«Nos tocó restringir las visitas pero pensabas: ‘¿Y si fuera mi padre?’»

Acompañamiento. El pico de la pandemia aisló a enfermos y familias. Ahora los hospitales comienzan a abrirse, pero nada será igual

29 mayo 2020 18:35 | Actualizado a 30 mayo 2020 07:46
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«Se lo agradeceré toda la vida», cuenta un hijo tratando de contener la emoción. A su madre se la llevó el coronavirus a finales de marzo en el Hospital Universitari Joan XXIII de Tarragona. Como pasó con muchos otros pacientes, él la acompañó a Urgencias y ya no pudo verla durante días. Solo sabía lo que le contaban los médicos en sus llamadas diarias. Al final, cuando se supo que la muerte era inminente, le preguntaron si quería acudir a despedirse.

«Me trataron con mucha amabilidad, me ayudaron a vestirme... Cuando entré a la habitación lo primero que vi fue el papel con  las frases que les había mandado por correo electrónico para que le leyeran. Se lo habían colgado en la cabecera de la cama y cada vez que entraba la médica, la enfermera, quien fuera, se las leía... Mi madre estaba semiconsciente, pero cuando le di la mano abrió los ojos. Poder despedirme fue importante para ella, pero también para mí», cuenta. Después, por precaución, aunque no tenía síntomas, él debió permanecer 14 días en cuarentena en una habitación de su casa.  

Escenarios nunca vistos

Neus Camañes, responsable de Atención a la Ciudadanía del ICS del Camp de Tarragona, gestor del Joan XXIII, reconoce que la situación que se ha vivido con el Covid-19 no tenía precedentes. «Nos tocó pensar en escenarios que nunca se nos habían presentado y la prioridad era garantizar la seguridad de los pacientes ingresados y de los profesionales, así que, siguiendo las directrices de las autoridades sanitarias, comenzamos a restringir las visitas, tanto de los covid como de los no  covid. Los visitantes deambulando por el hospital podían ser un factor de transmisión... Eso sí, en ese momento no dejas de preguntarte: ¿qué pasaría si el ingresado fuera mi padre o mi madre?».

Relata que fue una decisión dura, porque son conscientes de que la figura del acompañante es muy importante para los pacientes en un momento en que se encuentran fuera de su ambiente. Con todo, hubo situaciones en las que se siguieron permitiendo los acompañamientos, como en el caso de los menores, en el de las personas con discapacidad o enfermedad mental y en los partos. También se avisaba a los familiares al final de la vida, como en el caso del hijo que pudo ver a su madre en el último momento.

Con el paso de los días comenzó a hacerse evidente que había dos tipos de pacientes, los más jóvenes, que podían mantenerse conectados con sus familias gracias a su manejo de la tecnología, y los mayores, que se habían quedado más aislados. Fue en ese momento cuando se comenzaron a organizar videollamadas a través de móviles y tablets.

No obstante, explica Camañes, no era una opción para todos los casos, teniendo en cuenta que los pacientes debían estar conscientes. Además, requería cierta preparación de cara a los familiares, «había que hacer un trabajo previo, porque a lo mejor se trataba de alguien que había dejado a su madre con un malestar en el hospital y la iba a volver a ver en la UCI, rodeada de cables, y eso puede ser muy impactante».

«El hospital se transformó»

Montse Duran, jefa del servicio de Medicina Interna del Hospital de Santa Tecla, habla de un camino parecido en su hospital. «Hubo un momento en que todo el hospital se convirtió en covid y parecía que el resto de patologías habían desaparecido», recuerda.

Por los mismos motivos aquí también tuvieron que restringir al máximo las visitas. «Tuvimos que ser muy restrictivos, pero la ciudadanía respondió bien, fueron muy comprensivos. Además, coincidió con el momento en que la gente estaba confinada».

Hubo que intensificar las llamadas a las familias «con la dificultad de que no sabías quién estaba del otro lado del teléfono y sus circunstancias. A veces se trataba de una persona mayor que tenías que asegurarte de que estaba entendiendo... Es muy duro dar un mal pronóstico por teléfono».

Gracias a las donaciones de tablets que recibieron pudieron hacer todo un circuito, organizado por enfermería, para que familiares y pacientes pudieran comunicarse. «Unas veces podías dejarle la tablet a los pacientes, pero otras no tenían manejo y estabas allí, presenciando situaciones familiares, íntimas... Era muy emotivo pero veías que después a los pacientes les cambiaba mucho el ánimo».

Pero esa no era la única forma de comunicación con el exterior. Al hospital llegó una avalancha de dibujos y mensajes de ánimo de parte de la ciudadanía. Algunos se colgaban en las habitaciones «en función de si los pacientes podían leer también se los poníamos en la bandeja con el desayuno», cuenta Heidi Bartel, enfermera gestora de cuidados de hospitalización en Santa Tecla.

Aquí también se permitían las visitas al final de la vida. Recuerda que «era una entrada muy controlada y muy asistida. Requería tiempo porque a los familiares había que vestirlos como si se tratara de uno de nosotros».

Repensar las visitas

Ahora, pasado el pico de la pandemia, los hospitales comienzan a permitir algunas visitas con restricciones y siempre cumpliendo ciertas medidas de seguridad. En ambos centros consideran que esta crisis nos debería hacer pensar en cómo será el acompañamiento a los pacientes ingresados en un futuro.
«No queremos sacar al acompañante de la ecuación, porque es importante, pero mejor si es alguien de tu círculo íntimo y tal vez dejar otras visitas para cuando ya estés en casa... Nos toca ser garantes no solo de que el paciente está seguro, sino de que se recupera en un entorno tranquilo», señala Camañes.

Durán coincide: «somos muy de acompañar a los nuestros en todo momento, pero hemos tenido a pacientes alemanes, por ejemplo, que vienen un momento en el día, hablan con el médico y se marchan y no pasa nada», apunta.

Por lo pronto, hay quien ya está disfrutando del punto de apertura que está teniendo lugar estos días. Es el caso del hijo de otra paciente que lleva semanas en la UCI de Joan XXIII y que ahora que ha dado negativo en la prueba PCR la puede visitar. «Las doctoras la están cuidando muy bien, pero sé que si puedo entrar le doy ánimos, la puedo calmar y eso se nota... Para mí, emocionalmente, también ha sido importante. Sin verla lo he pasado fatal», reconoce.

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