Francia, de nuevo al borde del abismo

Le Havre es una alucinación arquitectónica. Una concentración de cemento armado. El gris de los muros de la ciudad se confunde con el cielo gris, con el mar gris, con las pieles grises. Todo es gris, pero matizado, texturizado

31 enero 2022 11:19 | Actualizado a 31 enero 2022 11:19
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Le Havre es un lugar de memoria, la memoria de las llegadas y las salidas. Para multitudes de personas, miles, las primeras y últimas sensaciones de Europa se reunían allí: los misterios del espacio y de la identidad se encontraban en ese umbral, sin resolver. Los ingleses dicen que, al cruzar el Canal de la Mancha en el transbordador, se experimentaba el concepto de viaje en su forma más primitiva.

De Le Havre también partían los grandes cargueros, los barcos camino del Nuevo Mundo. Camino de los Estados Unidos, de la Argentina, de Venezuela, de Chile o de cualquier lugar. Era la última tierra conocida para los que abandonaban todo. Hay algo mágico en el hecho de que lo invisible al otro lado del agua pudiera ser alcanzado por una simple combinación de tiempo y espacio. De repente, todo es diferente, y la experiencia de esa diferencia no es menor ya que suele ser complicado poder ponerle palabras. Se llama «Casa» y «Desconocido».

Un lugar y un no-lugar. Cuando viajamos no es solo un traslado en el espacio, es un cambio completo de nuestra anatomía más íntima ¿cómo podían estos conceptos explicar no sólo la alteración de la lengua, las señales de tráfico y el estilo arquitectónico, sino también de la luz y el paisaje, esas cosas que pertenecían a la tierra y no debían entrar en el marco de la nación? Ir de un lugar que se conoce a otro que se desconoce era rastrear y volver a rastrear el misterio.

Le Havre es también una alucinación arquitectónica. Una concentración de cemento armado. El gris de los muros de la ciudad se confunde con el cielo gris, con el mar gris, con las pieles grises. Todo es gris, pero matizado, texturizado, a veces casi transparente. La ciudad fue destruida durante la Segunda Guerra Mundial por las bombas de todos. Los aliados, una vez desembarcados en las playas normandas la dejaron casi rasa.

Por ello fue condecorada con la Legión de Honor en 1949. En el 2005 la UNESCO la declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad por su «explotación novedosa del potencial del hormigón». El espacio donde se ubica, de 133 hectáreas, representa según la UNESCO, «un ejemplo excepcional de la arquitectura del urbanismo posterior a la guerra». Los eufemismos que usa la Declaración de la UNES-CO creo que son únicos. La excepcionalidad de una designación como esta hace de esta ciudad, un cisne negro, algo raro, una excepcionalidad en el concepto de belleza.

Su alcalde es Edouard Phillippe, seguramente el alcalde más elegante del planeta. Antiguo primer ministro de Emmanuel Macron, se retiró tras la primera ola de Covid y regresó a la alcaldía de Le Havre. Desde allí dicen los expertos afila los cuchillos para llegar a ser un día el inquilino del palacio del Elíseo. Desde el cemento gris a los oropeles de la República. A la espera de ese día, Francia tiene ante sí las elecciones más vulgares que se recuerdan. El voto acumulado de la extrema derecha es del 30%. La familia Le Pen va acumular en su haber 8 eleccines presidenciales, y ahora la sobrina de Marine Le Pen, Marion Marechal Le Pen, ha decidido sumarse a las huestes de Eric Zemmour traicionado a su tía, que la crío durante toda su infancia como si fuera si hija.

La memoria, al parecer, no es inmune al cambio: se desvanece a medida que una nueva luz cae sobre ella desde el futuro. La antigua estación de transatlánticos de Le Havre es una joya de Art Déco. Ahora está abandonada en una época en la que viajar es sinónimo de peligro. Viajar es un nuevo en un abismo que se llena de oscuridad. El misterio se ha vuelto a profundizar: la diferencia que se definía como identidad nacional se revela como algo más frío, una profunda distancia. Un puerto es un viejo cronista, un testigo impasible y sagaz.

Encarna tanto el espíritu de aventura como el dolor de la transición, la pérdida y la ganancia de espacio simultáneas. En su doble naturaleza se encuentra la propia tensión de la vida, los ciclos y contradicciones en los que nos encontramos constantemente, tratando de dar sentido y tratando de olvidar, arraigando y siendo libres, yéndose y quedándose.

Periodista. Nacida en Tarragona, Natàlia Rodríguez empezó a ejercer en el Diari. Trabajó en la Comisión Europea y colabora en diversos medios. Vive entre París y Barcelona.

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