Partida de póker en Marruecos

Las cosas de la religión deberían dejarse aparte cuando se utiliza la sátira o el humor

19 mayo 2017 23:36 | Actualizado a 22 mayo 2017 11:34
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En días como los que hemos vivido durante la semana pasada, a uno le vienen a la memoria, no sabiendo bien el motivo, recuerdos de otras épocas de la vida y de estancias en países árabes, para añorar sus bellezas, o tal vez para recordar momentos de la juventud, en compañía de amigos queridos, unos felizmente supervivientes, y otros que ya pasaron su particular Rubicón. Sin duda, uno de los viajes que más recuerdo tuvo lugar a Marruecos, allá por los finales de los años 70, precisamente cuando acabábamos los estudios de periodismo y teníamos a la vista los primeros compañeros de redacción, el primer reportaje, el primer empleo y la primera paga.

Añorar Marruecos es muy fácil, porque siempre me ha parecido, aún antes de verlo, un país de maravilla, tan parecido al nuestro, y con unas ciudades bellísimas, como Fez, Meknés, Rabat, Tánger, Chechauen, Casablanca, y sobre todo Marraquech, la perla. Y tengo también buenos recuerdos de sus habitantes, totalmente alejados de lo que nos quieren hacer creer hoy en día, en cuanto a fanatismos y otras lindezas propias de minorías desorbitadas, pero nada más. Algo que también pasa por aquí, cuando quieren convertir en ciudadanos de segunda a los que no piensan como “ellos” creen que deberían de pensar todos los “buenos”.

Guardo un gratísimo recuerdo de una partida de póker jugada por varios colegas y algunos naturales del país, justo a las puertas de otra maravilla, las ruinas de la ciudad romana de Volúbilis, cercanas a Meknés, o Mequínez como decíamos en otros tiempos. En dicha partida, uno de los jugadores locales, posiblemente hincha del Barça o del Madrid, fue literalmente pelado o desplumado, antes de entrar a deleitarnos con la belleza de las ruinas, de los restos de arcadas y avenidas, del pequeño templete donde se rendía tributo al culto fálico, y sin que nuestro compañero de timba rechistase, pues supo perder y supo pedirnos un recuerdo nuestro. Creo que le regalé una camisa usada que él debió considerada todavía aprovechable y hasta con etiqueta de marca. Y más delicado aún fue el veteranísimo guía que informó a nuestro grupo de lo que íbamos viendo, incluso el tema del culto ya dicho, por si podía molestar su explicación a la parte femenina de nuestra expedición.

Otros ejemplos de buena camaradería los tuvimos en una espléndida sala de fiestas junto al mar de Casablanca, en un restaurante en el que alternamos y felicitamos a una jovencita que celebraba su aniversario, y hasta en algún chiringuito en el que nos permitían danzar, cosa poco habitual entre parejas musulmanas. Nunca encontramos muestras de altivez, ni mucho menos extremismos de ningún tipo. Como tampoco se encuentran hoy en quienes viven entre nosotros, y que según las conocidas y sobadas encuestas o estadísticas suman aproximadamente un tres por ciento de la población total de España. Se refieren las susodichas al porcentaje de musulmanes que habitan entre nosotros.

No me ha parecido extraño, aunque a algunos les pueda parecer otra cosa, que no haya habido representación oficial marroquí en la grandiosa manifestación de París, ni tampoco los motivos alegados para no enviarla, porque pienso, como otras personas han dicho o escrito en este diario, que las cosas de la religión deberían dejarse aparte cuando se utiliza la sátira o el humor porque para muchos, incluidos muchos católicos, es algo serio y que, a veces roza con el insulto, algo que debe eliminarse del trato común y corriente en nuestra forma de ser.

Cuando veíamos cogidas del brazo a personas de diferentes credos políticos, y sobre todo de creencias religiosas distintas, hemos vuelto a pensar en aquellos días juveniles, que ya pasaron, pero que siempre es bueno recordar, dejando al pairo los posibles achaques, sean propios o de los seres cercanos y estimados. No existe ningún motivo, de la clase que sea, para soportar lo que ha pasado y para lo que puede seguir pasando, ya que el número de los fanáticos no se sabe cual es, pero sin duda muchos, demasiados.

En cambio, si sé también que la inmensa mayoría de todos los países, de todas las religiones, de todas las políticas y de todas las economías, de todas las formas de vida son aceptables y admisibles, y de ninguna manera rechazables, y menos de manera violenta. Como también son aceptables, en sus justos términos, la sátira y el humor, que nos alegran la vida y ponen una sonrisa en labios de las mayorías, cuando esa sátira y ese buen humor no pasan de la raya: dibujo limpio, texto breve o imprescindible, sin que nos ataque la risotada procaz, sin que la molestia fácil haga que perder la finura llegue simplemente a una mueca repugnante. Como decíamos hace muchos años, que lo más audaz sea apreciado por lo más inteligente.

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