Antes se secará la tierra (Editorial Planeta), es la última novela de Fernando J. Múñez, autor del bestseller La cocinera de Castamar y Los Diez Escalones. Es una historia sobre dos sagas enfrentadas en la Galicia del siglo XIX con lazos familiares no siempre positivos.
Pone el foco en la familia.
Pretendía ahondar en las familias, por un lado en la de los Castronavea, que son potentados gallegos muy atados a la tierra y a la tradición y, por otro, en la de los Ordás, casta de empresarios que solo buscan beneficios. Me gustaba bucear entre las relaciones intrafamiliares, las que se daban entre los propios miembros de cada familia y los enfrentamientos entre ambas. Al final, la familia es aquello que nos conforma y nos configura, a veces para bien y en otras ocasiones para mal, incluso el hecho de no tenerla. Me interesaba crear una historia de sagas familiares.
¿En Galicia es tradición esa lucha por la tierra?
Confluyen varias cosas. Por ejemplo, tradicionalmente no existían los latifundios como en Andalucía. Había terratenientes que podían tener más o menos tierras, pero desubicadas entre ellas, minifundios. Eso significaba que colindaban las tierras de unos y otros casi constantemente, lo que inevitablemente provocaba roces. Forman parte de ese tipo de cosas, que muestran que los seres humanos nos quedamos con lo pequeño. Jane Austen lo hacía muy bien cuando hablaba de la miseria humana. No obstante, en el caso concreto de la novela, se habla de la tierra en un sentido mucho más profundo porque para los Castronavea es tradición y es algo que se debe preservar. Se nutren de ella, han vivido de ella generación tras generación. Mientras, los Ordás solo ven explotación, inversión para extraer de sus entrañas el carbón, el cinc o el cobre porque son mineros. Son dos modelos completamente diferentes. Es un choque entre esa tradición que viene del siglo XVIII y esa nueva casta de empresarios atadas al carbón, al ferrocarril, a la máquina de vapor, a lo que va a significar la revolución industrial de finales del siglo XIX.
¿Se seca la tierra en Galicia?
El título, metafórico, es algo así como ‘por encima de mi cadáver’.
A pesar de tener descendencia masculina, hay matriarcado.
En mi obra en general ahondo mucho en los prejuicios que se manejan en la época, en los corsés sociales que existen, en las cadenas que imperan. En este caso, Dositeu, el patriarca de los Castronavea, tiene que tomar una decisión, a pesar de todo su machismo, de todo lo que ha aprendido y de todas sus ideas sobre que una mujer no es capaz de llevar una hacienda porque tiene que dedicarse a casarse y a tener hijos. De repente, todo ello se pone en tela de juicio cuando se da cuenta de que sus hijos varones, así como sus nietos, no son los adecuados para mantener el legado de los Castronavea y que la única que tiene esa capacidad de liderazgo innata que puede engrandecer la familia es una mujer. Para él es una crisis interna. Ve que de lo contrario, tarde o temprano va a languidecer, se va a convertir en la decadencia. Y por eso termina poniendo la heredad en manos de su hija.

Hace una reflexión a la que no todos los hombres llegan.
Ese ejercicio viene también impuesto en cierta forma por lo que necesita, perpetuar el apellido y el legado. Se da cuenta de que lo va a perder y no está dispuesto a ello, aunque tenga que ponerlo en manos de Iria. Y a ella eso le otorga una independencia brutal. Automáticamente pasa de ser una mujer casadera, que puede estar o no con el ganado, con las vides o con la tierra, a ser la que maneja el tinglado.
El matriarcado también es habitual en Galicia...
Durante muchos años hubo diversas migraciones por parte de los varones, también debido a las guerras, hecho que provocó problemas para sacarlo todo adelante. No había hombres a los que recurrir, por lo que tuvieron que ser las mujeres las que se encargaran de las haciendas y los niños. Las mujeres tenían mucho mando, sobre todo dentro de la casa, aunque no quiere decir que esto rompiera los moldes del siglo XIX. Eso ha devenido mucho en la figura de la matriarca gallega.
Iria y Andrés, una relación moralmente dudosa, sobre todo en la época.
Lo verdaderamente importante de esta relación son los prejuicios. Ellos vertebran toda la historia de amor, dos personas que se han criado juntas y que en un momento determinado han cambiado su mirada e incluso ellos mismos no quieren dirigirla hacia allí. La novela arranca con la llegada de Andrés después de mucho tiempo sin verse y ella, de repente llevada por esa alegría, lo besa en los labios y esto es un disparador catártico, revoluciona todo lo que llevan dentro guardado desde hace mucho tiempo, lo que les conduce inevitablemente a tener que mirar ahí, aunque no quieran. Y saben perfectamente que un escándalo a ese nivel destruiría la familia, no habría posibilidades de que fuera de otra forma, precisamente porque viven en un mundo protocolario. Asimismo, su historia conduce al resto de relaciones de amor, que también hay.
Y clases sociales, que están más marcadas que actualmente.
Aún no estamos en la situación en que todos los seres humanos tengamos la misma posición y las mismas oportunidades cuando nacemos. Esto no existe, pero en aquella época la permeabilidad social era infinitamente menor. Nacías y morías en el lugar donde estabas y esto era lo normal y me interesaba ver cómo las clases sociales contraían una serie de prejuicios, de dogmas, de protocolos que se debían acatar. Esto marcaba porque a las mujeres las oprimía completamente, las definía sobre cómo vivir y sentir. Mientras, a los hombres, que les privilegiaba en todos los sentidos, les limitaba también en algunos otros, como por ejemplo el tener que casarse con una mujer a la que no querían para tener una descendencia.
¿La tierra es una maldición o una bendición?
Debajo de toda la trama está la pregunta de cómo debemos explotar los recursos. En el fondo, a Don Isidro Ordás le da lo mismo, le es indiferente, lo que quiere es ganar dinero, mientras que para un Castrolavea esto no tiene ningún sentido. Se ponen en tela de juicio los dos sistemas y se reflexiona sobre si hay alguna forma de hacerlo bien porque al final te das cuenta de que el dinero no lo compensa.