La historia de Vera Pelle di Stéfano parece una novela dramática, pero en realidad es la vida de una emigrante hija de emigrantes. Apenas la ves, te quedas con la imagen de una mujer fuerte y decidida, algo que ella lleva en su sangre italiana.
Decepcionada, triste y dejando atrás, en Uruguay, una dura separación emocional, en 2003 decidió venir a Tarragona para buscar trabajo y empezar una vida nueva.
Dejando en el olvido problemas personales, y no por motivos económicos, ya que tenía su negocio como peluquera, tomó la decisión de dar el paso «para salir adelante», y en nombre de sus hijas.
«La primera vez que me puse a fregar un suelo lloré, pero pensé que lo hacía para criarlas».
De origen italiano, sigue sintiéndose de allí, aunque se crio en Uruguay. «En Uruguay, ante el maltrato del hombre hacia la mujer, la policía dice: ‘Son problemas familiares’», narra con amargura sobre la sociedad machista.
Agradece la hospitalidad que ha sentido por parte del Estado de Uruguay, pero enseña con orgullo su pasaporte italiano, algo que asegura no cambiaría«Soy cien por cien italiana», afirma, aunque todavía no ha vuelto a su patria. Pero cuenta con pasión las tradiciones de su familia, originaria de Castelli en Italia. «Mi madre me puso el nombre Vera diciendo que de verdad soy Vera di Pelle» (su nombre y primer apellido, traducidos literalmente del italiano, significan Verdadera de piel).
«Mis padres me llevaron a Uruguay cuando tenía tres añitos. Mi infancia era bonita; teníamos un negocio, y mis padres me enseñaron el valor del dinero», vuelve con añoranza a sus memorias.
Pero un día toda aquela felicidad se rompió, y se vio obligada a tomar la decisión más importante en su vida: dar un paso audaz para sacar adelante a sus hijas, que entonces eran pequeñas. Así que vino a Tarragona dejando atrás un pasado infeliz e intentando encontrar un camino nuevo. «En Uruguay, durante 32 años tenía mi peluquería. Con diecisiete años me la montó mi padre», relata.
Inicios duros
Recuerda que los primeros años en España fueron duros y tenía que trabajar de camarera, limpiadora y peluquera. Al inicio, a menudo se preguntaba dónde estaba la felicidad de su infancia…
Todavía tiene presentes sus horarios: de 7 a 15 h limpiando casas, y de 16 a 20 h, en una peluquería en Cambrils, junto con su socia. Lo cuenta hoy recordando que en aquel momento tenía 48 años, y sus hijas, diecinueve y siete.
Da las gracias a una amiga en Uruguay que le había abierto los ojos en la búsqueda de la tranquilidad que se merecía. «Allí tenía una vida buena, pero la sentimental era mala».
Necesitaba un cambio radical, algo que encontró al llegar a Catalunya. Aunque sus hijas iban a un colegio privado en Uruguay, su felicidad ya estaba amenazada y era irrecuperableSu deseo de quemar los puentes definitivamente se hizo realidad cuando en 2005, en Reus vio un cartel en el que ponía que se buscaba dependienta para una tienda de colchones. «No temo a nada», dice. Está agradecida a la empleada que cogió su currículum y a la empresa donde sigue trabajando en la calle Unió en Tarragona, porque nunca antes había vendido colchones, ni tampoco trabajado con un ordenador.
«Me parecía un monstruo, no entendía nada», confiesa sonriendo. Exclama que el mérito lo tienen los dueños, a quienes está infinitamente agradecida por el apoyo y la comprensión, por la enseñanza y la paciencia. Llevando con ellos ya trece años, les considera como parte de su familia.
Relata que en España la han recibido amablemente y que nunca se ha sentido discriminada por su acento latino o por ser emigrante. Se siente afortunada con sus hijas a su lado.
«Las he criado debajo de la silla», dice con una amarga sonrisa refiriéndose a sus juegos de peluqueras mientras ella trabajaba horas y horas. Las dos ya tienen nacionalidad española y están felizmente casadas con dos catalanes.
Recuerdos de Italia
A la pregunta de si echa de menos Italia, contesta simplemente: «Cuando juegan al fútbol Uruguay e Italia, voy con Italia». Recordando los viejos tiempos de su infancia, rememora los momentos más dulces y típicos a la italiana: los jueves y los domingos, cuando la familia se juntaba alrededor de la mesa comiendo la típica polenta, la pizza o la pasta, «con la salsa casera hervida tres horas» hecha por su madre. Los tiempos que ella no olvidará nunca.
¿Si cambiaría algo después de tantos años de lucha y sacrificio? Sí, algunos puntos sentimentales de su vida privada en la sociedad uruguaya desde años atrás, cuando «la mujer tenía que aguantar».
Se considera una mujer «hiperactiva a quien le encanta todo lo que le da vida y alegría». Se siente atraída por la fotografía, porque de esta manera puede inmortalizar los momentos que ha disfrutado y lo bonito que ha vivido.
Afirma levantarse por las mañanas, incluso cuando tiene problemas por resolver, con la convicción de que todo saldrá bien. Estaría aún más satisfecha sabiendo que sus hijas caminan con la frente alta y que ella sea «la primera en enterarse de todo, sea para bien o para mal».
Siendo emigrante e hija de emigrantes, le gustaría transmitir que nadie debe rendirse. Manifiesta con melancolía, pero a la vez con agradecimiento a la tierra que la ha acogido: «La vida del emigrante es muy dura. A veces te ven en una foto con una copa y se piensan que te llueve el dinero. Yo misma podía haber evitado el sufrimiento de mis hijas mucho antes…».