Una niña ucraniana refugiada de 6 años que llegó a Alicante huyendo de la guerra en compañía de su madre, su hermano y dos abuelos –su padre se quedó en su país luchando contra los rusos– regaló al president de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, un pequeño caballo de peluche violeta como «agradecimiento porque su mamá tiene trabajo, y todos disponemos de una vivienda, comida y seguridad».
Un gesto repleto de generosidad, gratitud y emotividad que nos hace sentirnos un poco mejores por haber acogido a estas personas y contribuir a que tengan una vida mejor. Genial. Solo unas horas después un grupo de subsaharianos intenta entrar escalando la valla de Melilla y una treintena de ellos muere en el intento tras la actuación de la policía marroquí. Una tragedia sin paliativos.
Una tragedia que nos interpela a todos. Una tragedia que revela que no somos tan buenos, ni tan acogedores, ni tan humanitarios... Porque también las personas –no olvidemos que son personas– que llegan de África huyen de la guerra y la miseria y vienen en busca de trabajo y una vida mejor. Porque también ellos, si dispusieran de empleo, vivienda, comida y seguridad, nos regalarían un peluche. Y mucho más.
