Ivan Pintor Iranzo reseña ‘Sibylla’ de Max Baitinger

27 mayo 2024 10:44 | Actualizado a 27 mayo 2024 10:58
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“A los dioses os imploro / remediad este suplicio / Que sean todos sus dones / oscuro sepulcro mío / No dejéis que amar ya pueda / un amor que es extravío”. El centenar de sonetos compuestos por Sybilla Schwarz, la “Safo de Pomerania”, poetisa barroca muerta a los diecisiete años en 1638, fue rescatado por Samuel Gerlach, predicador castrense suabo que había sido su tutor, en el volumen Deutsche Poëtische Gedichte. Casi olvidada durante tres siglos, la poesía de Scharz empezó a recalar en numerosas antologías líricas alemanas y, en el cuarto centenario de su nacimiento, en 2021, compilada en un libro editado por Bertram Reinecke, en el que poetas y artistas contemporáneas respondían a la belleza de su musicalidad.

Ninguna de las respuestas hacia la obra de Schwarz, históricamente situada entre la mística de Santa Teresa y la de Sor Juana Inés de la Cruz, ha resultado tan pródiga como la de Max Baitinger, que en el magistral volumen Sybilla, editado de modo exquisito por Fulgencio Pimentel y con la traducción extraordinaria de Núria Molines y César Sánchez, juega, canta y entrevera sus trazos con los de la escritora, cuya corta vida se contuvo en el hiato de la Guerra de los Treinta Años, primero en la ciudad de Greifswald, saqueada en 1637 por las tropas del imperio, más tarde en la casa de campo de Frätow y, finalmente, en Straslund y Rügen. “Aquel lugar / el más hermoso lugar / allá donde las frías fuentes / Allá donde danzan las musas / y donde el deseo prenden”.

$!Ivan Pintor Iranzo reseña ‘Sibylla’ de Max Baitinger

Sybilla

Autor: Max Baitinger

Traducción: Núria Molines y César Sánchez

Editorial: Fulgencio Pimentel

166 páginas, 26€

Es el deseo de Schwarz, su ser-en-un-mundo que se derrumba lo que sostiene, como pauta musical, el juego incesante de Baitinger, su experimentación. Página a página, e impregnado del espíritu del barroco, el autor hilvana trazos pictográficos depurados, tanteos con la direccionalidad abstracta de una línea que parecen invocar los cómics experimentales de Calligaro o de Manfred Sommer, trampantojos formales como los de Magritte o como las viñetas del Philemon de Fred, el pálpito cromático puntual de El triunfo de la Muerte, de Brueghel, o la inventiva para crear personajes del pionero francés Alain Saint-Ogan y del argentino Carlos Nine. Y todo ese vórtice de creatividad, color y música es irradiado desde esa casa de campo en Frätow, que ya no existe, y en la que por momentos las figuras se mueven con el paso quedo que el cineasta danés Carl Theodor Dreyer supo insuflar en las severas figuras protestantes de películas como Dies Irae y Ordet.

Como el blanco de las paredes encaladas de Dreyer, el blanco de la página es para Baitinger espacio de memoria y aparición, un vacío desde el que el milagro de los tonos salmón y turquesa se convierten en el vocabulario y la voz de Schwarz y en los desvelos de su padre por proteger su escritura, con tinta, con una habitación propia o mosquete en mano. Con una línea aún más depurada que en Röhner o Birgit, que a menudo se resuelve en volutas que encandilan la mirada y la arrastran de viñeta en viñeta, Sybilla es, como los versos de la autora a la qu se consagra, un lugar bello y libro: “Qué pudiera aquí la muerte? / ¿Qué pudo la envidia dura / con aquel que danzare libre / de la mortal atadura?

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