La estelada y los nuevos vikingos

Son los españoles algo iconoclastas, dados tanto a 'Dios, patria y rey' como a todo lo contrario

19 mayo 2017 21:50 | Actualizado a 22 mayo 2017 12:59
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Que conste que yo no tengo nada contra los españoles e incluso me caen bien. Eso sí, suelen gritar en cualquier sitio en que se encuentren por encima de la media de los otros ciudadanos del mundo; pero no llegan a los extremos de los italianos que añaden al griterío una buena dosis de movimiento y gesticulación que nos llega a parecer puro teatro.

Por otra parte, el español (el idioma que por estos lares llamamos el castellano) suena bien, aunque un poco áspero con sus “q” y con sus “r”. El español con deje de canario o gaditano puede llegar a resultar no entendible para el resto de los hablantes, con lo que no nos enteramos de la mitad de los chistes que suelen contarnos cada dos frases; el que habla un señor de Salamanca es simplemente perfecto, como si uno leyera a Calderón de la Barca; el que usa uno de Gerona suena un poco afrancesado, aunque tiene un encanto especial, sobre todo si lo habla una mujer; el que utiliza un mallorquín (yo lo soy, si esto va del lugar en que naces) nos da la impresión que juega con una vocal más que los demás no tienen; y el de un valenciano o un aragonés parece que afirme que “aquí estoy yo”.

Son los españoles algo anárquicos e iconoclastas, dados tanto a “Dios, patria y rey” como a todo lo contrario. A veces ponen cara de dignidad herida como una pintura del Greco. Son también escépticos por naturaleza como Max Estrella en Luces de Bohemia, variopintos a más no poder, cariñosos (ni que decir tiene si se trata de gallegas); y poco dado al rigor de los alemanes, a los que suelen admirar precisamente por eso, aunque prefieren la improvisación.

Vamos, que los españoles son buena gente. Pero de ahí a que tengamos que encontrarlos en cualquier lugar del mundo va un trecho y en algún caso puede resultar cansino, salvo que estemos en un lugar apartado. Me explico. En los viajes, sobre todo si son largos, la mayoría quiere en cierta manera escaparse de lo cotidiano. Y no hay cosa más cotidiana que “la pertenencia a algo”, sea esto el pueblo, la comarca o la nación, y más en concreto la urbanización, el edificio o el club habitual.

Si uno se encuentra con un español en la plaza mayor de Ereván lo más seguro, por muy huraño que se sea, es pararse y entablar una animada conversación. Algo se tiene en común y algo une, aunque no sepamos muy bien qué es y poco nos importe saberlo. Ahora bien, si uno se encuentra un español en la plaza de San Marcos de Venecia es casi seguro que rezará para que no sea el vecino de la esquina o el compañero de la fábrica y huirá de él como si se tratara de la peste.

Todos hemos ido hablar de los vikingos pero nunca sabemos con claridad donde situarlos ni en el tiempo ni en el espacio. Digamos para simplificar que los vikingos vienen de Noruega y que siempre se han anticipado a nosotros, como demuestra que fueron los primeros en llegar a las costas americanas.

Debo decirles que quizás los vikingos no vengan de Noruega sino de España y que quizás por una vez en la vida les llevemos la delantera. No se lleven las manos a la cabeza y sigan la lectura.

En este mes de agosto puedes viajar con un avión de la compañía noruega “Norwegian” para visitar la fortaleza de Suomonlinna en Helsinki. Agradecerás que uno de los miembros de la tripulación sea español, pero te dejará con la mosca detrás de la oreja que todos lo sean y no te acabarás de explicar este hecho, al igual que te sorprendería que todos ellos fueran chinos. Y seguirás con la mosca cuando en Suomonlinna acabes no sabiendo si estás en Finlandia o más bien en la plaza del Sol.

Si para huir de los españoles te trasladas a Turku (la antigua capital de Finlandia), te pondrá de mal humor que la camarera te indique que se acaban de levantar de la mesa unos españoles; soportarás de mala gana hacer espera en un autobús de Estocolmo con una familia completa de españoles, abuela incluida; o comerte la peor paella del mundo cocinada por unos hispanos en la plaza del pescado de Bergen; o beberte una cerveza en el bar más popular de Briggens servida por un español, no sabemos con claridad de qué parte.

Si para huir de este plaga ibérica te buscas un barco que llegue lo más lejos posible y emprendes rumbo hasta salirte del mapa por el cabo Norte de Europa, lo que no te podrás imaginar será bajar y encontrarte en el “Bar del Hielo“(que suena a lo más típico noruego) con un establecimiento en que todos los trabajadores sean estudiantes de la Universidad de Barcelona y que los propietarios sean también hispanos. Chicos simpáticos y agradables, por otra parte.

Y si finalmente vuelves a España en otro avión de la “Norwegian” ya no te sorprenderá que el piloto te llame “Rivas”, o algo parecido, y que cada azafata y azafato tenga un deje distinto (¡por supuesto¡) de los muchos que tiene el español.

Tampoco te parecerá raro, porque vuelves a tus tierras, que tus tres vecinos de asiento lleven una gorra igual, a manera de los antiguos vikingos, con el símbolo de la estelada. ¡Ah, perdón¡ Me olvidada que estos nuevos vikingos no quieren ser españoles, aunque por el momento no tengan más remedio que ser ciudadanos de un Estado tan encantadoramente plural y contradictorio como es España.

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