Laura Luelmo, la joven profesora zamorana asesinada el pasado diciembre a pocos kilómetros de El Campillo (Huelva) retuiteó meses antes de su muerte un mensaje que es toda una declaración de intenciones para luchar contra la violencia, explícita e implícita, mortal o mental contra las mujeres: «Te enseñan a no ir sola por sitios oscuros en vez de enseñar a los monstruos a no serlo; ese es el problema».
Las últimas noticias sobre las actuaciones de La Manada y de otros sucedáneos de estos delincuentes, unidas al ruido mediático provocado por los casos de Diana Quer, la joven profesora zamorana, y esta semana en Reus el de Kelly, han hecho crecer la alarma y aumentar la sensación de vulnerabilidad de las adolescentes, tanto que una de cada tres jóvenes de entre 15 y 29 años tiene miedo de volver a casa sola.
La cifra es el resultado de un fracaso colectivo. Cada vez que hay un asesinato, una violación o una agresión, se genera una corriente potente de solidaridad hacia las víctimas y de repulsa hacia los agresores. Se empiezan a lanzar todo tipo de propuestas para evitar que se repitan estos actos. Todo continúa con los minutos de silencio y manifestaciones en honor a las víctimas y los mensajes de que lo sucedido es un drama, pero todo se va calmando con el tiempo, y los que pedían grandes cambios en unas u otras leyes, conforme se enfría el suceso, olvidan su ímpetu renovador. Y así, una y otra vez como si fuera el día de la marmota. Nadie hace nada, o lo que se ha hecho ha servido para poco.
Estamos hablando de miedos en el día a día, de la impunidad de gestos o agresiones y violaciones, del miedo al llegar a casa, de la imposibilidad de llevar una vida libre de amenazas o temores. Los hombres salen a correr de noche y no tienen miedo de ser violados o asesinados; las mujeres, sí. Esa es la diferencia que lo explica todo. El lema #NiUnaMenos y la igualdad ha de imponerse como absoluta necesidad, a través de más educación, de un mayor esfuerzo institucional y de una justicia más radical.