Mishima se ha propuesto hacer de Sant Jordi una celebración sin igual. La Nit de les Roses se ha convertido ya en una fiesta del amor que ha agotado elogios. Empezó como un proyecto efímero hace cuatro años y hoy ya se contempla en distintos lugares del país. Lo ha logrado Mishima gracias a su inquietud por crear nuevos horizontes, por apostar por la originalidad. La banda se rompe la cabeza para generar contenidos que sorprendan a su público, el de Reus se encomendó a esa fidelidad incuestionable para inundar el Fortuny un 24 de abril. Palabras mayores.
La Nit de les Roses es un homenaje a la cultura, respira literatura y música por los cuatro costados. No se trata de un show con fuegos de artificio y un millón de luces rimbombantes. En su sencillez se encuentra la llave del buen gusto. Todo se basa en la palabra, en el mensaje, en los detalles. En eso, David Carabén, el frontman de Mishima, ejerce de maestro. Ayudan y mucho, los escritores invitados a la causa. En Reus tomaron el escenario Raúl Garrigasait, Laia Viñas y Gabriel Ventura. Lo hicieron para abrir la velada previa presentación de Carabén, con el público hipnotizado.
El líder de Mishima tampoco se olvidó de la Fundació Bara, una asociación que apoya a los niños y niñas desamparados en la capital del Baix Camp y que se ha ganado la credibilidad por su solidaridad y trabajo. Luego vino la música, las canciones populares de la banda, alguna revisada, además de versiones en los bises. Todo muy controlado, momentos de euforia puntuales, poco espacio para el error.
Las rosas de todos
La rosa se convirtió en la gran protagonista de la noche, desde que el público asomó por el hall del Teatre Fortuny. Vio en él un túnel curioso, repleto de flores del amor, del símbolo de Sant Jordi. Se encendieron los flashes de todos los teléfonos, alguna pose delicada y muchas risas. Miradas cómplices. Con ese detalle, la formación ya se puso en el bolsillo a su gente, si es que hacía falta, claro. Había ansia de tararear los hits de Mishima, aunque también curiosidad por saber qué había preparado la formación para una noche tan especial.
Hubo quien no se pudo contener demasiado con el trasero en el asiento. Un concierto en el Teatre Fortuny tiene eso, ese condimento de solemnidad y de respeto que, a veces, impide el desenfreno. En algunos palcos laterales, los fans decidieron cambiar el orden establecido por la tradición. Se dedicaron a saltar y bailar todo lo que Mishima propuso sobre el escenario. No importó el ecosistema. Las canciones, casi todas, muy relacionadas con el amor y los sentimientos humanos. Muy para la ocasión.

El bolo fue de piel, muy de tocar la fibra. Mishima no se olvidó de Marc Lloret, teclista y fundador del grupo que perdió la vida hace unas semanas a causa de una enfermedad. «Aunque era algo anunciado, hasta que no pasa, no te haces a la idea. El proceso se nos ha hecho muy duro porque Marc significa mucho para nosotros como amigo y compañero de viaje», confirmó Carabén en primera línea de fuego. El legado de Marc Lloret perdura y nadie lo pone bajo sospecha. El respetable se destrozó las manos en aplausos. La ausencia de Marc confirma que el amor va mucho más allá que cualquier atadura de carácter sentimental o romántica. La formación interpretó por segunda vez HdHFMD, versión de DtMF de Bad Bunny, dedicada a Lloret.
El susurro de los fans acompañó la voz de Carabén prácticamente durante toda la noche, cantaron con delicadeza Cert, clar y breu y con pasión Tornaràs a tremolar y La forma d’un sentit. En este amplio trayecto, Mishima ha exhibido una capacidad inusual para componer himnos como La tarda esclata o Qui més estima, que se han transformado en compañía generacional. En el Fortuny, los cuarentones hacían gala de su sabiduría musical e intentaban ‘adoctrinar’ a algún pequeño rezagado para la causa. Incluso, una madre consiguió que su bebé se durmiera en brazos mientras la música de Mishima sonaba. Amor puro.
La versión de Flowers, de Miley Cyrus, concluyó la noche ya con los biorritmos acelerados, entre la emoción y el desparpajo. En los rostros de las personas se dibujaban sonrisas y agradecimiento. Mishima devolvió a sus fieles aquello que ellos le dan a menudo; admiración. Todo desde la receta de su música, siempre cuidada.
La despedida volvió a trasladarse al hall del Teatre Fortuny, donde cada miembro de la banda se arremangó para entregar una rosa a todos los que acudieran a esa cita especial. Un canto al amor.