Mil y una mentiras que intentan combatir la obligatoriedad del uso de la mascarilla frente al hilarante meme de una persona que, tras subir una escalera infinita, ha de regresar porque se ha olvidado el tapabocas. Bulos sobre remedios milagrosos para curar la Covid frente a un imaginativo foto-montaje del presidente de EEUU, Donald Trump, ingiriendo un buen trago de lejía. La segunda ola de coronavirus ha seguido incentivando la capacidad del ser humano para fabular y reírse hasta de lo más serio y funesto.
¿Por qué esas mentiras? ¿Por qué ese humor desatado? El profesor de la Universitat Oberta de Catalunya y experto en análisis de fake news, Alexandre López i Borrull, considera que «hay un porcentaje de fake news que tienen como objetivo evadirse delante de una situación compleja. Son mentiras no graves, que no afectan seriamente a la salud. Son una mezcla de fake new y parodia».
Sigue López i Borrull: «A veces no es tanto la intencionalidad del emisor sino cómo lo interpreta el receptor. Lo hemos visto en las ‘noticias’ del Mundo Today, que se las inventa, pero ha habido gente que les ha dado credibilidad».
Concurso de monólogos
Para Carlos Mateos, director de la agencia COM Salud y cordinador del Instituto #SaludsinBulos, el humor «es una excelente forma de combatir los bulos. De hecho, nosotros hemos lanzado un concurso de monólogos sobre los bulos relacionados con las vacunas. Con un meme o un chiste llegas a mucha gente. Basta con una ocurrencia o una frase. No hay que justificar la base científica y la gente la comparte».
La avalancha de memes sobre un tema o una persona determinada tiene, sin embargo, un lado oscuro. «Es peligrosa porque puede crear un estado de opinión. Un meme puede parecer inofensivo, pero es como un caballo de Troya que puede poner en cuestión la veracidad de la fuente sanitaria», advierte Mateos.
López i Borrull coincide: «Parte de los memes no solo provocan la risa sino que también dan una información paródica de la situación. Debería quedar claro que es una exageración, pero el receptor se la cree», explica.
Las bromas en torno al supuesto comité de expertos que asesora al Gobierno o sobre el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, son el ejemplo perfecto de lo que comentan Mateos y López i Borrull. No hay más que ver el meme con la abeja Maya, Heidi, la Bruja Avería y Spiderman como los sesudos asesores de Simón. «Es posible que haya gente que ha recibido un meme que ridiculiza a Simón y por eso no se crea las recomendaciones que lanza», lamenta Mateos.
El profesor de la UOC aporta un ejemplo ajeno a la pandemia: «Las parodias del ‘Polonia’ de TV3 podían restar credibilidad a muchos políticos. Es lo que pasaba con Montilla (José, expresident de la Generalitat). Las parodias de Simón le acercan a la gente, pero provocan que haya quien no haga caso del contenido, pero no es algo mayoritario».
El problema es otro, según el experto de la UOC: «El mayor inconveniente es la contradicción entre las fuentes oficiales de las diferentes administraciones. El colectivo negacionista, crítico con esas fuentes oficiales, lo que intenta es ridiculizarlas».
¿Por qué hay tanta gente que se cree y comparte WhatsApp con teorías peregrinas? Mateos responde en la misma línea que López i Borrull: «Porque se han emitido noticias contradictorias, como cuando el ministro de Sanidad, Salvador Illa, dijo primero que las mascarillas no eran necesarias y luego las convirtió en obligatorias. Esa contradicción provoca que haya mucha gente que ya no se crea nada. Pero sí cree, por contra, los bulos».
El coordinador de #Saludsinbulos sostiene que es muy complicado combatir las mentiras en las Redes porque «son llamativas, están escritas en un lenguaje sencillo y van mucho más rápido que el propio desmentido». Por eso apuesta por una doble estrategia: la educación desde la escuela y aplicar la inteligencia artificial «para monitorizar quién lanza los bulos y cómo se comparten».
El profesor de la UOC recuerda que «el derecho a la parodia forma parte de la libertad de expresión. Otra cosa es que el mensaje que emitan sea peligroso. Llega un momento en que se sobrepasa el límite entre la libertad de expresión y la mentira. ¿Cuál hay que preservar? En casos de gestión de salud pública debería ser la verdad. No defiendo que se cierren perfiles que hacen parodia, pero sí que hay que tener mucho cuidado en identificar claramente que es un meme proveniente de una cuenta paródica. No hay que descontextualizar el meme para evitar darle una credibilidad que no tiene, por ejemplo, en el tema del uso de las mascarillas».
«Los mensajes que más se viralizan son los que transmiten emociones. Los memes, que añaden humor cuando la gente necesita desengrasar una situación compleja, se viralizan mucho. Y corren más que la información real y aburrida», añade.
Mateos apunta que «hay mucha gente que se niega a cambiar de hábitos de vida y utiliza el bulo para confirmar su actitud. Se agarra a un clavo ardiendo. Un ejemplo es alguien que no quiere usar la mascarilla y se cree que las mascarillas causan asfixia», explica el periodista experto en salud. Precisamente uno de los bulos más viralizados es el que, bajo el título «yo no uso bozal», asegura falsamente que las mascarillas provocan intoxicación por CO2.
Mateos cree que detrás de las protestas, y de los bulos en general, hay dos grupos: «la ultraderecha, que considera las medidas restrictivas como un ataque a la libertad, y la ultraizquierda o el movimiento anarquista, como quieras denominarlo, que se opone a la industria farmacéutica y defienden teorías negacionistas».
El profesor de la UOC concluye que «la extrema derecha y extrema izquierda necesitan que alguien aporte credibilidad a sus falsos mensajes. Las administraciones deberían tener un diálogo comunicativo con esas personas que se sienten desengañadas para evitar la polarización y que se crean los bulos».