Rosita y su marido Antonio. Estos vecinos de la calle Sant Pere Estubes viven en un edificio que en su parte posterior da a un gran solar abandonado de la calle Calderers. Es el «vacío» que quedó después del derrumbe inesperado que se registró el viernes 5 de septiembre de 2014. De hecho, unos años antes ya se había registrado otro episodio en un inmueble contiguo. Los propietarios decidieron no volver a levantar las casas y ahora se acumula la maleza y las plagas.
El balcón de una de las habitaciones del piso en el que vive esta pareja tiene «vistas privilegiadas» sobre este nido de porquería. Una gran mata verde ocupa la mitad de la superficie. «Está lleno de ratas y pulgas, por no hablar de los mosquitos», explica Antonio. Otro de los problemas con el que conviven es la presencia de gatos callejeros, a los que algunas personas les dejan comida. «Cuando están en celo, hay noches que se ponen a gritar y aquí no hay quien pueda pegar ojo», añade su mujer.
Si uno se asoma desde la calle Calderers no se dará cuenta de la magnitud de los escombros acumulados. El extremo de la parte visible es desde hace años un aparcamiento improvisado en el que cada día hay de tres a cuatro vehículos estacionados. Esto mantiene «escondida» la maleza que en cambio sí ven los vecinos. «Yo pregunté cómo podía hacerlo para aparcar y me dijeron que no era muy buena idea, porque hay ratas y alguna vez los propietarios se han encontrado con que les han reventado algo», explica un residente que hace unos meses se instalaba en la calle Cuirateries.
Yo pregunté cómo podía hacerlo para aparcar y me dijeron que no era muy buena idea, porque hay ratas y alguna vez los propietarios se han encontrado con que les han reventado algo»Los vecinos que llevan más años en esta isla de casas recuerdan diferentes incidentes que se han registrado y que han acabado dejando vacío este solar. «Hace unos quince o veinte años ya se cayó una de las casas. Eran pisos en los que la gente se había marchado y poco a poco quedaron vacíos», explica Antonio.
‘Nos obligaron a irnos’
En el año 2007 se derribó el bloque número 9 de esta misma calle. Era un inmueble sobre el que el mismo arquitecto técnico del Ayuntamiento había emitido un informe en el que ya manifestaba que «en cualquier momento puede producirse un colapso con caída de la fachada posterior y lateral». Y acabó pasando. Lo único que se preservó fue la fachada, que es del siglo XIX, y los servicios técnicos obligaron a conservarla. Ahora, desde el piso de estos vecinos puede apreciarse como las palomas se han adueñado de los huecos que quedan en la piedra. «Aquí cualquier día tienen que volver a desalojarnos, porque si miras la fachada desde la parte delantera ves como está hueca», apunta Antonio.
Simplificar los trámites para facilitar la rehabilitaciónAún se registraría un último episodio de derrumbe, que es el que se produjo a finales de verano de 2014. «Estábamos en casa cuando vinieron los Bombers y nos obligaron a irnos», argumenta Antonio. En esta ocasión, el susto vino del número 11. La pared medianera que separaba el citado bloque (deshabitado) y el solar contiguo (el número 9) se vino abajo y los escombros cayeron sobre la zona que ya se utilizaba como aparcamiento. En total fueron desalojadas 35 personas vecinos de los números 6, 8, 10 y 13 de la propia calle Calderers, y también de los bloques número 4 y 6 de la calle Sant Pere Estubes.
La Comissió Territorial d’Urbanisme del Camp de Tarragona aprobó en su última reunión –correspondiente al mes de mayo– la modificación puntual del POUM en el ámbito de la Part Alta. La medida simplifica la complejidad en la regulación urbanística que había en el Casc Antic. Impulsado desde el área de Territori del Ayuntamiento de Tarragona, esto debe evitar el deterioramento del patrimonio cultural, potenciando la rehabilitación y renovación. Con este cambio normativo, quiere facilitarse que puedan impulsarse proyectos de mejora del parque de viviendas, simplificando los trámites que hasta hora tenían que hacerse.
«Estuvimos más de un mes en el hotel y nos dijeron que cuando volviéramos a casa estaría todo bien», recuerda Antonio. Asegura que el Ayuntamiento les dijo que, al quedar libre toda esta solar en pleno corazón de la Part Alta, se habilitaría un parque infantil. Pero la zona de juegos no ha llegado y progresivamente se ha ido degradando el espacio.
Durante todos estos años, esta pareja de vecinos ha ido aguantando la presencia de roedores e insectos. No obstante, durante los meses más cálidos tienen que vivir con todas las ventanas completamente cerradas para evitar las molestias. «Mi mujer tiene más de noventa años. Ahora ya sale menos y si tiene que pasarse otro verano así, no puede ser, porque nos engañaron. Nos dijeron que lo dejarían todo limpio y esto da asco», concluye Antonio.