (Combatientes por la paz) y ayer debía estar junto a la israelí Iris Gur, también miembro de la asociación, para compartir sus vivencias con las personas que acudieron a escucharlas a la charla organizada por el Servei Municipal de Cooperació del Ayuntamiento de Tarragona en el marco del proyecto ‘Ciutats Defensores de Drets Humans’. Ella, no obstante, tuvo que participar por vídeo conferencia porque no obtuvo los visados para salir de su país.

La asociación a la que pertenecen ambas fue fundada en 2006 y es un movimiento de base de personas israelíes exmiembros del ejército de Israel y ex combatientes palestinos que trabajan juntas por la paz.

Mai, que ha vivido ocho guerras a lo largo de su vida, recuerda como la segunda intifada (2000-2005) la encontró en plena adolescencia. Formó parte de la resistencia armada. «De bien pequeña comencé a lanzar piedras primero y cócteles molotov después», reconoce. Entró y salió de prisión varias veces «y cada vez me daba más cuenta de que aquello no iba a ninguna parte».

Durante sus estudios universitarios de psicología conoció a miembros de la asociación y cambió de perspectiva. «Cuando nos vemos a los ojos y reconocemos la necesidad que tenemos unos y otros de estar seguros y en paz; cuando somos capaces de ver el dolor en el corazón del otro, lo único que queda es pensar en qué estrategias utilizamos para resolver el conflicto».

Seguir el camino de los hijos

Iris Gur, por su parte, llegó al activismo por la paz siguiendo a su hija pequeña. Iris trabajó toda la vida como maestra de primaria y secundaria y directora de escuela. Su madre sobrevivió al Holocausto en el que había perdido a varios familiares. En su casa la narrativa siempre fue la misma «vivimos en un sitio rodeados de enemigos que quieren matarnos». Reconoce con vergüenza que su madre decía que «un árabe bueno es un árabe muerto». Está convencida, no obstante, que si viviera, también se habría hecho pacifista.

Su camino en el activismo comenzó cuando su hija a los 17 años se negó a hacer el servicio militar obligatorio, lo que le costó estar cuatro meses en prisión. Allí fue cuando conoció a la organización e hizo sus primero viajes a Palestina «vi cosas horribles.

«Cuando nos vemos a los ojos y somos capaces de ver el dolor en el corazón del otro lo único que queda es pensar en qué estrategias utilizamos para resolver el conflicto»
Mai Shanin, activista

Reconoce que hasta los 52 años no había conocido a ningún palestino. Del otro lado, explica, lo habitual es que los únicos israelís que conozcan los palestinos sean los soldados armados. Muchos son tan jóvenes que le recuerdan a sus alumnos. «Han levantado muy bien los muros y las vallas, no solo los físicos, sino los del corazón».

Pese a todo, no pierde la esperanza en que los israelíes sean capaces de ver el despropóstito del genocidio. «Si hemos matado a tanta gente puede que la guerra, que la ocupación no sean la solución». Cree que han olvidado el holocausto y ahora están haciendo lo mismo. «No hay excusa ni justificación, ni siquiera el 7 de octubre para el genocidio».

Mai, por su parte dice, sobre el ataque de Hamás, que «queremos ser libres pero no a cualquier precio. Si es a costa de matar, violar, bombardear, no lo queremos».

Ambas están convencidas de que el camino de la no violencia es difícil pero es el único. Cuando les preguntamos qué les hace seguir Iris dice que «tengo un lugar de privilegio, así que tengo el deber de utilizarlo para luchar, para poder mirarme al espejo». Mai, por su parte, cuenta que está convencida de que en un mismo territorio hay un espacio para judíos, cristianos y musulmanes, y habla de sus hermano casados con israelíes, de la humanidad...

Las dos hacen un llamamiento a la conciencia individual. «Vuestro poder es enorme», aseguran para presionar a los gobiernos para que no inviertan en la guerra ni vendan armas. «Necesitamos sentir que no estamos solas», dicen.

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