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Dueño de Nervión (Sevilla At. 0 - CF Reus 1)

El Reus conquista el Pizjuán donde el Sevilla Atlético todavía no había perdido. Un gol de Jorge de penalti, en la segunda mitad, le ha ofrecido al equipo un éxito merecido. Los rojinegros han firmado una actuación estelar

Los jugadores del Reus celebran el tanto de Jorge.Foto: Estadio Deportivo

Marc Libiano
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Pongámonos en la piel de un optimista en su aventura de un millón de horas de auto para llegar a tiempo al himno del Arrebato. Para sentir la inmensidad del Pizjuán, porque el Pizjuán no es un teatro cualquiera. Fernando de Triana, una de las voces flamencas más prestigiosas de la bella Sevilla, soñaría con la cabeza del cartel en ese lugar. Ante los ojos de la Giralda, en el barrio de Nervión, el Reus decidió hacerle un guiño al arte con otra actuación fascinante. Repitió instalado en el frac, porque cuando le piden un derroche de etiqueta y glamour responde con felicidad inmensa. Fue el cabeza de cartel. Camarón, hablando de arte, se hubiera expresado con orgullo ante ese concierto rojinegro. Hubiera cantado admiración.

A Máyor pareció gustarle especialmente la brisa del Guadalquivir. Enseñó una colección en vinilo de controles majestuosos. Como todas las obras de autor de los Beatles en el salón. Alcanzó la plenitud en una puesta en escena fetiche. Pudo marcar en una transición chispeante del Reus. Quitó el equipo en tres cuartos de cancha y Fran elaboró la ofensiva. La cedió al punto para Máyor, escorado en la izquierda. La pegó mordida, cuando precisaba de aseo y precisión. Apenas se habían consumido los 10 iniciales.

El Reus se presentó en el partido con estatura, con una personalidad de sargento mandón. Todo lo que construyó fue a través de la pelota. La movió de un lado a otro con limpieza. Anduvo dinámico, con los artistas repletos de disfrute. Los espacios en el Pizjuán relamen el paladar de cualquier amigo del balón. Lo certificaron Folch y Miramón, muy enganchados al juego. Curiosamente, el Reus generó pánico en otro rescate en campo contrario. De nuevo emergió Máyor que secuestró y trasladó hasta ver los pies invisibles de Fran. Éste le marcó el movimiento a la corta. Allí mandó el presente Máyor. Dio la impresión de que Carbia aterrizaba sin oxígeno. Finalizó sin violencia.

La alarma de urgencias levantó el ahínco del Sevilla, que acudió al orgullo para ingresar en el partido. Compareció cuando cogió la pelota con mayor frecuencia. Sin ella es un alma deambulante. Sufre. Se incomoda, se descose. Los hispalenses obligaron al Reus a refugiarse en su telaraña colectiva. El instante pedía riqueza táctica para la supervivencia. Eso sí, Aburjania desafió a Badia con un remate en la boca del lobo. Los pies, a lo portero de balonmano, agrandaron al arquero.

Ni siquiera la efervescencia del Sevilla hastió al Reus, que se retiró al respiro entero, pero sin veneno. Miramón rozó la luz de los focos con otro mérito que debió ser gol y no fue. Benito trasladó la pelota desde la derecha, Miramón, al otro lado de la orilla, arrastró hacia el centro. La aventura generó desequilibrio. Por un lado, liberó a Ángel en la autopista izquierda, por otro se abrió un pasillo goloso en el corazón del repliegue local. Benito eligió la segunda opción. Habilitó a Miramón, aunque éste definió alto. El fútbol suele penalizar cruelmente a los tibios de vocación. El Reus no quería ni imaginárselo.

De hecho, pensó poco en las consecuencias de su ternura. Olvidó los presagios fatídicos para no ceder el mando. Soportó desencanto cuando Máyor cayó dentro del área tras un córner. Había acomodado el cuerpo para gritar gloria. Suplicó penalti porque le placaron. El colegiado disimuló hacia otro lado.

El Sevilla apostó por esconder la posesión y hallar el confort. No huía de la monotonía. No incordiaba la fiabilidad rojinegra. Natxo sacudió la rotación para ofrecer chance a Jorge. No soñaba jamás con tanta eficacia. Jorge culminó una maniobra inaugural idílica. Se apoderó de una pelota en el centro de la cancha y activó la potencia para coronar el área. Allí oyó la punterita de David Carmona, que le perseguía con la lengua fuera. Penalti. La pausa del uruguayo para convertir paralizó sentidos. También algún corazón.

La ventaja no podía nublarle los ojos al Reus, exigido a evitar el monólogo andaluz en la media hora de la verdad. Se arropó en un milagro de Edgar Badia descomunal. Una reacción supersónica a la Casillas. Cotán fusiló al cuerpo del arquero en el segundo palo. Máyor, en cambio, no decoró una actuación primorosa con el alimento del delantero centro. Mandó fuera una ejecución con aroma definitivo. Caprichoso destino.

El ejercicio colosal de rigurosidad en la agonía encumbró al Reus, que mandó abajo el fortín sevillista de Nervión y cautivó de nuevo a sus gentes. Porque pongámonos en la piel de ese entusiasta aventurero, capaz de desafiar al tiempo para clamar fidelidad al Reus. Seguramente acabó devorando la noche sevillana con la rojinegra puesta y el rostro repleto de orgullo. La conquista también le pertenece.

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