La contracrónica
Orgullo, dolor e impotencia: el Nàstic vuelve a morir en la orilla
El conjunto tarraconense rozó la épica en Zubieta, pero se quedó a un gol del ascenso y volvió a lamentar un arbitraje que de nuevo estuvo marcado por la polémica

Joan Oriol y Pablo Fernández, tendidos en el verde tras la decepción de Zubieta.
Orgullo, dolor e impotencia. Tres palabras resumen el sentimiento del Nàstic de Tarragona tras el varapalo —otro más— sufrido en Zubieta este pasado domingo.
Otra vez se murió en la orilla. Otra vez, de forma más cruel. Otra vez, tocó ser la nota triste de una historia con final feliz para otros. Es lo que hay, pero duele igual.
Un club que se levanta siempre
El primer sentimiento que deja la tercera final de play-off perdida en cuatro años es que el Nàstic nunca muere. El club grana se ha ido haciendo más fuerte a base de heridas de guerra. Cada vez que recibe un guantazo vital, se cae, pero se levanta. ¿Por qué? La respuesta está en el campo, pero también fuera de él. El club tarraconense está creciendo en masa social, ha enganchado a una juventud que ha entendido que en la vida hay que sufrir con quienes caminan a tu lado. Han entendido que cada fin de semana que juega su Nàstic se aseguran 90 minutos de emociones. Y eso, en una vida cada vez más rutinaria, plana y artificial, es oro.
Nada más acabar el partido, la afición tarraconense no se dedicó a lamentar. Lejos de eso, gritó «¡Esos son nuestros jugadores!» a una plantilla que se había dejado todo sobre el césped. En la vida hay maneras y maneras de perder, y cualquier seguidor grana hubiese elegido esa: con honor y juntos.
Duele pensar que el Nàstic estuvo durante cerca de 20 minutos a solo un gol de la gloria. Se necesitaban tres goles. Llegaron dos, que bastaron para forzar la prórroga y seguir soñando. El tercero se buscó, se acarició, pero a veces los sueños no se hacen realidad.
La impotencia del arbitraje
Y a todo ese dolor se le suma la impotencia provocada por el arbitraje. El colegiado Domínguez Cervantes, pudo cambiar la suerte del Nàstic en dos acciones en las que sus decisiones perjudicaron a los granas. Explicar la eliminación solo desde el punto de vista arbitral sería injusto, pero negar que la suerte grana podría haber cambiado con otras decisiones, las correctas, también.
Primero, señaló un penalti muy quisquilloso por manos de Antonio Leal, en una acción que difícilmente se castiga en otras áreas. Más adelante, con 1-2 en el marcador, el Nàstic pidió una mano similar dentro del área rival que no se sancionó y eso que el malagueño se llevó el silbato a la boca durante varios segundos. Pero lo más sangrante llegó en el minuto 93, cuando Marc Fernández fue claramente derribado dentro del área. El estadio entero lo vio. El banquillo lo vio. Tarragona entera lo vio. Pero el árbitro no. Y cuando el sueño pende de un hilo, esa injusticia duele todavía más.
¿Y ahora qué? Pues toca volver a levantarse. Cada uno a su ritmo, pero teniendo claro que el Nàstic volverá. Lo va a seguir intentando. Ha entendido que no se trata de no caer, sino de ponerse en pie porque de esto va el fútbol. La vida es una guerra continua en la que se pierden y se ganan batallas, pero lo importante es estar vivo.