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Rosa Ribas: «Tan importante es lo que decimos como lo que callamos»

En ‘Nuestros muertos’ regresan los detectives Hernández, la familia de investigadores más peculiar de la novela policiaca

16 julio 2023 17:05 | Actualizado a 16 julio 2023 17:48
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‘Nuestros muertos’, de la periodista y escritora Rosa Ribas, es la continuación de Un asunto demasiado familiar y Los buenos hijos, trilogía publicada en por Tusquets en castellano. En catalán, los dos primeros de la serie han sido publicados por Capital Books. En ella, los Hernández, la familia de investigadores más peculiar de la novela policiaca, deberán decidir si reabren la agencia o no. Varias serán las situaciones que se les plantearán. A través de esta trilogía, la autora trata temas como la enfermedad mental, el suicidio, la construcción ligada a la corrupción o esos secretos, grandes o pequeños, que todo el mundo tiene. En una Barcelona sensorial, de olores y sonidos. En definitiva, es la historia de una familia ¿cómo cualquier otra?

Le dedica el libro a Alexis Ravelo.
Hubiera preferido no tener que hacerlo porque cuando estaba escribiendo este libro, Alexis todavía estaba vivo. Era un amigo, una persona a la que quería mucho y un gran escritor. Su muerte fue muy repentina e incluir esta cita fue una necesidad para mí y al mismo tiempo, algo consolador, una manera de canalizar el duelo, que también es uno de los temas del libro. En este sentido, no hay reglas ni puede haberlas porque el duelo nos supera tanto que hacemos lo que podemos y no lo que queremos.

A lo largo de la trilogía de los detectives Hernández habla de temas muy sensibles, como el suicidio o la enfermedad mental, que la sociedad no acaba de asumir.
No sabemos qué hacer con ellos. Actualmente se empieza a hablar y se hace de una manera más abierta, pero hasta ahora, y esto es algo que se dice en la novela, siempre se hacían servir eufemismos. Si una persona estaba deprimida se decía que estaba triste, siempre había unas formas indirectas de decirlo. Igual que el suicidio, que ahora se ve que tenemos un problema de gran inestabilidad, de muchos miedos e incertidumbres que están afectando a gente muy joven. El primer paso para atajarlos es poder hablarlo y también que la gente a la que le pasa le pueda poner un nombre, ya que a menudo todas estas metáforas las hace servir la misma persona porque no sabe qué le está ocurriendo e intenta buscar imágenes para explicarlo. Está bien poner nombres, no etiquetas.

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En su novela ‘Lejos’ trataba la corrupción en la construcción. Y en los Hernández también lo hace.
Es un problema endémico. Cuando asisto a jornadas literarias y se nombran obras de referencia, siempre sale Vázquez Montalbán y Los mares del sur, de 1979, que ya habla de la corrupción inmobiliaria. La lees ahora y cambiando algún pequeño referente, esta novela sigue siendo muy válida a pesar de que han pasado muchos años desde que se publicó. Cuando vas mirando todas las porquerías que van saliendo de corruptelas a todos los niveles, siempre tienen mucho que ver con la cuestión inmobiliaria y todo lo que está sucediendo en estos momentos para mantener unos precios asequibles, para que la gente pueda vivir donde quiera, es un tema constante. Esta relación entre la construcción y la corrupción es una de las patologías endémicas de la sociedad, parece que en este país no pueda ser de otra manera.

Ponga un detective Hernández en su vida. Rápidamente traspasan la frontera legal.
Están muy al límite, traspasan la frontera con mucha agilidad, están tanto en la banda legal como en la ilegal. El padre tiene un pasado muy quinqui, cosa que se explica en Un asunto demasiado familiar, un pasado de pequeño delincuente, por lo que él conoce la otra cara. Quería mostrar la naturalidad con la que toda la familia actúa, incluso los hijos, porque han sido educados así. Para ellos la cosa más normal del mundo es que cuando no hay una manera lícita de solucionar algo, siempre encuentran otro camino, es lo que han aprendido. Es natural esa facilidad con la que recurren a la violencia, sobre todo la hija pequeña, Amalia, que es la más física de todos. Y como son los personajes los que explican su historia, los lectores siempre están tras sus ojos y los entienden, comparten sus motivaciones y en los clubes de lectura siempre hay alguien que los justifica. Es algo que me gusta mucho porque llevan a los lectores a sus propios límites morales. ¿Qué harían ellos en una situación similar? ¿Dónde está la línea? Este es uno de los juegos que quería proponer con estas novelas.

A pesar de su relación tóxica, no pueden estar unos sin los otros.
Es algo que sucede en muchas familias, son unos vínculos muy fuertes. A menudo, cuando estamos juntos aparecen mil historias, pero no podemos pasar unos sin otros. No podemos estar separados ni tampoco juntos y es algo que no se puede resolver. Y los Hernández, después de Los buenos hijos, en la que hubo una gran explosión familiar, se buscan constantemente. También ha habido una separación geográfica, ya que antes estaban todos por Sant Andreu y ahora ya hay más distancia, pero se visitan, se llaman, hablan y para mí el gran reto a la hora de escribir Nuestros muertos era pensar qué los podía volver a unir a esa casa, sobre todo, que para ellos es como el centro del universo, donde está Lola, que ya se ha quedado encerrada porque no sale de ella.

Todos van a parar allí, las hijas también. Es como el centro de operaciones.
Sí. Nora es la detective nata, aunque lo rechaza porque es una carga que no quiere llevar. Es como el gran talento que le pesa demasiado. Tiene miedo de acabar como su madre; Amalia es la que quiere ser detective, la que pone todo el esfuerzo, la que tiene la voluntad de ser independiente y tener su propia empresa. Al final, una huye de la profesión y acaba volviendo y la otra se quiere independizar, pero cuando no la llaman para hacer algún trabajo surgen los celos. Me gustaba que todas estas relaciones tan complejas, que son las de las familias, aparecieran muy vinculadas a lo que están haciendo, con su trabajo, por eso se mezclan las estructuras familiares con las de la agencia de detectives. Quería mostrar la complejidad de las relaciones familiares porque es la cosa más enrevesada que nos podamos imaginar, es el mundo entero dentro de una casa.

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Huyen de las desapariciones, pero no pueden evitar investigarlas y saben que algunas son voluntarias, para dejar un pasado atrás.
En el fondo, parece imposible cortar con ciertos lazos. Es decir, aunque una persona decida romper con la familia, no es una decisión unilateral, es una decisión que tienen que aceptar todas las partes y esto no siempre sucede. Y quería demostrarlo, muy brevemente, hay momentos en que puedes ponerlo en una microhistoria que has incluido dentro de la novela, donde se trata un tema más grande. Estos detectives que están especializados en encontrar personas desaparecidas han visto toda la casuística. Y puede pasar eso, que alguien no quiera saber nada de los suyos.

¿La desaparición es la peor de las pérdidas?
¿Qué explica que una persona haya desaparecido y cómo quedan los que la buscan? Investigando sobre el tema me di cuenta de que es una de las situaciones más duras que sufre la gente porque cuando alguien está demente o cuando se produce un accidente, una muerte, es brutal, pero hay un punto, una caída y desde allí puedes empezar a rehacer tu vida, cuesta mucho, pero es posible. Pero cuando hay una persona desaparecida no puedes rehacer tu vida, no puedes cerrar. Y lo ves en estas familias que buscan gente desde hace 20 o 30 años y su vida es una pérdida que no es reparable porque no saben qué ha pasado. Y esto siempre me ha impresionado mucho y por eso los Hernández son especialistas en buscar a personas. No pueden investigar asesinatos porque son detectives y eso es materia de la policía.

Los secretos son el centro de todo, pero ellos procuran ser herméticos.
Saben que los secretos son un arma, que el conocimiento que tenemos de los demás se puede volver contra la gente. Toda la información que dejamos ir no sabemos si algún día se nos revolverá como un boomerang porque todo es muy abierto y muy indiscreto y ellos, a pequeña escala, lo saben. Son conscientes de que todos escondemos cosas y si lo hacemos es por alguna razón. Porque o bien se piensa que darán una mala imagen de uno o porque a lo mejor pueden hacer daño a otras personas. Puede haber muchos motivos.

¿Qué es mejor, conocer o ignorar?
Cuando sabes una cosa ya no puedes no saberla. Es decir, tienes que pensártelo mucho si quieres que algo se sepa o no y qué consecuencias tendrá. Y los Hernández lo saben. La gente necesita información, por ejemplo, si un marido es infiel. Y cuando lo certifica, ¿cuál es el siguiente paso? No se puede olvidar, no se puede rebobinar y volver al punto de partida y eso te obliga a tomar decisiones. ¿Qué hacemos después cuando lo sabemos? Por eso los Hernández, en la segunda novela, Los buenos hijos, cuando acuden a ellos unos padres que quieren saber por qué la hija se suicidó, les preguntan reiterativamente si están seguros de quererlo saber porque después es irreversible. Esto muestra hasta qué punto a veces es tan importante lo que decimos como lo que callamos. Qué importante es saber callar a tiempo, sobre todo cuando no se aporta nada y a la persona a la que se lo dices en realidad le haces más daño que bien. El hilo conductor de la trilogía son los diferentes secretos que van hilvanando la trama.

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¿Barcelona necesita un empujón?
Cuando llegué, yo venía de una ciudad mucho más tranquila, como es Frankfurt, que está relativamente contenta consigo misma. Barcelona es una ciudad que quedó muy tocada entre el Procés y la pandemia, y esto ha llegado a toda la sociedad, por supuesto. Pero tengo la sensación de que cuando las cosas se repiten demasiado, la gente se las acaba creyendo. Evidentemente, no es un momento de euforia, pero tampoco es una depresión. Y aquí todo el mundo me decía que Barcelona se había vuelto muy gris, algo que yo no percibía. Ha habido mantras bastante tóxicos como este de la suciedad o el punto al que se han llevado las okupaciones, de una manera manipuladora y muy populista.

Es momento de populismos.
Sí, por eso en Nuestros muertos surge el oportunista de turno que piensa que lo arreglará todo coincidiendo con el centenario de la Expo del 29: Llegaré, os montaré una Expo y os volveré a poner en el mapa. Y me hizo gracia esta idea. Pensé que podría aparecer un salvapatrias. Existen los que se creen estas cosas y, sobre todo, hay muchos arribistas que lo que ven es una posibilidad de hacer dinero. Entonces, creé este personaje que no sabes si es un idealista o un oportunista, Armand Rocamora es el joven de barrio que se está haciendo mayor, es como el sueño americano, pero traído aquí y tiene la gran idea, será el salvador o a lo mejor, un caradura que ha visto un chollo. En este momento es lo que puede surgir en cualquier lugar. Cuando se crean estos estados de ánimo colectivos, siempre hay alguien que saca partido. Estando en Barcelona pensé que era el momento.

Una Barcelona bulliciosa.
Las otras dos están escritas en Alemania, por eso en esta hay más ruido. Cuando llegué de Frankfurt noté el volumen de Barcelona muy alto. Los primeros meses estaba completamente aturdida y, del mismo modo, percibí los olores de manera muy diferente. Las ciudades tienen un olor muy característico. Ruido, olores, voces... Todo ello en esta tercera novela ha entrado con más fuerza. Es una Barcelona más sensorial porque estaba inmersa en ella.

Entonces, ¿acaba con la familia Hernández?
Creo que tendré que ir a todas las librerías a quitar la faja donde pone Final de la trilogía. Cuando comencé la novela estaba convencida de que acabaría, pero a medida que iba escribiendo he ido viendo que no son personajes cansados, tienen mucha vitalidad todavía. Tenía un final pensado y todo se dirigía hacia allí, pero tuve que volver, cambiar cosas del principio y dejar otro más abierto, una puerta abierta para poder continuar. Creo que aún quedan cosas por explicar. Pero, claro, expliqué a la editorial que cerraba, la faja ya estaba... Por otra parte, también veo que son personajes que tienen unos lectores que los disfrutan mucho, quienes, además, tienen sus preferidos. Mucha gente los está viviendo como propios, los sienten como yo, que a veces tengo la sensación de que están por aquí. Cada vez más estoy convencida de que pueden continuar, de que tienen trayectoria.

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