Botín en tierra hostil (Zaragoza 1-1 Nàstic)

En medio de una Romareda furiosa con el arbitraje, el Nàstic rascó un empate gracias a un gol de Maikel Mesa en los minutos finales que hizo justicia con el juego desplegado por los granas 

25 septiembre 2017 06:37 | Actualizado a 09 noviembre 2017 10:08
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El estadio del Zaragoza tiene vida propia. Sus gradas tienen un ritmo muy personal. Siempre lo han tenido. En ellas se ve amor incondicional a sus colores y al mismo tiempo una exigencia que raya la excelencia. Su historia (con título copero e internacional en sus vitrinas) les respalda. Pero la realidad lleva años que no les acompaña. Ese afán por recuperar el espacio que siempre han ocupado entre los mejores clubes de España les hace caer en una ansiedad que repercute en sus futbolistas. Les llevan a la histeria, requiriéndoles un mecanismo de control eficaz para no cometer errores.

Ante el Nàstic la grada jugó su propio encuentro. Un partido concentrado en las quejas contra el arbitraje de Figueroa Vázquez (razón no les faltó en la acción de la expulsión de Borja Iglesias) pero también en sacudir a Abraham Minero, exfutbolista del conjunto maño, y en meterse en política. Con un atronador ‘Viva España’ pretendió molestar al club más apolítico de Catalunya. Y probablemente menos identificado con la causa independentista. Un factor extradeportivo criticado en unos estadios pero aplaudido en otros, en función del color político que uno profese. El Nàstic se ha mantenido al margen. Puede gustar más o menos, estar menos o más de acuerdo pero es la elección de un club que siempre ha defendido todas las sensibilidades que confluyen en su masa social.

Volviendo al encuentro, las protestas zaragocistas fueron in crescendo. Cada acción señalada por el árbitro recibía una furiosa queja. Las favorables, porque pedían más sanción, y las contrarias, porque las veían inexistentes. Esa irritación fue contaminando a sus futbolistas. Difícil aislarse y no caer en esa vorágine agresiva que se hizo amenazante cuando el colegiado Figueroa Vázquez expulsó a Borja Iglesias al filo del descanso. Una roja provocada por Dimitrievski de malas maneras. No es aceptable el teatro para echar a un colega de profesión. El macedonio se dejó caer al suelo simulando un toque con el delantero del Zaragoza que no existió. 

Sí existieron los codazos previos de Borja Iglesias en cada salto o cuerpo a cuerpo. De haberlos visto el árbitro tal vez se hubiera ido a la ducha antes.

La expulsión condicionó el resto del encuentro y acrecentó la ira de La Romareda con todo aquello que le disgustara mínimamente. Que era casi todo. Generó un frenetismo histriónico. De esos momentos de exaltación que te llevan a la sinrazón y a verlo todo como una ofensa irreparable.

El único que se mantenía apartado del monumental ruido era Toquero. Ha jugado en situaciones peores. Más amenazantes incluso. Natxo lo tiene de acompañante de Borja Iglesias. Para exprimir sus apariciones de segundas. Como un tigre agazapado que espera un despiste de su presa para hincarle los dientes. Ese instinto goleador apareció antes del cuarto de hora de partido. La defensa le dejó solo. Manu Barreiro no llegó a alcanzarle mientras que Javi Jiménez ni si inmutó de la presencia del atacante vasco que con un cabezazo clásico (salto y golpeo perfectos) hizo aparecer a John Cena en La Romareda en su habitual celebración al estilo del luchador.

El Nàstic de Rodri ofreció una cara razonablemente buena. Generó ocasiones suficientes para empatar e incluso marcharse al descanso por delantero en el marcador. Pero se encontró con un enorme Cristian Álvarez. El portero argentino tuvo manos para todos. Barreiro disfrutó de las más claras con un testarazo que el meta local sacó con una espectacular estirada. 

Juan Delgado también pudo marcar. Controló en el área y soltó una volea que se fue por encima del marco de Álvarez.

El entrenador grana mantuvo el dibujo del 4-4-2, esta vez con partiendo de la derecha. La izquierda era compartida entre Javi Jiménez y Abraham. Competidores por el lateral que se vuelven compatibles cuando el barcelonés se pone el traje de extremo.  Dominaron la salida del Zaragoza, como querían, aunque el plan quedó en suspenso tras el tanto de Toquero.

La segunda mitad los nervios y la intensidad de la grada fue a más. Con diez jugadores, los de Natxo González renunciaron a jugar. Se apostaron en defensa tratando de preservar el botín, mientras Rodri desplegaba todos los planes en ataque. Tenían el partido a su alcance. El rival estaba metido en su área y el equipo generaba ocasiones para remontar. 

Tan bien lo veían que se empaparon de la tensión del momento y entraron también en la precipitación. Entraron Uche y Omar Perdomo pero cualquier opción clara de gol se encontraba con el mismo obstáculo de la primera mitad, Cristian Álvarez. Espectacular fue la mano que le volvió a sacar a Manu. En la misma línea de gol tras un remate acrobático del delantero del Nàstic en el área pequeña.

El público seguía a lo suyo. Protestando y casi exigiendo la pena capital para cada jugador del Nàstic que golpeaba a uno de los suyos. Y es que los veían sufrir para frenar las acometidas visitantes. 

La presión tarraconense sobre la portería local presagiaba el final feliz para el Nàstic por insistencia. Como gato panza arriba los hombres de Natxo González protegían su portería. Era uno de esos encuentros que de tanto sufrir junto a la afición se forja una alianza duradera y productiva de cara al futuro. 

El Nàstic obtuvo su recompensa en los minutos finales. Omar Perdomo remató al travesaño un centro de Juan Muñiz. Maikel Mesa se apresuró para tomar posesión para recoger el rebote. Remató cruzado con la cabeza y batía de esta manera el arquero argentino. 

Un punto bueno en un estadio que acabará resultando peligroso para el Nàstic tras las últimas visitas.

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