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Gane quien gane las elecciones de Estados Unidos, hay cosas que no cambiarán

Sea cual sea el resultado, la geopolítica estadounidense no va a cambiar. Cambiarán las formas, los aspavientos, pero no las grandes líneas, ni las acciones

05 noviembre 2024 22:47 | Actualizado a 05 noviembre 2024 23:00
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Esta es una elección sobre las elecciones. Sobre los procedimientos de la democracia. Esta es una elección sobre lo que es fundamental. No se trata de los programas, se trata de respetar el proceso. El cómo antes que el qué. Porque la democracia es el respeto de unas reglas que deben permitir aplicar cualquier programa político menos el que se fagocita a sí mismo. Uno de los dos principales candidatos en la contienda, Donald Trump, no solo ha demostrado un escepticismo constante hacia el estado de derecho; también es el único presidente en la historia de Estados Unidos que intentó permanecer en el cargo después de perder una elección. Esta elección es una elección mundial. ¿Podemos permitirnos, como presidente del país más poderoso del mundo, a un extremista caótico que también ha atacado el propio sistema de gobierno republicano estadounidense?

Esta es una elección sobre las elecciones

Esta es una elección sobre la importancia del respeto a las reglas de juego. Uno de los principales candidatos es Kamala Harris, que durante los últimos cuatro años ha sido la vicepresidente del país más poderoso (aún) del mundo. Kamala Harris, que ha necesitado la debacle física evidente del presidente Joe Biden para que su partido considerase la posibilidad de su candidatura. Delante de la evidencia, no les tocó más remedio. Kamala Harris ha sido la candidata a pesar de ella misma. ¿Podemos permitirnos una presidenta de los EE.UU. sin experiencia notable de gobierno, con un registro más que cuestionable en la gestión del único dosier que tenía bajo su mandato ―la inmigración―? Me dirán que ella, al menos, no tiene la intención de dinamitar el sistema. No. En eso Kamala Harris es una presidenta fiable. Pero a estas horas (en las que se escriben estas líneas) no sabemos si reír o llorar. La democracia es una idea difícil de comprender. Es abstracta y, hasta hace poco, parecía tan profundamente arraigada en la vida americana que, a pesar de sus fallos, se daba por sentada. Cuando los votantes deciden a quién apoyar, es comprensible que a veces se centren en las cuestiones más urgentes directamente frente a ellos, como su nivel de vida, sus derechos y su estructura social. Pero la esencia del sistema estadounidense no es el qué, sino el cómo. No son las propuestas políticas tanto como los procedimientos por los cuales estas propuestas se pueden llevar a cabo. Esa idea fundamental está siendo puesta a prueba con el resultado de hoy. Pero esta dicotomía ontológica entre Trump y Harris esconde un campo minado para el resto del mundo. Porque la visión ingenua y banal que desde Europa se tiene de los EE.UU. no nos deja ver la realidad: la alianza post Segunda Guerra Mundial ya no es lo que era. America First no es solo el lema de campaña de Trump, es un marco de comprensión de la realidad americana. America First es el modo de ser americano. Gane quien gane, habrá cosas que no cambiarán. Que desde este lado del Atlántico no notaremos la diferencia entre uno u otro inquilino de la avenida Pensilvania.

Proteccionismo

El proteccionismo no es cosa de Donald Trump. Las ayudas de estado que en 2021 supusieron miles de millones de dólares parala economía americana, fueron decisión de Joe Biden. Y continuarían siendo decisión de Kamala Harris. La protección de la industria americana no es partidista, es bipartisana. Están todos de acuerdo. Esto puede significar más aranceles para los productos europeos.

Conflicto israelí-palestino

Ni republicanos ni demócratas van a dejar de apoyar ―sin fisuras― al estado de Israel sea cuales sean las políticas de agresión que Benjamin Netanyahu decida llevar a cabo. Donald Trump se llevó la embajada a Jerusalén, y Joe Biden la dejó allí. Israel es no negociable.

Teherán

El régimen iraní es uno de los grandes enemigos de Washington. Un enemigo de largo recorrido. Un enemigo que, tras la reunión de los BRICS en Kazan (Rusia), ha adquirido la pátina de socio de países como Brasil, India o Sudafrica. La situación en Oriente Próximo es explosvia, pero, gobiern quien gobierne, las veleidades intervencionistas de principios de siglo viven un retiro tranquilo en algún cajón del Pentágono.

Putin

Así, de entrada, se puede pensar que Putín y Trump forman un duo diabólico. Pero la política americana versus Rusia, es una política de contención no de confrontación. A no ser que la acción del Kremlin sea suicida, no habrá mayores represalias por la guerra de Ucrania. Es cierto que Donald Trump puede llegar hasta el extremo de cortar los fondos de ayuda del gobierno de Kiev, pero esta decisión, gobierne quién gobierne la tomará el Congreso americano y el Senado. Será más una política de gestos que de realidades. Trump será brutalmente honesto, Harris nos mareará con una retórica más amable, pero, en ambos casos, Ucrania estará cada vez más sola.

Corea del Norte

Es cierto que Donald Trump no ha escondido nunca el sentimiento paternalista que le genera el descerebrado de Kim Jong-Un. Pero las tensiones en el Pacífico siguen una regla estricta. Corea del Norte amenaza para negociar. China protege a Pyongyang porque le gusta que alguien arme follón a los americanos, un adversario desestabilizado es un adversario menos, y Japón aprovecha la situación para acelerar su carrera armamentística (hay que recordar que tras la Segunda Guerra Mundial, Japón, solo tiene unas fuerzas armadas de autodefensa) y la expansión del nacionalismo nipón.

Europa

Europa seguirá siendo el hermano pequeño de una relación que se va enfriando con el paso del tiempo. Europa ya no es lo que era. Europa, endeudada y desindustrializada, no puede competir con los grandes. Europa, sin el Reino Unido, no deja de ser un galimatías algo chillón e incomprensible. La famosa frase de Henry Kissinger sobre a qué teléfono hay que llamar cuándo se quiere hablar con Europa, es más cierta que nunca. Europa seguirá pensando con la mentalidad de película de Woody Allen. Seguirá creyendo que los EEUU son los hippies de los 60 en San Francisco. Pero San Francisco es hoy una ciudad de zombies adictos al Fentonyl, como en Los Ángeles. Ese mundo ha desaparecido. Mejor que nos vayamos haciendo a la idea. Gane quien gane.

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