Mucha mascarilla

Ahora que ya las vamos dejando atrás –esperemos que no haya que volver a echar mano de ellas– nos damos cuenta de que las mascarillas, además de un incordio, han supuesto un gran problema medioambiental. Y es que al final de cada día, un mínimo de dos mascarillas por ciudadano, 5 gramos de plástico, han acabado en el cubo de la basura que va al vertedero. Si sumamos el uso que en todo el mundo se da a estos productos, cada mes el medioambiente asume la presencia de 350 toneladas de este desecho. Y esto, con suerte. Porque desde que irrumpiera la pandemia ha sido más frecuente de lo deseado ver mascarillas olvidadas en cualquier parte: en el suelo, en el mar, en cualquier parque... Sí, ya son un objeto más de la basura, conviviendo con chicles, latas de refresco, papeles y excrementos de perro. Se puede afirmar que las mascarillas son las nuevas colillas. Claro que, para nuestra fortuna, siempre hay gente que ve en un problema una oportunidad. Así, han surgido iniciativas para mezclar los restos de mascarillas usadas con otros materiales de desecho en la construcción, pues puede permitir crear pavimento más resistente. También una empresa vasca ha desarrollado un sistema químico que permite convertir el plástico de las mascarillas en combustible de segunda vida e hidrógeno –por cada kilo de mascarillas, esta compañía es capaz de obtener un litro de combustible-. Una solución esperanzadora para el medioambiente. O sea, para todos nosotros.