¿Qué tienen en común los que mandan? Ganas de poder

¿Necesitamos ambiciosos al frente o tecnócratas profesionales? Algunos países, como Reino Unido, Suecia, Finlandia o Noruega, combinan en sus ministerios a cargos electos y funcionarios de carrera

25 agosto 2022 07:32 | Actualizado a 25 agosto 2022 07:35
Lluís Amiguet
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Para ver de cerca los problemas no hay como alejarse de ellos. Lo hacía Horacio con sus amigos como hacemos estos días con los nuestros: discutimos a la sombra de una parra cómo se alcanza el poder que no tenemos. Y es que las recientes proclamas del presidente del gobierno y del líder de la oposición comprometiéndose a hacerse la vida mutuamente imposible en el año y medio que queda de legislatura revelan cómo conciben la política: una carrera personal de ambiciones y desafíos y no la gestión cotidiana del pacto colectivo de lo posible.

En ese punto razona el colega politólogo que los partidos políticos siempre han sido malos reclutando a los buenos; pero ahora es que los alejan. Ninguno, por ejemplo, de nuestros mejores alumnos quiere dedicarse a la política. Y eso que en la Universitat Rovira i Virgili (URV) he tenido la oportunidad de impartir clase a varios estudiantes ya concejales en sus pueblos y ciudades, pero apenas han demostrado voluntad de poder.

Una causa, prosigue el politólogo, es que el poder en este país está más repartido que nunca y, por tanto, el cargo ya no compensa del sacrificio que exige alcanzarlo.

Ojalá fuera cierto, y es el primer ojalá, porque solo el check and balance, el equilibrio de poderes en el que cada poder limita al otro evita que nadie abuse del que tiene. Y los países más prósperos son los que logran esa división con eficiencia. Ningún estado serio debe correr el riesgo de dejar su destino en manos de quien solo mejora el suyo a costa del de todos.

Pero entonces: ¿se puede querer mandar aquí y ahora por calculo racional? Y el economista explica la relación de utilidad marginal para calcular el beneficio que obtienes de un cargo: alguien racional evitaría que el esfuerzo invertido en conseguirlo fuera menor que el beneficio que obtiene al ejercerlo. Pero lo que convierte a un ser racional en un gran político es precisamente su incapacidad para calcularlo, como demuestran las biografías de nuestros gobernantes: siempre han querido mandar a toda costa. Porque la mera intuición basta para cerciorarse de que los sinsabores de la carrera política son muy superiores a sus recompensas si prescindimos -segundo ojalá- de corruptelas.

Por eso, lo que todos los políticos electos tienen en común son las ganas: quieren mandar más allá de la razón, coyuntura o mérito. O ya no habrían llegado al poder.

La mayoría, en cambio, nos conformamos con esperar que nos llamen para ocupar un cargo. Eso es: aplicamos bien la relación de utilidad marginal. Por supuesto, nadie nos llama nunca. ¿Qué tenían en común Suárez, González, Fraga, el Obama que se enfrenta a Hillary, el Trump que hoy quiere volver, el Sánchez defenestrado yendo de pueblo en pueblo para volver a mandar y hoy mandando hasta que le echen? ¿Sus méritos? Algunos tenían más que otros, sí, pero lo que todos comparten son ganas de mandar más allá de todo cálculo.

¿Por qué Pablo Casado, Pablo Iglesias o Albert Ribera, por citar recientes perdedores, se han quedado fuera de esa carrera? Porque les falta esa voluntad de poder imprescindible además de los méritos para alcanzarlo.

¿Necesitamos ambiciosos para que nos manden o sería mejor tener a tecnócratas profesionales que mandaran por oposición y pericia técnica?

Algunos países, como Reino Unido, Suecia, Finlandia o Noruega, combinan en sus ministerios a cargos electos y funcionarios de carrera: que unos limiten a los otros es una de las fórmulas menos malas para no depender de la ambición de unos y del manual de resistencia de otros.

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