Los tres pilares de la transición

La transición fue posible por los líderes políticos, por el pacto de las leyes y por los funcionarios

06 julio 2017 09:47 | Actualizado a 06 julio 2017 09:49
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Hace cuarenta años se plasmaba con las primeras elecciones libres el primer paso importante para la transición, desde un régimen autoritario a un Estado Constitucional y de Derecho. 

Todos los que tenemos una cierta edad hemos de estar orgullosos de haber participado de una u otra manera en aquella Transición, aunque ahora se critiquen algunas cosas, especialmente por parte de ciudadanas y ciudadanos que curiosamente por motivos también de edad no participaron.

Porque para saber el valor de lo conseguido se debe tener en cuenta de dónde veníamos y a donde llegamos en un tiempo record de un año y medio. Entonces cabe preguntarse cómo fue posible todo aquello en tan pocos meses.

Al modesto juicio de este articulista ello se debió a que la revolución pacífica en que consistió la Transición se basó en tres pilares que funcionaron a la perfección y que no se dejaron llevar por el principio de acción- reacción, sobre todo ante los constantes atentados terroristas de todo tipo, ruidos de sables e intentos, incluso, de golpe de estado. 

El primer pilar fue que la Transición, guste o no guste a algunos, se realizó de arriba abajo, es decir, sinceramente, no se produjo desde la base, a pesar de las numerosas manifestaciones, carreras policiales, detenciones etc. Es decir, sin la voluntad de la Jefatura del Estado, que antes de que fuera realidad un año después la Constitución tenía competencias importantes, del presidente del Gobierno y de los líderes de los Partidos Políticos clandestinos y en ello hay que reconocer que los líderes del PC fueron modélicos, mucho más teniendo en cuenta que los más importantes habían vivido y perdido la guerra civil. 

Sin la voluntad de estas personas o se hubiera tardado mucho más o la Transición no hubiera sido pacífica. Aquellos líderes actuaron desde la honestidad, sin afán de lucro, algunos con la desagradable experiencia del exilio durante años y años, lo cual acrecienta su mérito. Y todos con la conciencia de que el momento histórico aconsejaba llegar a consensos y hacer sacrificios personales e ideológicos.

Aquellos líderes, sobre todo los que no habían gobernado nunca, suplieron su falta de experiencia en la gestión pública con voluntad, trabajo y transparencia. Se notaba que eran los mejores de sus grupos y que tenían sobre todo ganas de construir un nuevo edificio de convivencia y de paz.
El segundo pilar de la transición fue el Derecho, las Leyes, así en mayúscula. Es decir, gracias a los líderes del momento, en este caso de los que no estaban en el exilio, sino que eran los que gobernaban, se fueron sustituyendo las leyes del anterior régimen por las que permitieron las elecciones y el alumbramiento de una nueva Constitución.

O sea que todo siempre fue legal, por ello la revolución fue pacífica. Siempre respetando la pirámide de Kelsen, con la norma fundamental en el vértice y los reglamentos, decretos y órdenes en la base piramidal. Tuvo su mérito aprobar leyes que implicaban la autodisolución de las propias Cortes del momento. Ahora se puede pensar por parte de los que no participaron en la Transición que se hicieron demasiadas concesiones incluso en temas de memoria histórica, pero había que estar allí y saber lo que pasaba y de lo que se hablaba en una parte de las fuerzas armadas y policiales.

El Derecho, las Leyes, a pesar de que por sí mismas parece que no tienen fuerza y que solamente son un trozo de papel o un escrito electrónico en un Boletín Oficial, en realidad no es así y si se retuercen en su interpretación o simplemente no siguen el orden del escalón jerárquico correspondiente, es muy fácil que una revolución inicialmente pacífica se vuelva traumática. Y esto si es conveniente que lo tenga en cuenta la nueva clase dirigente. 

Y el tercer pilar fueron los funcionarios. Unos funcionarios que funcionaron y ello porque a su vez las oposiciones, a nivel Estatal en los años sesenta, ya eran duras. Supongo que no sería así en los años cuarenta. Y en consecuencia coadyuvaron a los éxitos de las elecciones y Referéndums que se celebraron así como a que los servicios básicos funcionaran. Esta es por cierto una de las causas también por las que el régimen autoritario duró tanto: políticamente no había derechos fundamentales pero administrativamente sí había una determinada estructura. Así fue como una Ley de Procedimiento Administrativo no se sustituyó hasta el 1992, o la legislación básica de la administración local hasta el 1985. O un Reglamento de Servicios Locales de los años 50 no se cambió tampoco hasta los años también 90 en Catalunya. 

La mayoría de funcionarios eran simplemente profesionales y además al poder utilizar siempre leyes y disposiciones realmente vigentes, viejas o nuevas pero en todo caso vigentes y reconocidas como tales por los gobiernos y oposición, veían que podían trabajar en un ambiente de seguridad jurídica y muchos de ellos, especialmente los más jóvenes del momento y que habían viajado o estudiado en Universidades y que empezaban a vislumbrar Europa se entregaron con esmero a la construcción del nuevo edificio, en su caso, jurídico-administrativo.
Y con estos pilares se pudo construir un barco en tan poco tiempo que como dijo el poeta: «viento en popa y a toda vela no corta el mar sino vuela, un velero bergantín». Y para el futuro el deseo es el que expresamos els ciutadallencs de Menorca en les Festes de Sant Joan que no están exentes de riesgo como se sabe: «Sort i Ventura». 

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