La Plaça Corsini se ha transformado definitivamente. Ha costado lo suyo: muchas obras, muchos años y muchos sacrificios por parte de vecinos y comerciantes. Finalmente, la plaza parece funcionar ya al cien por cien gracias a la gran cantidad de bares y terrazas que la rodean. Las opiniones son dispares. Hay quien asegura que Corsini se ha convertido en una Plaça de la Font 2. Otros creen que sin los negocios de restauración, el lugar estaría vacío. Sea como sea, el entorno del Mercat Central se ha convertido en el punto neurálgico de la ciudad.
Antes de la llegada de la pandemia, la plaza ya apuntaba maneras. Cada vez eran más las mesas y sillas que envolvían el lugar, mientras los pequeños comerciantes se quejaban de que no dejaban sitio para abrir tiendas. La guinda del pastel ha llegado con la medida que ha tomado el Ayuntamiento, sobre permitir que algunos bares y restaurantes tengan la opción de ampliar o poner terraza. No queda ni un hueco libre en la plaza.
Ramon Forné, propietario de la tintorería ubicada en la calle Reding, ha sido testigo de la evolución del lugar. «Después de lo vivido, debo decir que ver tanta gente sentada en terrazas es una alegría. No me molesta que haya tantos bares. Todos tenemos que ganarnos la vida», asegura Forné. En la misma línea se encuentra Anna Álvarez, propietaria de la tienda de decoración El Desván. «Nos da vidilla. Eso sí, los clientes deben tener consciencia sobre las medidas de seguridad», comenta.
Pero no todos opinan igual. El presidente de la Unió d’Empresaris del Voltant del Mercat Central, Josep Maria Juan, exige que el Ayuntamiento elabore un plan de usos para saber cómo debe ser esta plaza y su entorno. «No estoy en contra de que todo lo que se abre sean bares. Estoy en contra de que no esté regulado», asegura Juan, quien añade que «es mentira cuando dicen que los negocios de restauración traen clientes para los comercios. No es así. Está demostrado». Una opinión que la mayoría de vecinos comparten.
Víctima del gran número de bares y terrazas en la zona es Alèxia Pla, propietaria de la tienda de ropa y complementos, Imagina’t. Llevaba muchos años vendiendo en su negocio de la calle Lleida. «Cuando llegaron los bares, mis ventas cayeron un 90%», asegura Pla, quien añade que «la gente asocia esa calle con beber y con una especie de discoteca móvil. Solo trabajaba por la mañana». Pla tenía que tomar una decisión tras el confinamiento. O cerraba definitivamente o se mudaba. Finalmente, se ha trasladado a pocos metros, pero en una sitio donde, por el momento, no hay muchas terrazas: al final de la calle Reding.
Por su parte, Maribel Rubio, quien regenta un bar en el entorno del Mercat Central desde finales de 2018, asegura que «lo que ha ocurrido en esta plaza es un ejemplo a seguir. Si queremos una Tarragona viva, necesitamos calles vivas y la vida la dan las personas», y añade que «estos bares no solamente contribuyen a la socialización, sino también a la seguridad. Pensad que en las calles donde no hay gente, pasamos con más cautela». Rubio está convencida de que si Corsini no hubiera contado con la restauración, «sería una plaza muerta».
La calle Lleida
Las calles adyacentes a la Plaça Corsini también han sufrido una transformación, sobre todo, las calles Reding y Lleida. Las terrazas ocupan la mayor parte de la vía. Pese a ello, algunos restauradores pidieron al Ayuntamiento poder ampliar su terraza. La respuesta, en el caso concreto de la calle Lleida, fue negativa. «Habíamos hablado entre los bares para organizarnos. No sabemos porqué, pero no nos dejan poner más mesas», explica Israel Violero, propietario de un bar de la zona. Algunos empresarios han optado por poner un cartel en las mesas informando a los clientes que pueden estar 20 minutos sentados por cada consumición que pidan.