No es mundo para viejos

Esta pandemia ha revelado el verdadero conflicto planetario que no es el de hombres y mujeres, negros o blancos, oriundos e inmigrantes, propietarios u okupas, sino el generacional

10 septiembre 2020 09:10 | Actualizado a 10 septiembre 2020 09:29
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Esta pandemia ha revelado el verdadero conflicto planetario que no es el de hombres y mujeres, negros o blancos, oriundos e inmigrantes, propietarios u okupas, ni siquiera el de los políticos contra los ciudadanos. Sino el generacional, entre jóvenes y viejos. No hay que renombrar calles de Colón, ni derribar las estatuas de Fray Junípero o llenar de grafiti la casa de Elvis Presley, sino las de Alexander Fleming -ya le han pintado ‘asesino’ en Madrid-, por descubrir la penicilina en 1929 cuando la esperanza de vida no alcanzaba los 50 años.

Honrando a quienes merecen un monumento -como muchos de Sanidad, transportistas de largo recorrido o los jóvenes voluntarios que están llevado comida a los ancianos-, esta pandemia ha puesto de manifiesto el agravio comparativo entre el sector privado y el público en el que muchos de los empleados no han regresado aún al trabajo presencial ni seguramente pondrán un sello por ser personas de riesgo. Los funcionarios son viejos, más cínicos y con muchos achaques, según El Confidencial. Hay guardias civiles con 55 primaveras que hace unos años hubieran pasado a la reserva y aún siguen persiguiendo delincuentes por las calles.

Las verdaderas víctimas de la crisis de 2008 fueron los jóvenes, el 63% de la plantilla pública tiene más de cincuenta años, mientras los menores de treinta no representan siquiera el 2% del total. Un joven sería dichoso ocupando puestos de trabajo realizados por otros mayores con desgana, podría emanciparse (sólo lo pueden hacer 2 de cada 10 menores de 35) y lo desempeñaría con ilusión incluso por menos salario. Pero hay un tapón impuesto por una legislación en su contra. Lo que en la novela Diario de la guerra del cerdo, de Adolfo Bioy Casares -en la que los jóvenes asesinan ancianos-, se conoce como La dictadura de los viejos.

Según la ONU ya se ha iniciado la Sexta extinción masiva que borrará del mapamundi muchas especies de vertebrados. Piensen en los dinosaurios, la Quinta. Thomas R. Malthus ya profetizó que habría que sacar las tijeras para hacer recortes demográficos y evitar todos los demás. Y, o abandonamos a los ancianos a la nieve como hacen los esquimales cuando no pueden sustentarlos, o nos comemos a los niños estofados como proponía Jonathan Swift cuando, en 1729, la sobrepoblación en Irlanda dibujaba un escenario de necesidad como el que nos espera a la vuelta de la esquina.

Sinceramente yo veo a mis nietos intentando sostener el mundo que se nos viene encima y siento que los viejos somos los culpables como ya afirmaba en 2012 un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre el Impacto Financiero de la Longevidad que propone aumentar la edad de jubilación. Todos los problemas que aquejan a nuestra sociedad se resolverían si volviéramos a vivir lo que vivíamos hace menos de un siglo: se rebajaría la deuda soberana, los costos laborales y muchos impuestos teniendo en cuenta la contracción del sector público, el monstruo al que deberán aguantar. Tampoco paro juvenil (42%), precariedad laboral, migración hostil, dificultades de acceso a la vivienda, camas en los hospitales y los jóvenes de toda condición podrían aspirar a una vida con oportunidades incluso mejores de las que tuvimos nosotros.

No tiene porque ser un Armagedón encarnizado que colapse las notarías para heredar. Bastaría dejar a este virus de la Seguridad Social hacer su faena. Por el momento la Covid-19 ha rebajado la esperanza de vida nueve meses y podría aumentar su ritmo si dejaran de distribuirse unos cuantos medicamentos responsables de un alargamiento, en ocasiones poco grato por el desprecio social que sufren los mayores. Bajo dos patas de gallo, habrá un lema de la nueva era atribuido a la jefa del Departamento de geriatría en Gante, Nele Van Den Noortgate: «No lleven ancianos a morir al hospital. Es inhumano».

Cuando el tiempo se acorta, se expande su percepción y a la tristeza de la despedida sucederá una alegría renovada de vivir pues lo breve, si bueno, dos veces a tope. El planeta azul ya ha tomado un poco de aire reduciéndose las emisiones y será un lugar más amable, más humano, menos raro. La edad inicial de corte la fijaría un actuario de seguros (rondará los 58), e incluso aunque se utilice algún criterio variable con relación al PIB, el trauma de morir se atemperará aceptando que la vida es un reloj y no una tómbola.

Disculpen el humor negro, y no sufran creyendo que sobre esta tribuna se edificará su iglesia, los jóvenes poco la leen, no pienso predicar con el ejemplo ni voy a encontrar doce apóstoles en las redes sociales. Pero muchos científicos anuncian que estamos alcanzado el apocalipsis que precede a la llegada de un mesías dispuesto a sacrificarse para redimir a un mundo que se va a poner mucho peor que cuando vino a salvarlo el anterior.

La mejor forma de predecir su futuro es creárselo y hay que aprovechar esta ruina para renovar la plantilla abriendo las puertas a los jóvenes antes de que comiencen a atacar como sucede en esa novela poco amable con la vejez. La Covid-19 va a producir profundos cambios legislativos y es la oportunidad para que los gobernantes (no hay ninguna posibilidad), tengan coraje para batallar contra la verdadera opresión, que es el peso de nuestra mochila.

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