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Seis meses sin paz a la vista

La guerra cumple medio año con traumas abiertos y vidas giradas por completo. Yaroslav y Slava, ucranianos residentes en la costa, suman 180 días de combate. Nadia y Lena huyeron de «decenas de misiles» y han logrado un empleo en Salou. También hay refugiados que vuelven, como la familia Sikorska, que escapó de Irpín y se alojó casi tres meses en Campclar

20 agosto 2022 21:21 | Actualizado a 21 agosto 2022 13:42
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Slava en el frente: «No nos rendiremos»

Slava Didur (44 años) está con ánimos y confianza. Acumula casi medio año en el frente. Se fue a las primeras de cambio. Apenas unos días después de que el 24 de febrero empezara la guerra, Slava, ucraniano residente en Reus, se marchó en furgoneta junto con otros compatriotas. Allí se formó a contrarreloj para empezar a manejar algunas armas de guerra. «Ahora no nos podemos ir, tenemos ánimo de ganar, no nos rendimos», le explica él a su familia, desde el mismo frente de guerra. «Allí tienen el espíritu bravo y valiente, están con ganas de acabar esta invasión y limpiar su tierra del agresor, están fuertes para seguir defendiendo al país», cuentan desde aquí.

Slava se mueve entre Mykolaiv y varias zonas de la frontera, se va desplazando allí donde hay conflicto, porque la guerra sigue, a pesar de que la tensión haya bajado en algunos puntos. «No puede hablar mucho con la familia, pero a veces con un simple gesto yo ya sé que está bien. Yo tengo muchísimas ganas de verlo, de que vuelva bien», explica su pareja. En ocasiones es solo un emoticono, suficiente para saber que otro día más (y ya van 180) está a salvo. «Están en fases muy activas de enfrentamientos. Yo voy mirando dónde hay bombardeos, voy siguiendo la actualidad para ver dónde se están complicando las cosas», explican sus allegados. Su pareja siente una extraña mezcla de orgullo y de tristeza. «A veces me encuentro mal por la situación», admite.

Slava vio que no podía vivir y seguir trabajando con normalidad y tranquilidad con su país siendo presa del ataque ruso. «Le pedimos que no lo hiciera, que se quedara, pero no había manera. Fue un impulso, algo que le surgió en el pensamiento y que no se puede frenar», relata su pareja.

«¿Cómo me voy a volver?»

Slava no fue el único tarraconense de adopción que, a principios de febrero, hacía el trayecto inverso al de tantos ciudadanos que huían de las bombas en el país. Yaroslav Smetanuyk, ucraniano de 53 años residente en Cambrils, no está este verano trabajando de cocinero en el restaurante Ocean La Pineda, como sería habitual.

Con los primeros ataques rusos ya optó por montarse solo en el coche para ir a su país, siguiendo una pulsión irrefrenable. Ha estado hasta hace poco en el frente de combate. «Ahora está de baja, porque le salieron dos quistes en los riñones. Y lo han llevado al hospital, en una zona tranquila», explica Natalia, su mujer.

Los combatientes se marcharon a finales de febrero. No volverán hasta que acabe el conflicto

Ella pensó en un primer momento que iba a volver, pero no. «Entonces, ¿para qué me fui? ¿Cómo me voy a volver si hay niños de 19 y de 20 años combatiendo?», se pregunta él, que ha estado cerca de Jersón, zona cerca de Mikolaiv y de Odesa, y también de Crimea.

Yaroslav, bastante más delgado, puede hablar poco de lo que hace y de dónde está, pero lo que es seguro es que su fe en la victoria es inquebrantable. Él y sus compañeros saben que no hay otra alternativa que vencer, que no hay marcha atrás. «Los militares no van a permitir eso, por tanta gente que ha muerto», explica Natalia.

Su marido se va a quedar más tiempo, si no es en primera línea de combate es cocinando para el ejército o en cualquier otra labor, porque las bombas siguen cayendo. «Ha ido volviendo mucha gente a Ucrania, muchos refugiados, pero pedimos que no lo hagan, que no vuelvan porque hay muchas minas todavía. No hay zonas tranquilas, siguen sonando las sirenas», dice Natalia.

Respetar sus decisiones

Ella se trajo a su madre a Tarragona. La mujer tiene ganas de volver pero a la más mínima llamada con algún familiar ya ve que retumban las alarmas y que el conflicto, aunque por momentos pueda bajar en intensidad, sigue.

Parte de la resistencia ucraniana, de ese gran aguante, se basa en compatriotas que han cruzado las fronteras de regreso para enrolarse. Es un paréntesis doloroso para su entorno pero a la vez comprendido. «Hay que respetar su decisión», dice Natalia.

A Slava le guardan su puesto en el sector de la construcción. A Yaroslav lo mismo. «Yo estoy en su lugar durante este verano, de cocinero. Antes estaba en sala pero he tenido que ponerme», explica David Gómez, en el restaurante Ocean, en plena vorágine turística de recuperación pandémica. En el negocio hablan cada dos semanas con él. «Le tenemos mucho cariño. Yo tengo 30 años y le conozco desde que tengo 14. Nunca ha fallado. Es una gran persona, que te ayuda en todo lo que puede, un trabajador nato».

Todos esperan que la próxima temporada pueda estar con ellos, donde lleva una década. «Le decimos que se cuide, nos dice que está bien. Hasta le pido algo de consejo para la cocina, le explico cómo hago las cosas y él me dice si voy bien o no», cuenta David.

A estos dos combatientes les mueve un empuje irrefrenable por ayudar a su país plantando cara al invasor. «Sabíamos que él ya lo llevaba dentro. Me llamó mi padre, el dueño del negocio, a las siete de la mañana, y me dijo que estaban bombardeando Ucrania y que con él no íbamos a poder contar este año. Todos esperamos que vuelva pronto y sano», desea David Gómez sobre Yaroslav.

$!Lena Larioshchenko y Nadia Iarygina, en Salou. Foto: Alba Mariné

«Trabajar me ayuda a aprender el idioma»

Nadia y su hermana Lena forman parte de los refugiados que han logrado un trabajo. «Llegué a Tarragona el 24 de marzo. Estoy aquí con los niños de mi hermana y nuestra mamá», explica Nadia. Son de Járkov, la segunda ciudad de Ucrania. «Huimos porque nuestra ciudad fue alcanzada por decenas de misiles y tuvimos que escondernos de los bombardeos», narra. Al poco de llegar Nadia buscó un empleo con su hermana. «Estuvimos preguntando y caminando por varios lugares», cuentan. «Trabajar me ayuda a aprender más sobre la cultura y el idioma al interactuar con clientes o compañeros y sentirme más conectada con la sociedad. Tener un trabajo me da seguridad financiera en este momento y en el futuro. Así puedo pagar las necesidades». Ambas son felices. «Hemos conocido a gente increíble, y estamos muy agradecidas. Pero extrañamos nuestro hogar. Esperamos poner fin pronto a la guerra porque solo así podremos volver a casa», asegura Nadia.

Otro caso es el de Yana Saksonova. Quien le iba a decir a ella, que hace ocho años se alojó como turista en el hotel Estival Park de Salou, que ahí lograría un empleo. Tuvo una huida difícil. Viajó a Tarragona 12 días en trenes y buses. «Vine solo con un perro. Mis padres murieron hace mucho tiempo. Un hermano se quedó. Mi prometido está en guerra, luchando por la libertad de Ucrania», confiesa. «Envié mi currículum a todos los hoteles más cercanos para el puesto de limpiadora. Trabajé en turismo toda mi vida, como guía en Turquía o agente de viajes en Kiev».

Primero trabajó en limpieza y luego pasó a recepción: «Me gusta trabajar aquí. Necesito un empleo para pagar el alquiler. Siempre he trabajado, desde los 13 años. Extraño mucho mi hogar, pero mientras Rusia lanza bombas todos los días, tengo miedo de volver... Mi prometido y yo estamos planeando una boda en otoño. Lo más probable es que vaya a Ucrania por unas semanas. Pero luego volveré a España».

$!Olena, Anastasia, Andriy y Yaryna, en Campclar. Foto: Àngel Ullate

«Necesitábamos volver a nuestra casa»

Los Sikorska están de vuelta a Irpín, muy cerca de Kiev. Su casa tenía algunos desperfectos, como ventanas rotas, pero era habitable. Cuando los ataques menguaron en esa zona, y la guerra tendió a trasladarse al este del país, tomaron la decisión de regresar después de casi tres meses hospedados en una casa en Campclar, en Tarragona.

«Los últimos días estaban con la moral algo decaída, el padre seguía allí, solo, y como no tenía a la familia había riesgo de que le enviaran al frente», cuenta Ana Pagán, la persona que acogió en su casa a Anastasia (17), su madre Olena (38), su hermana Yaryna (5), y su hermano Andriy, de solo cuatro meses cuando llegó. Anastasia era la niña ucraniana que pasaba todos los veranos en Tarragona. De ahí que Ana, cuando comenzó el conflicto, activara todo el dispositivo para traerles aquí, lejos de las bombas.

Aquí empezaron una nueva vida. La madre aprendía español, la pequeña comenzó el curso en La Salle Torreforta y la mayor, Anastasia, siguió estudiando ‘on line’ en la universidad. «Para ellos venir aquí fue un espacio de tranquilidad, para poder pensar, sentirse seguros, protegidos y cuidados. Aquí no se tenían que preocupar por nada», describe Ana.

Pero como tantas otras familias, cuando la situación mejoró en su región, hicieron las maletas de regreso. «Necesitábamos volver a casa», reconocían, mientras se debatían entre seguir aquí o reunificarse en Ucrania. «Me dio pena que se marcharan, claro, pero a la vez estoy contenta. Por mucho que les cuides, que estén bien... Dejas allí al marido, al padre de los hijos, y lo que quieres es volver. Yo habría hecho igual», reconoce Ana Pagán.

Atrás quedó un aterrizaje difícil y una integración laboriosa pero conmovedora. «Han sido muchas emociones, a flor de piel, una montaña rusa, muy bonita, y también con momentos duros. Yo he hecho lo que tenía que hacer, y ellos están bien, eso es lo más importante», concluye Ana.

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