Aquí en La Muralla la enfermedad mental se mira de frente y, para alivio de todos, se puede hablar con total normalidad de la locura y la cordura con todos sus contornos sin que nadie te juzgue.
Es una de las señas de identidad de esta asociación que justo hoy cumple dos décadas en la ciudad y que tiene como peculiaridad que los protagonistas, las personas con enfermedad mental y sus familias, son quienes deciden qué se hace y cómo.
Así ha sido su historia, muchas veces incierta (estuvieron a punto de echar el cierre hace cuatro años), pero siempre de agradecer, contada por algunos de los que la hacen posible.
Rosa: la fundadora
Rosa Garriga trabajaba en el Institut Pere Mata cuando participó, junto a un grupo de personas, en la creación de la asociación. Cuenta que en ese momento en Tarragona, cuando alguien que tenía un problema de salud mental era dado de alta no tenía adónde ir. Las opciones eran la casa o la calle, en un momento en que las personas están especialmente vulnerables. La clave era poder dar un servicio lúdico, un sitio de encuentro que no tuviera que ver con la atención sanitaria.
Para pagar el alquiler del primer local les tocó hacer todo tipo de pequeños trabajos, como empaquetar lápices de colores. Hoy los socios pagan 30 euros al año, una cifra simbólica, a la par que la Generalitat hace una aportación por usuario del club. Eso sí, pagan por 70 y dan servicio a 138.
Paula: la puerta abierta
Paula Ulloa es la directora de la entidad, pero aclara que aquí los técnicos como ella no están para decirle a la gente lo que tiene que hacer, sino para acompañarles. Su puerta siempre está abierta. Explica que «cuando tienes un problema de salud mental rompes con la sociedad, te quedas en casa... El ocio es terapéutico».
El día que vamos encontramos al grupo en una sesión de risoterapia, pero el abanico de actividades es amplísimo: clases de idiomas, de arte, salidas... Hasta la gestión de un huerto en Aigües Verds que hacen íntegramente los usuarios.
Teresa: el poder de la familia
Teresa Allepus conoció la entidad cuando estaba buscando ayuda para su hijo y, paradojas de la vida, ahora es ella la que ayuda a otras madres a través de los grupos de ayuda mutua que tiene la entidad.
Esa es la otra pata: las familias, que valoran mucho poder entender y compartir lo que les pasa junto a otros que están en su misma situación. Es un alivio, asegura, «porque tu situación no puedes hablarla con la gente de la calle» y además, cuenta, «nos lo pasamos genial, hacemos unas excursiones fantásticas».
La Muralla para muchos es una pequeña isla, pero en salud mental faltan más recursos. Lamenta la angustia que sufren las familias cuando, por ejemplo, deben dejar a la persona enferma para someterse a una operación. «Y no tienen dónde llevarles, necesitan un sitio asistido por profesionales».
Jorge y Paco: los valientes
Jorge Castilla y Paco Rubio tienen una enfermedad mental y han tenido el coraje de contarlo para romper estigmas. Forman parte del grupo de voluntarios que hablan de salud mental en primera persona allí donde los llamen, especialmente en centros de secundaria. En la entidad cuentan con orgullo que tienen 25 voluntarios de diferentes perfiles.
Jorge dice que «el voluntariado me da cosas que no me da la medicación» y cuenta cómo ha ganado muchas habilidades enfrentándose al público. No hay ‘insti’ en que los profesores no se sorprendan del interés y el respeto con que lo escuchan los alumnos.
Paco, por su parte, tiene «una ardua experiencia» imposible de resumir en estas líneas, pero dice, sobre todo, que esta es su familia, donde nunca le dejan colgado.
Y, cómo no, a su familia la defiende. Dice que aquí se hace lo que tendrían que hacer las administraciones pero faltan medios; que haría falta aire acondicionado donde se dan los talleres, que la ambulancia que les donaron y han convertido en furgoneta para los desplazamientos pide a gritos un cambio...