El destellode Cap Salou

La remodelación del camino de ronda deja al descubierto el faro de Salou, inaugurado en 1858 y que ha sobrevivido al paso del tiempo y a ametrallamientos aéreos

19 mayo 2017 21:57 | Actualizado a 22 mayo 2017 14:31
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Abierto hasta el anochecer. El faro de Salou se exhibe en uno de los lugares más elevados de Cap Salou. Lleva allí desde hace 157 años. Su popularidad ha crecido desde que en septiembre de 2014 se abrió al público: recibe visitas a diario desde las diez de la mañana hasta que se pone el sol. Acercarse a observarlo es gratuito. Su entorno ha sido restaurado para facilitar el acceso. Un tramo de 300 metros del camino de ronda permite recorrer su perímetro bordeando los acantilados.

El faro sigue activo: emite señales luminosas y está habitado por un farero. Cuando se encendió por primera vez, la noche del 1 de abril de 1858, dos torreros se encargaban de su funcionamiento. Las vistas son las mismas que entonces, pero ahora es más fácil asomarse al mar. A lo largo del camino hay tres miradores desde donde se disipa la Costa Daurada. El más singular es el denominado mirador sur, con las montañas de Prades al fondo. El paseo está acompañado por plafones informativos sobre las veinte especies de aves marinas que se pueden observar, con sus correspondientes fotografías y sus nombres científicos y en catalán.

Una torre central de color rojo junto a un edificio ocupado otrora por el ingeniero y un torrero conforman el faro, convertido ahora es un atractivo turístico atemporal de Salou. La Autoritat Portuària de Tarragona (APT), en colaboración con el Ayuntamiento, se encargó de su recuperación. «Esta actuación pone en valor el patrimonio de los faros y seguro que servirá para que mucha gente visite este gran desconocido», afirmó el presidente de la APT, Josep Andreu, el día de la inauguración de su nuevo acceso.

Con aceite de oliva

El faro de Salou tiene historia. Su construcción fue fruto del azar. Inicialmente no estaba previsto ninguno en el entorno del golfo de Sant Jordi (al norte del Delta del Ebro), pero la lentitud con la que avanzaban las obras para iluminar el dique del puerto de Tarragona animó a las autoridades a levantarlo. La decisión fue tomada a mediados del siglo XIX, aunque, en un primer momento, el proyecto fue desestimado por ser excesivamente caro.

En 1858 emitía una luz blanca alimentada por aceite de oliva. Lanzaba destellos cada tres minutos que alcanzaban una distancia de catorce millas. El coste de la linterna y del aparato fue de 28.499 pesetas, relata el torrero Miguel Ángel Sánchez Terry. Para que tuviera un mayor alcance, el 16 de diciembre de 1920 fue sustituida la instalación luminosa por otra de incandescencia con vapor de petróleo. Las mejoras tecnológicas han sido constantes durante el más de siglo y medio que lleva en pie. La última, en agosto de 2008, fue la instalación de un sistema de identificación automática de buques (AIS) para determinar mapas de riesgos y de accidentes marítimos.

Aunque son pocas las incidencias destacables acaecidas cerca de Cap Salou, el faro ha sido testigo de graves sucesos. El 31 de enero de 1911, un fuerte temporal que azotó toda la costa provocó el naufragio de una embarcación, otra se estrelló contra las rocas y una tercera quedó destrozada en la playa de Salou. Murieron once pescadores.

La Guerra Civil española también se cobró una víctima. En 1936, el torrero Severià Martínez, de 28 años y natural de Morella, fue fusilado por haber escondido en el faro al doctor Abadal de Salou y a un vecino de L’Ametlla de Mar perseguidos por los republicanos. Durante el conflicto bélico, además, estuvo un tiempo apagado, pues fue usado como punto de observación. La fachada norte quedó afectada por ametrallamientos aéreos.

Años antes, en agosto de 1898, el faro estuvo apagado durante 33 días a causa de la Guerra de Cuba para evitar que su luz pudiese servir de referencia a una supuesta invasión estadounidense.

Más adelante, el edificio original del faro estuvo a punto de desaparecer de haber prosperado un proyecto para instalar el primer radiofaro, que proponía sustituirlo por otro más grande, con una torre de veinte metros y un edificio de dos plantas para albergar un centro de formación. «Afortunadamente, no llegó a ejecutarse», cuenta Sánchez Terry.

Sigue intacto y cada vez más abierto a la ciudadanía. En julio finalizaron las obras para mejorar el acceso por la zona del mirador del Mollet. Un paso más para acabar con las barreras que dificultaban el redescubrimiento de esta infraestructura.

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