¿No hay nadie capaz de parar a Netanyahu?

De bien poco ha servido que el Consejo de Seguridad de la ONU exigiera a Israel un alto el fuego en Gaza; de poco ha servido que por primera vez incluso Estados Unidos permitiera aquella resolución. Quizá ha servido de tan poco porque mientras el Gobierno de Biden se abstenía en la sede de las Naciones Unidas y con ello aceptaba aquella ‘exigencia’ de alto el fuego, mantenía sin el menor rubor sus envíos de armas a Israel. Ha servido de tan poco que el ejército israelí no solo ha seguido con su labor de exterminio sobre el pueblo palestino, matando ancianos, mujeres y niños y arrasando hospitales, sino que ha dado un paso cualitativo más y ha asesinado a siete voluntarios de la ONG World Central Kitchen (WCK), del cocinero José Andrés, cuando regresaban en un convoy después de dejar cientos de kilos de alimentos en un almacén en el centro de Gaza. Si todos los crímenes son horribles, condenables y execrables –que lo son–, disparar varios misiles contra un grupo de voluntarios que se dejan la vida en tareas humanitarias en beneficio de los que más sufren es un hecho tan vil que cuesta encontrar palabras para definirlo. Como cuesta hacerlo para describir la reacción del presidente Benjamín Netanyahu, que ante las críticas que le llegan por este asesinato y con los cuerpos de los inocentes aún calientes ha tratado de justificar lo injustificable: «Esto pasa en la guerra». Y es entonces cuando uno recuerda aquella famosa frase de Julio Anguita cuando se enteró de la muerte de su hijo, periodista, mientras cubría la invasión de Irak: «Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen». Y la pregunta vuelve a quedar en el aire: ¿No hay nadie capaz de frenar este genocidio, de detener a Netanyahu y juzgarle por crímenes contra la humanidad?