El Reus necesitará soportar la 'fiebre amarilla'

Los rojinegros no sólo se medirán a un Cádiz en estado dulce, vivirán el clima apasionado de una hinchada fiel, que ha sustentado al club en los tiempos oscuros. 14.000 espectadores de media se dan cita en el Carranza los días de partido

19 mayo 2017 16:21 | Actualizado a 24 diciembre 2019 23:10
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Cádiz es al fútbol lo que Bob Dylan a la música o a la poesía. Una historia de amor sin fin. La ciudad ni siquiera se ha deprimido en esa travesía por el desierto de Segunda B. La primera, de nueve años crudos (1994-2003). La segunda ha acumulado los últimos seis. Ni siquiera las penurias han secado ilusiones. Ha llorado mucho el Carranza, pero no lo suficiente para romper lazos fieles. Irrompibles. De hecho, cuando el fracaso ha desnudado al equipo, esa afición incansable ha tomado el timón del club. Porque el Cádiz, sin su gente, probablemente, no hubiera sobrevivido.

El Carranza se ha convertido en un estadio fetiche, casi patrimonio de la humanidad por el clima que se crea cada vez que asoma el Cádiz como local. La media de aficionados que toman asiento los domingos de fútbol, pipas, transistor, bufandeo y cánticos alcanza los 14.000. Adivina un ambiente asombroso, de esos que erizan pieles para los que acostumbran a verse poco por el lugar. Los fieles no olvidan los complementos. Siempre de color amarillo. Para los rivales, ese griterío festivo del Carranza puede convertirse en una fiebre amarilla insoportable. El Reus, por ejemplo, no sólo precisará imponerse al estado dulce que vive el Cádiz de Álvaro Cervera, también deberá enseñar personalidad ante esa pasión desmesurada que transmite el Carranza. El escenario del partidazo pionero de este domingo. Y además a pleno ambiente carnavalero.

Expansión mundial

Resulta casi inevitable cruzarse con un gaditano en cualquier rincón del planeta. En la grieta más insospechada. Esa dicha la corrobora la expansión mundial de los aficionados del Cádiz, un club que está a un paso de ver nacer una nueva peña oficial en Dubai. Allá dónde va, el equipo de Cervera siente arropo. Ve en el cemento de los estadios ese amarillo chillón que le distingue. Aliento permanente. Fe devota de sus adeptos. En total, la Federación de Peñas oficial aglutina unas 60. Además existen otros grupos que viven para el Cádiz. Las Brigadas Amarillas, por ejemplo, nutren de cánticos y fiesta al Carranza. Probablemente, la curva más entusiasta del estadio.

Quique Pina, uno de los personajes con mayor influencia del fútbol nacional, se ha postulado al frente del Cádiz de forma pública desde el arranque del nuevo curso, cuando se nombró Consejero delegado. Pina ya movía hilos mucho antes, aunque necesitó desvincularse del Granada para hacerse ver sin sospechas por el Carranza. Manuel Vizcaíno, procedente de Sevilla, es su mano derecha en la parcela administrativa y de imagen. Ocupa el lugar de presidente. Pina realiza las operaciones deportivas. Los dirigentes tomaron el poder del club tras una subasta que todavía despierta algo de polémica, aunque la realidad del Cádiz hoy es mucho más sana que hace una década, donde vivió problemas de tesorería graves. En todo caso, su patrimonio, su tesoro más preciado, le permitió seguir levitando. Lo del Cádiz no se trata de una cuestión de dinero. Es una cuestión de fe, de fidelidad, de pasión. De fiebre amarilla.

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