Turno de noche: El guardián del hotel

Albert Rodríguez es recepcionista en el Hotel Ciutat de Tarragona. A las tantas sigue el 'check in'. Hay llamadas de clientes pidiendo zapatos o prostitutas. Él, que también es chófer y botones, asiste con paciencia

19 mayo 2017 16:11 | Actualizado a 24 diciembre 2019 23:30
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Cuando la cercana y bulliciosa Plaça Imperial Tarraco baja de revoluciones Albert Rodríguez (Salou, 41 años) comienza el turno de noche. Son las 23.00 horas y estará hasta las 7 h. Él, junto con otro compañero, se convertirá en esa madrugada en el máximo responsable de todo lo que pase en las 168 habitaciones del Hotel SB Ciutat de Tarragona. «Hacemos los ‘check in’ que quedan pendientes y todo el cierre de producción. Hay que cuadrarlo todo con el ordenador. También te toca vigilar todo el hotel», cuenta Albert.

De madrugada desciende el trajín en el hall de este cuatro estrellas. Casi todo es silencio en esta recepción donde se imponen los relojes con horarios de Tarragona, Nueva York o Tokyo. Apenas hay un ‘check out’ tardío, o alguna entrada de ese turista con retraso, al que el avión o el aeropuerto le han jugado una mala pasada. No significa que aquí no haya trabajo: «Te encargas de hacer otro tipo de tareas. Durante el día sólo estás pendiente de las salidas o las entradas. En el turno de noche te toca hacer los cierres, estar pendiente de todo y abrir los turnos para el día siguiente», explica Rodríguez.

El ajetreo es menor pero la responsabilidad mayor, puesto que los recepcionistas son los únicos ‘gobernantes’ del establecimiento. «Por la noche no tienes la inmediatez del público, pero debes tener más cosas en la cabeza. A cambio, no sufres tantas interrupciones y puedes hacer las tareas más seguidas». Una vez por noche, toca hacer un recorrido por los pasillos y rincones de todas las plantas: «Nos toca vigilar y también hacer de botones. La noche implica hacer de todo un poco».

Se encargan de transportar a algunos huéspedes en coche hasta allí donde lo pidan. «Llevamos a la estación de tren a los maquinistas que comienzan a trabajar por la mañana y han dormido aquí», cuenta. Para aguantar Albert tira de cafés, agua y a veces algo de fruta. «Si no estás acostumbrado la noche te altera. A la tercera consecutiva ya tu cabeza se resiente. Yo procuro hacer una siesta el día antes. Cuando llego a casa por la mañana duermo hasta la hora de comer», reconoce.

En los hoteles transpira la vida en su esplendor y la insondable naturaleza del cliente que, eso sí, al final siempre tiene la razón. Albert adjunta 20 años de experiencia como recepcionista: «Más allá de saber idiomas, no hay ningún secreto. Hay que saber tener paciencia y, si no la tienes, esconderla. Hay que ser consciente de que a lo mejor tú no tienes tu mejor día y el cliente tampoco».

Con nocturnidad también afloran mejor los caprichos y las extravagancias de algún alojado con ínfulas de estrella de rock que descoloca a Albert con una llamada a recepción. «Nos piden de todo, desde señoritas de compañía a un contacto para comprar droga, pasando por pañuelos. ¡Una vez llamaron y me preguntaron que si vendíamos zapatos!», narra. ¿Qué hacer en ese momento?. «Se le explica que el hotel no suministra esos servicios», concede Albert.

La noche transcurre con un ojo en el monitor de las cámaras de seguridad y otro en la puerta de entrada, cerrada para que haya un poco de filtro, aunque a veces venga algún susto: «Hace poco se metió en el vestíbulo una de esas personas que duermen en la calle. Iba desnudo y se puso a bailar. Por suerte no había gente. Intenté convencerle de que se marchara y de que no montara un escándalo. Al final tuve que llamar a la policía y se lo llevaron».

Gajes del turno de noche, en el que hay que multiplicarse, y el recepcionista en su multitarea hace de guardián, de conductor, de telefonista, de recadero y hasta de sereno.

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